Todo el tiempo que Jesús pasó en Jerusalén durante la fiesta, fue
seguido por espías. Día tras día se probaban nuevas estratagemas para
reducirle al silencio. Los sacerdotes y gobernantes estaban atentos para
entramparle. Se proponían impedir por la violencia que obrase. Pero esto
no era todo. Querían humillar a este rabino galileo delante de la gente.
El primer día de su presencia en la fiesta, los gobernantes habían
acudido a él y le habían preguntado con qué autoridad enseñaba. Querían
apartar de él la atención de la gente y atraerla a la cuestión de su
derecho para enseñar y a su propia importancia y autoridad.
"Mi doctrina no es mía --dijo Jesús,-- sino de aquel que me envió. El
que quisiere hacer su voluntad, conocerá de la doctrina si viene de
Dios, o si yo hablo de mí mismo." Jesús hizo frente a la pregunta de
estos sembradores de sospechas, no contestando la sospecha misma, sino
presentando la verdad vital para la salvación del alma. La percepción y
apreciación de la verdad, dijo, dependen menos de la mente que del
corazón. La verdad debe ser recibida en el alma; exige el homenaje de la
voluntad. Si la verdad pudiese ser sometida a la razón sola, el orgullo
no impediría su recepción. Pero ha de ser recibida por la obra de gracia
en el corazón; y su recepción depende de que se renuncie a todo pecado
revelado por el Espíritu de Dios. Las ventajas del hombre para obtener
el conocimiento de la verdad, por grandes que sean, no le beneficiarán a
menos que el corazón esté abierto para recibir la verdad y renuncie
concienzudamente a toda costumbre y práctica opuestas a sus principios.
A los que así se entregan a Dios, con el honrado deseo de conocer y
hacer su voluntad, se les revela la verdad como poder de Dios para su
salvación. Estos podrán distinguir entre el que habla de parte de Dios y
el que habla meramente de sí mismo. Los fariseos no habían puesto su
voluntad de parte de la voluntad de Dios. No estaban tratando de conocer
la verdad, sino de hallar alguna excusa para evadirla; Cristo demostró
que ésta era la razón por la cual ellos no comprendían su enseñanza.
Dio luego una prueba por la cual podía distinguirse al verdadero maestro
del impostor: "El que habla de sí mismo, su propia gloria busca; mas el
que busca la gloria del que le envió, éste es verdadero, y no hay en él
injusticia." El que busca su propia gloria habla tan sólo de sí mismo.
El espíritu de exaltación propia delata su origen. Pero Cristo estaba
buscando la gloria de Dios. Pronunciaba las palabras de Dios. Tal era la
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El deseado de todas las gentes
SpiritualA través de las páginas de esta obra conocerás a profundidad la vida en la tierra del Ser más maravilloso que haya podido pisar nuestro mundo. Este libro está cargado de detalles que te llevarán a vislumbrar la vida de quien es El Deseado de todas l...