CAPÍTULO 54 - El Buen Samaritano

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En la historia del buen samaritano, Cristo ilustra la naturaleza de la

verdadera religión. Muestra que ésta no consiste en sistemas, credos, o

ritos, sino en la realización de actos de amor, en hacer el mayor bien a

otros, en la bondad genuina.

Mientras Cristo estaba enseñando a la gente, "he aquí, un doctor de la

ley se levantó, tentándole y diciendo: Maestro, ¿haciendo qué cosa

poseeré la vida eterna?" Con expectante atención, la muchedumbre

congregada esperó la respuesta. Los sacerdotes y rabinos habían pensado

enredar a Cristo induciendo al doctor de la ley a dirigirle esta

pregunta. Pero el Salvador no entró en controversia. Exigió la

respuesta al mismo interrogador. "¿Qué está escrito en la ley? --dijo

él-- ¿cómo lees?" Los judíos seguían acusando a Jesús de tratar con

liviandad la ley dada desde el Sinaí; pero él encausó el problema de la

salvación hacia la observancia de los mandamientos de Dios.

El doctor de la ley dijo: "Amarás al Señor tu Dios de todo tu corazón, y

de toda tu alma, y de todas tus fuerzas, y de todo tu entendimiento; y a

tu prójimo como a ti mismo." Jesús dijo: "Bien has respondido: haz

esto, y vivirás."

El doctor de la ley no estaba satisfecho con la opinión y las obras de

los fariseos. Había estado estudiando las escrituras con el deseo de

conocer el significado real. Tenía vital interés en el asunto, y había

preguntado con sinceridad: "¿Haciendo qué cosa poseeré la vida eterna?"

En su respuesta tocante a los requerimientos de la ley, pasó por alto el

cúmulo de preceptos ceremoniales y rituales. No les atribuyó ningún

valor, sino que presentó los dos grandes principios de los cuales

dependen la ley y los profetas. Esta respuesta, al ser elogiada por

Cristo, colocó al Salvador en un terreno ventajoso frente a los

rabinos. No podrían condenarle por haber sancionado lo declarado por un

expositor de la ley. 

"Haz esto, y vivirás," dijo Jesús. Presentó la ley como una unidad

divina, enseñando así que es imposible guardar un precepto y quebrantar

otro; porque el mismo principio corre por todos ellos. El destino del

hombre será determinado por su obediencia a toda la ley. El amor supremo

a Dios y el amor imparcial al hombre son los principios que deben

practicarse en la vida.

El legista se reconoció transgresor de la ley. Bajo las palabras

escrutadoras de Cristo, se vio culpable. No practicaba la justicia de la

ley que pretendía conocer. No había manifestado amor hacia su prójimo.

Necesitaba arrepentirse; pero en vez de hacerlo, trató de justificarse.

El deseado de todas las gentesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora