CAPÍTULO 81 - "El señor ha resucitado"

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Había transcurrido lentamente la noche del primer día de la semana. Había llegado la hora más sombría, precisamente antes del amanecer. Cristo estaba todavía preso en su estrecha tumba. La gran piedra estaba en su lugar; el sello romano no había sido roto; los guardias romanos seguían velando. Y había vigilantes invisibles. Huestes de malos ángeles se cernían sobre el lugar. Si hubiese sido posible, el príncipe de las tinieblas, con su ejército apóstata, habría mantenido para siempre sellada la tumba que guardaba al Hijo de Dios. Pero un ejército celestial rodeaba al sepulcro. Angeles excelsos en fortaleza guardaban la tumba, y esperaban para dar la bienvenida al Príncipe de la vida.

“Y he aquí que fué hecho un gran terremoto; porque un ángel del Señor descendió del cielo.” Revestido con la panoplia de Dios, este ángel dejó los atrios celestiales. Los resplandecientes rayos de la gloria de Dios le precedieron e iluminaron su senda. “Su aspecto era como un relámpago, y su vestido blanco como la nieve. Y de miedo de él los guardas se asombraron, y fueron vueltos como muertos.”

¿Dónde está, sacerdotes y príncipes, el poder de vuestra guardia?—Valientes soldados que nunca habían tenido miedo al poder humano son ahora como cautivos tomados sin espada ni lanza. El rostro que miran no es el rostro de un guerrero mortal; es la faz del más poderoso ángel de la hueste del Señor. Este mensajero es el que ocupa la posición de la cual cayó Satanás. Es aquel que en las colinas de Belén proclamó el nacimiento de Cristo. La tierra tiembla al acercarse, huyen las huestes de las tinieblas y, mientras hace rodar la piedra, el cielo parece haber bajado a la tierra. Los soldados le ven quitar la piedra como si fuese un canto rodado, y le oyen clamar: Hijo de Dios, sal fuera; tu Padre te llama. Ven a Jesús salir de la tumba, y le oyen proclamar sobre el sepulcro abierto: “Yo soy la resurrección y la vida.” Mientras sale con majestad y gloria, la hueste angélica se postra en adoración delante del Redentor y le da la bienvenida con cantos de alabanza. 

Un terremoto señaló la hora en que Cristo depuso su vida, y otro terremoto indicó el momento en que triunfante la volvió a tomar. El que había vencido la muerte y el sepulcro salió de la tumba con el paso de un vencedor, entre el bamboleo de la tierra, el fulgor del relámpago y el rugido del trueno. Cuando vuelva de nuevo a la tierra, sacudirá “no solamente la tierra, mas aun el cielo.” “Temblará la tierra vacilando como un borracho, y será removida como una choza.” “Plegarse han los cielos como un libro;” “los elementos ardiendo serán deshechos, y la tierra y las obras que en ella están serán quemadas.” “Mas Jehová será la esperanza de su pueblo, y la fortaleza de los hijos de Israel.”

Al morir Jesús, los soldados habían visto la tierra envuelta en tinieblas al mediodía; pero en ocasión de la resurrección vieron el resplandor de los ángeles iluminar la noche, y oyeron a los habitantes del cielo cantar con grande gozo y triunfo: ¡Has vencido a Satanás y las potestades de las tinieblas; has absorbido la muerte por la victoria! 

Cristo surgió de la tumba glorificado, y la guardia romana lo contempló. Sus ojos quedaron clavados en el rostro de Aquel de quien se habían burlado tan recientemente. En este ser glorificado, contemplaron al prisionero a quien habían visto en el tribunal, a Aquel para quien habían trenzado una corona de espinas. Era el que había estado sin ofrecer resistencia delante de Pilato y de Herodes, Aquel cuyo cuerpo había sido lacerado por el cruel látigo, Aquel a quien habían clavado en la cruz, hacia quien los sacerdotes y príncipes, llenos de satisfacción propia, habían sacudido la cabeza diciendo: “A otros salvó, a sí mismo no puede salvar.” Era Aquel que había sido puesto en la tumba nueva de José. El decreto del Cielo había librado al cautivo. Montañas acumuladas sobre montañas y encima de su sepulcro, no podrían haberle impedido salir. 

Al ver a los ángeles y al glorificado Salvador, los guardias romanos se habían desmayado y caído como muertos. Cuando el séquito celestial quedó oculto de su vista, se levantaron y tan prestamente como los podían llevar sus temblorosos miembros se encaminaron hacia la puerta del jardín. Tambaleándose como borrachos, se dirigieron apresuradamente a la ciudad contando las nuevas maravillosas a cuantos encontraban. Iban adonde estaba Pilato, pero su informe fué llevado a las autoridades judías, y los sumos sacerdotes y príncipes ordenaron que fuesen traídos primero a su presencia. Estos soldados ofrecían una extraña apariencia. Temblorosos de miedo, con los rostros pálidos, daban testimonio de la resurrección de Cristo. Contaron todo como lo habían visto; no habían tenido tiempo para pensar ni para decir otra cosa que la verdad, Con dolorosa entonación dijeron: Fué el Hijo de Dios quien fué crucificado; hemos oído a un ángel proclamarle Majestad del cielo, Rey de gloria. 

El deseado de todas las gentesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora