Simon de Betania era considerado discípulo de Jesús. Era uno de los
pocos fariseos que se habían unido abiertamente a los seguidores de
Cristo. Reconocía a Jesús como maestro y esperaba que fuese el Mesías,
pero no le había aceptado como Salvador. Su carácter no había sido
transformado; sus principios no habían cambiado.
Simón había sido sanado de la lepra, y era esto lo que le había atraído
a Jesús. Deseaba manifestar su gratitud, y en ocasión de la última
visita de Cristo a Betania ofreció un festín al Salvador y a sus
discípulos. Este festín reunió a muchos de los judíos. Había entonces
mucha excitación en Jerusalén. Cristo y su misión llamaban la atención
más que nunca antes. Aquellos que habían venido a la fiesta vigilaban
estrechamente sus movimientos, y algunos, con ojos inamistosos.
El Salvador había llegado a Betania solamente seis días antes de la
Pascua, y de acuerdo con su costumbre había buscado descanso en la casa
de Lázaro. Los muchos viajeros que iban hacia la ciudad difundieron las
noticias de que él estaba en camino a Jerusalén y pasaría el sábado en
Betania. Había gran entusiasmo entre la gente. Muchos se dirigieron a
Betania, algunos llevados por la simpatía para con Jesús, y otros por la
curiosidad de ver al que había sido resucitado.
Muchos esperaban oír de Lázaro una descripción maravillosa de las
escenas de ultratumba. Se sorprendían de que no les dijera nada. Nada
tenía él de esta naturaleza que decir. La Inspiración declara: "Los
muertos nada saben.... Su amor, y su odio y su envidia, feneció ya."
Pero Lázaro tenía un admirable testimonio que dar respecto a la obra de
Cristo. Había sido resucitado con este propósito. Con certeza y poder,
declaraba que Jesús era el Hijo de Dios.
Los informes llevados de vuelta a Jerusalén por los que visitaron
Betania aumentaban la excitación. El pueblo estaba ansioso de ver y
oír a Jesús. Por todas partes se indagaba si Lázaro le acompañaría a
Jerusalén, y si el profeta sería coronado rey en ocasión de la Pascua.
Los sacerdotes y gobernantes veían que su influencia sobre el pueblo
estaba debilitándose cada vez más, y su odio contra Jesús se volvía más
acerbo. Difícilmente podían esperar la oportunidad de quitarlo para
siempre de su camino. A medida que transcurría el tiempo, empezaron a
temer que al fin no viniera a Jerusalén. Recordaban cuán a menudo había
frustrado sus designios criminales, y temían que hubiese leído ahora sus
propósitos contra él y permaneciera lejos. Mal podían ocultar su
ansiedad, y preguntaban entre sí: "¿Qué os parece, que no vendrá a la
ESTÁS LEYENDO
El deseado de todas las gentes
EspiritualA través de las páginas de esta obra conocerás a profundidad la vida en la tierra del Ser más maravilloso que haya podido pisar nuestro mundo. Este libro está cargado de detalles que te llevarán a vislumbrar la vida de quien es El Deseado de todas l...