"Otra vez, pues, Jesús les habló, diciendo: Yo soy la luz del mundo. El
que me sigue no andará en tinieblas, mas tendrá la luz de la vida."
(V.M.)
Cuando pronunció estas palabras, Jesús estaba en el atrio del templo
especialmente relacionado con los ejercicios de la fiesta de las
cabañas. En el centro de este patio se levantaban dos majestuosas
columnas que soportaban portalámparas de gran tamaño. Después del
sacrificio de la tarde, se encendían todas las lámparas, que arrojaban
su luz sobre Jerusalén. Esta ceremonia estaba destinada a conmemorar la
columna de luz que guiaba a Israel en el desierto, y también a señalar
la venida del Mesías. Por la noche, cuando las lámparas estaban
encendidas, el atrio era teatro de gran regocijo. Los hombres canosos,
los sacerdotes del templo y los dirigentes del pueblo, se unían en
danzas festivas al sonido de la música instrumental y el canto de los
levitas.
Por la iluminación de Jerusalén, el pueblo expresaba su esperanza en la
venida del Mesías para derramar su luz sobre Israel. Pero para Jesús la
escena tenía un significado más amplio. Como las lámparas radiantes del
templo alumbraban cuanto las rodeaba, así Cristo, la fuente de luz
espiritual, ilumina las tinieblas del mundo. Sin embargo, el símbolo era
imperfecto. Aquella gran luz que su propia mano había puesto en los
cielos era una representación más verdadera de la gloria de su misión.
Era de mañana; el sol acababa de levantarse sobre el monte de las
Olivas, y sus rayos caían con deslumbrante brillo sobre los palacios de
mármol, e iluminaban el oro de las paredes del templo, cuando Jesús,
señalándolo, dijo: "Yo soy la luz del mundo."
Mucho tiempo después estas palabras fueron repetidas, por uno que las
escuchara, en aquel sublime pasaje: "En él estaba la vida, y la vida
era la luz de los hombres. Y la luz en las tinieblas resplandece; mas
las tinieblas no la comprendieron." "Era la luz verdadera, que alumbra a
todo hombre que viene a este mundo.' Y mucho después de haber
ascendido Jesús al cielo, Pedro también, escribiendo bajo la iluminación
del Espíritu divino, recordó el símbolo que Cristo había usado: "Tenemos
también la palabra profética más permanente, a la cual hacéis bien de
estar atentos como a una antorcha que alumbra en lugar obscuro hasta que
el día esclarezca, y el lucero de la mañana salga en vuestros
corazones."
En la manifestación de Dios a su pueblo, la luz había sido siempre un
símbolo de su presencia. A la orden de la palabra creadora, en el
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El deseado de todas las gentes
SpiritualA través de las páginas de esta obra conocerás a profundidad la vida en la tierra del Ser más maravilloso que haya podido pisar nuestro mundo. Este libro está cargado de detalles que te llevarán a vislumbrar la vida de quien es El Deseado de todas l...