11 ❱ LUJURIA

261 19 0
                                    

El frío de la temporada pareció evaporarse conforme los segundos pasaban. El calor que nuestros cuerpos desprendían era evidencia del nivel de adrenalina desatado por nuestros impulsos carnales. Fue como si mis instintos sexuales fuesen reemplazados por los de la misma Afrodita, desatando un impulso de locura conducido por una atracción romántica hacia él, misma atracción que tomó las cuerdas de mi cordura y me arrancó del vacío que succionaba mi humanidad.

A pesar de que no contaba con una experiencia de la cual poder jactarme, supe cómo tener a Aiacos bajo mi control sin necesidad de hacer uso de mi Cosmic Marionation. Ambos estábamos desesperados por beber de la lujuria y olvidarnos del mundo sombrío que en poco tiempo nos atraparía.

Dejé que él probara de aquella fruta prohibida en primer lugar.


Aiacos estaba de pie, mientras yo permanecía arrodillada en la cama, a una altura perfecta para cumplir con mi objetivo. Deslicé su pantalón hasta que la tela tocó el suelo. Besé su vientre, acariciando en subida su estómago y su pecho, desprendiendo los botones de su camisa en el proceso. Los suspiros de placer que desprendía lograban calentarme aún más, y fue un deleite para mi vista el verlo echar la cabeza hacia atrás cuando, lentamente, descendía la tela de su ropa interior, liberando aquel falo que había estimulado con anterioridad.

Acaricié con el índice toda su extensión, viendo cómo se contrae ante el roce.

—Mierda, Stella —gimió—. Deja de jugar conmigo. No puedo soportarlo más.

Decidí complacer su pedido, tomando con una mano su extensión y comenzando a estimularlo con mayor dureza y rapidez.

—¿Se siente bien? —pregunté, mirándolo a los ojos mientras me acercaba a dejar un beso en la punta humedecida.

Aiacos suspiró con placer.

—Como no tienes idea.

—Entonces...

Metí dentro de mi boca todo cuanto pude. El nepalí gimió mi nombre, enredando sus dedos en mi cabello y moviendo su pelvis hacia adelante. Emití un sonido de molestia, tratando de adaptarme a su tamaño y a su característico sabor dentro de mi cavidad bucal. Con mis manos en su cintura, moví mi cabeza para atrás para prevenir arcadas, e inicié un pausado vaivén, presionando mis labios contra su piel.

Volví a cerrar mis piernas debido al cosquilleo que recorrió mi zona íntima al verlo desnudo ante mí, sin molestarse en reprimir sus gemidos de placer, con su piel bañada en franjas de luz dorada que se filtraba de los espacios en las tablas de madera. Una imagen que sin duda quedaría inmortalizada en mi memoria para siempre.

Con ayuda de una mano estimulaba la piel que mis labios no alcanzaban a llegar, sin perder de vista sus reacciones para darme cuenta de lo que le causaba placer o no. La paciencia pareció acabarse en Aiacos, quien tomó mi rostro entre sus manos y comenzó a embestir mi boca. Sus jadeos se hicieron cada vez más veloces, hasta que de pronto un gemido alertó la llegada de su orgasmo, expulsando toda su esencia.

Unas violentas ganas de toser me obligaron a escupir parte de sus fluidos debido a que la brusquedad de sus embestidas me habían privado del aire por unos instantes.

Él me observa con el rostro sonrojado, quizás debido al calor o a la imagen tan erótica que yo le estaba dando.

—Lo siento, no quería acabar…

No le permití terminar la oración cuando volví a meter de lleno su pene en mi boca, esta vez tolerando mejor su tamaño y sabor. Las riendas de mis acciones parecían ser tomadas por algún espíritu de lascivia que me incitaba a probar más de él, sintiendo mis ojos destellar el deseo que me consumía, convertida en una bestia hambrienta. O quizás era el anhelo de seguir oyendo sus sonidos obscenos por mi causa, dominarlo completamente sin importarme las consecuencias en mi cuerpo. Saber que el placer que estaba recibiendo era causado por mí, era premio suficiente.

𝐌𝐀𝐑𝐈𝐎𝐍𝐄𝐓𝐀 ⊹ saint seiyaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora