24 ❱ DESCONFIANZA

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Mi rutina en el Palacio de Justicia había transcurrido sin ningún contratiempo. Cada vez me desenvolvía con mayor soltura durante los juicios; ciertamente ningún engaño podía no salir a la luz en esas paredes. Acababa de desaparecer un portal a la Quinta Prisión junto con el condenado que hacía allí había enviado, cuando consideré que ya había estado sentada el tiempo suficiente como para sentir la retaguardia plana, así que decidí que era momento de que Lune continuase con mi trabajo.

Pensaba que, de no haber sido por la presencia del noruego, estaría más desorientada que turco en la neblina. No era la persona más conversadora, y a pesar de no compartir mi humor tosco y a veces desagradable, solíamos llevarnos relativamente bien. Además cumplía bien su rol de tutor; su sentido de justicia nunca se dejó perturbar por nada ni nadie, y le daba a cada uno lo que merecía. Aún así, nuestra relación no salía dentro de los parámetros de la profesionalidad. En más de una ocasión había intentado convencerlo de compartir conmigo alguna actividad fuera de nuestra rutina —evitaba usar la palabra "cita", la cual sonaría fuera de lugar teniendo en cuenta quiénes éramos— pero él siempre solía rechazar la oferta con amabilidad.

Intrigada acerca de su aspecto siempre sereno e imperturbable, decidí hacer un experimento e ir más allá del espacio inquebrantable que manteníamos. Me recosté en el estrado con una pose seductora, y me incliné hacia su rostro. Pensaba en Rhadamanthys, quien siempre se sonrojaba hasta las orejas y se apartaba con nerviosismo. Pero no surtió el mismo efecto en Lune.

—¿Ocurre algo, mi señora? —preguntó con serenidad, sin levantar la mirada, continuando con la redacción de unos archivos.

Fruncí mis labios con desilusión.

—¿Acaso nunca pierdes la calma?

—No estaría ocupando este puesto si me dejara impresionar por cualquier circunstancia —alegó con obviedad—, por lo que será mejor que renuncie a su idea de hacerme sonrojar con esa cercanía.

Sonreí cuando mi mente maquinó una idea.

—¿Y qué ocurriría si te beso?

Esta vez logré que me mirase a los ojos.

—Dadas las circunstancias, le pediría que recuerde su posición.

Okey, es más difícil de lo que creí, pensé.

—Entonces… —Toqué una de sus mejillas con mi índice, y luego acaricié su piel hasta su barbilla, la cual levanté para no perder el contacto visual—. ¿Qué harías si me desnudara en este momento?

Aunque por un instante pareció desconcertado, mi canto de victoria se vio suspendido ante la sonrisa que enseñó.

—La enviaría a dar un gratificante recorrido por la Séptima Prisión.

La perplejidad se manifestó en mi rostro, y luego me eché a reír con ganas.

—Tú ganas. —Me levanté del estrado con agilidad, impulsándome con las piernas.

Decidí dejar a mi compañero culminar su labor, sabiendo que no lograría sacarle conversación. Y esto se debía a cierto grado de desconfianza que Lune acarreaba.

Aconteció días atrás que una idea germinó en mi mente cuando volteé a mis espaldas, donde detrás de un cortinado rojo se hallaba la biblioteca. La vida y obra de cada ser humano se hallaba escrita en uno de los infinitos libros que decoraban los vastos libreros. Era un archivero que parecía no tener fin; sin duda la sala estaba rodeada por un poder cósmico que conectaba a una dimensión adyacente, ya que de lo contrario el sinnúmero de libros alcanzaría a cubrir todo el Inframundo.

Aproveché que el noruego seguía ocupado en un juicio, y me adentré en ese infinito espacio. La espesa oscuridad y el eco que producía cada mínimo movimiento me hacía sobresaltar. Sabía que tenía estrictamente prohibido indagar acerca del destino de alguna persona que haya tenido relación conmigo en mi pasado como humana, pero ya no podía soportar la incertidumbre. Cogí un candelabro con fuego azul y comencé a iluminar los anaqueles.

𝐌𝐀𝐑𝐈𝐎𝐍𝐄𝐓𝐀 ⊹ saint seiyaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora