CAPÍTULO 58 - "Lázaro, Ven Fuera"

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Entre los más constantes discípulos de Cristo se contaba Lázaro de

Betania. Desde la primera ocasión en que se encontraran, su fe en Cristo

había sido fuerte; su amor por él, profundo, y el Salvador le amaba

mucho. En favor de Lázaro se realizó el mayor de los milagros de Cristo.

El Salvador bendecía a todos los que buscaban su ayuda. Ama a toda la

familia humana; pero está ligado con algunos de sus miembros por lazos

peculiarmente tiernos. Su corazón estaba ligado con fuertes vínculos de

afecto con la familia de Betania y para un miembro de ella realizó su

obra más maravillosa.

Jesús hallaba con frecuencia descanso en el hogar de Lázaro. El Salvador

no tenía hogar propio; dependía de la hospitalidad de sus amigos y

discípulos; y con frecuencia, cuando estaba cansado y sediento de

compañía humana, le era grato refugiarse en ese hogar apacible, lejos de

las sospechas y celos de los airados fariseos. Allí encontraba una

sincera bienvenida y amistad pura y santa. Allí podía hablar con

sencillez y perfecta libertad, sabiendo que sus palabras serían

comprendidas y atesoradas.

Nuestro Salvador apreciaba un hogar tranquilo y oyentes que manifestasen

interés. Sentía anhelos de ternura, cortesía y afecto humanos. Los que

recibían la instrucción celestial que él estaba siempre listo para

impartir eran grandemente bendecidos. Mientras las multitudes seguían a

Cristo por los campos abiertos, les revelaba las bellezas del mundo

natural. Trataba de abrir sus ojos para que las comprendiesen y pudiesen

ver cómo la mano de Dios sostiene el mundo. A fin de que expresasen

aprecio por la bondad y benevolencia de Dios, llamaba la atención de sus

oyentes al rocío que caía suavemente, a las lluvias apacibles y al

resplandeciente sol, otorgados a los buenos tanto como a los malos.

Deseaba que los hombres comprendiesen mejor la consideración que Dios

concede a los instrumentos humanos que creó. Pero las multitudes

eran duras de entendimiento, y en el hogar de Betania Cristo hallaba

descanso del pesado conflicto de la vida pública. Allí abría ante un

auditorio que le apreciaba el libro de la Providencia. En esas

entrevistas privadas, revelaba a sus oyentes lo que no intentaba decir a

la multitud mixta. No necesitaba hablar en parábolas a sus amigos.

Mientras Cristo daba sus lecciones maravillosas, María se sentaba a sus

pies, escuchándole con reverencia y devoción. En una ocasión, Marta,

perpleja por el afán de preparar la comida, apeló a Cristo diciendo:

"Señor, ¿no tienes cuidado que mi hermana me deja servir sola? Dile,

El deseado de todas las gentesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora