1 ❱ ESTALLIDO

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Febrero de 1990. Roma, Italia.

Cuando las puertas automáticas se abrieron ante mí, me di cuenta de que había perdido la noción del tiempo dentro del hospital, debido a los últimos albores del día comenzaban a extinguirse en el horizonte.

El personal de salud, mezclado con algunos pacientes y familiares de los internados, camina delante de mí como unas máquinas programadas para seguir determinados movimientos. Parecían tan irreales que sentía que, si alargaba la mano, nada físico se interpondría en el medio, como si fueran hologramas o proyecciones de mi trastornada mente. Nadie pareció notarme; todos siguieron su curso, tan ajenos a mí, a mi realidad y a mi dolor.

Por primera vez me sentí mareada, con una mezcla de aturdimiento y confusión, y no supe hacia dónde debía ir. Pues, ¿qué era lo que estaba a mi alcance? Yo era una vida más entre los cientos de miles que caminaban por la ciudad, y los gritos de mi mente se perdían entre la multitud de voces y sonidos de la ciudad.

Alguien empujó mi hombro al pasar a mi lado, obligándome a dar un paso al frente.

—Lo siento, ¿se encuentra usted bien?

El médico que chocó conmigo me dedicó una rápida mirada, más por compromiso educativo que por interés, ya que al instante siguió su rumbo.

Me refregué los ojos para eliminar todo rastro de lágrimas y congoja, y emprendí la marcha a un destino que aún no tenía claro. De hecho, no iba a ningún lugar en particular. Ese era un caso el cual mis pies me conducían a un lugar sorpresa, dejándome guiar sin un mapa certero. Mi intención era mover las piernas y pensar, sin dejarme engullir por el ambiente cargado de antiséptico y tristeza que la sala de terapia intensiva podía otorgar.

Sin embargo, tal parece que mi mente estaba en mi contra, pues cada cosa que veía la relacionaba con Tiziano.

La ciudad en sí parecía ser la diana de recuerdos suyos. Pensaba que, tiempo atrás, años antes de que la enfermedad se manifestara en su cuerpo, me había hablado de lo mucho que deseaba vivir en Roma. Tiziano siempre fue un aficionado de la historia antigua, y el hecho de rodearse de aquella arquitectura tan imponente y majestuosa era motivo para que sus ojos comenzaran a brillar como diamantes. En aquel entonces, cuando aún estábamos instalados en Sicilia, no teníamos los recursos como para realizar una mudanza de tal magnitud hacia La Urbe, pero le prometí que trabajaría duro para hacer realidad aquel sueño.

Y se hizo... ¿A qué costo?

Poco tiempo después de que él me confesara su mayor deseo, nos llegó la noticia. Cáncer. Un tipo de cáncer hematológico, conocido como leucemia mieloide aguda, comenzó a causar estragos en la salud de su cuerpo, y con ello el sueño que lo motivaba se volvió cada vez más lejano. En aquel entonces, yo había cumplido la mayoría de edad, y tenía un trabajo estable que me permitió comprar un departamento y darnos ciertos lujos que como huérfanos nunca tuvimos, así que la Fundación Graad, una organizaciones japonesa con influencia en Italia, decidió que la custodia de Tiziano —quien aún era menor de edad— recaía en mi responsabilidad. Aún así seguíamos en contacto con dicha organización, y ellos jamás dudaron en darme una mano para cubrir los gastos médicos que salían del alcance de mi bolsillo.

Quise soñar. Me permití caer ante la debilidad de la banda esperanza, y concebí la ilusión de que saldríamos juntos de esa situación, que en el futuro no sería más que una mala anécdota enterrada bajo capas de olvido.

Tiziano soportó con la valentía y fortaleza de un guerrero cada una de las intervenciones que incluían tratamientos y terapias, algunas dejándolo más debilitado que otras, pero manteniendo la fe en que el día siguiente tendría las suficientes fuerzas como para siquiera estar consciente. Aquella valentía persistió cuando las esperanzas de los mismos médicos comenzaban a decaer, y se mantuvo fiel a ella incluso cuando fue propio cuerpo el encargado de programarle la fecha límite de su vida.

𝐌𝐀𝐑𝐈𝐎𝐍𝐄𝐓𝐀 ⊹ saint seiyaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora