Entre los más constantes discípulos de Cristo se contaba Lázaro de
Betania. Desde la primera ocasión en que se encontraran, su fe en Cristo
había sido fuerte; su amor por él, profundo, y el Salvador le amaba
mucho. En favor de Lázaro se realizó el mayor de los milagros de Cristo.
El Salvador bendecía a todos los que buscaban su ayuda. Ama a toda la
familia humana; pero está ligado con algunos de sus miembros por lazos
peculiarmente tiernos. Su corazón estaba ligado con fuertes vínculos de
afecto con la familia de Betania y para un miembro de ella realizó su
obra más maravillosa.
Jesús hallaba con frecuencia descanso en el hogar de Lázaro. El Salvador
no tenía hogar propio; dependía de la hospitalidad de sus amigos y
discípulos; y con frecuencia, cuando estaba cansado y sediento de
compañía humana, le era grato refugiarse en ese hogar apacible, lejos de
las sospechas y celos de los airados fariseos. Allí encontraba una
sincera bienvenida y amistad pura y santa. Allí podía hablar con
sencillez y perfecta libertad, sabiendo que sus palabras serían
comprendidas y atesoradas.
Nuestro Salvador apreciaba un hogar tranquilo y oyentes que manifestasen
interés. Sentía anhelos de ternura, cortesía y afecto humanos. Los que
recibían la instrucción celestial que él estaba siempre listo para
impartir eran grandemente bendecidos. Mientras las multitudes seguían a
Cristo por los campos abiertos, les revelaba las bellezas del mundo
natural. Trataba de abrir sus ojos para que las comprendiesen y pudiesen
ver cómo la mano de Dios sostiene el mundo. A fin de que expresasen
aprecio por la bondad y benevolencia de Dios, llamaba la atención de sus
oyentes al rocío que caía suavemente, a las lluvias apacibles y al
resplandeciente sol, otorgados a los buenos tanto como a los malos.
Deseaba que los hombres comprendiesen mejor la consideración que Dios
concede a los instrumentos humanos que creó. Pero las multitudes
eran duras de entendimiento, y en el hogar de Betania Cristo hallaba
descanso del pesado conflicto de la vida pública. Allí abría ante un
auditorio que le apreciaba el libro de la Providencia. En esas
entrevistas privadas, revelaba a sus oyentes lo que no intentaba decir a
la multitud mixta. No necesitaba hablar en parábolas a sus amigos.
Mientras Cristo daba sus lecciones maravillosas, María se sentaba a sus
pies, escuchándole con reverencia y devoción. En una ocasión, Marta,
perpleja por el afán de preparar la comida, apeló a Cristo diciendo:
"Señor, ¿no tienes cuidado que mi hermana me deja servir sola? Dile,
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El deseado de todas las gentes
EspiritualA través de las páginas de esta obra conocerás a profundidad la vida en la tierra del Ser más maravilloso que haya podido pisar nuestro mundo. Este libro está cargado de detalles que te llevarán a vislumbrar la vida de quien es El Deseado de todas l...