19. La chica del príncipe azul

11 1 2
                                    

Olivia Sanderson

Había despertado temprano como de costumbre, así que me puse a hacer mi rutina de ejercicio cotidiana. Comí el desayuno ligero que me preparé, cereal integral con un yogurt light, para tener energías o algo de ellas en mi entrenamiento de la tarde. Cogí la maleta donde estaban todas mis cosas listas para la práctica y salí. Entré al gimnasio. Almorcé. Volví a entrenar. Regresé a casa, cené y luego dormí.  

Así eran todos mis días. Ejercicio en la mañana, desayuno ligero, entrenamiento, almuerzo, entrenamiento, cena y dormir. Nada fuera de la rutina. Nada fuera de lo común. Solo era eso. Lo único que me llenaba de emoción eran los libros que leí a diario, podía devorarme una o dos en solo 3 días. Leía desde novelas románticas hasta historias de suspenso, de esas en las que no tenías ni idea de quién era el asesino. Así mi estante fue llenándose poco a poco sin dejar sitio para otros libros nuevos, por lo que empecé a recurrir a dejarlos guardados en un contenedor debajo de mi cama, dentro de mi closet y encima de mi impresora. Mi madre, quién fue una importante gimnasta local, ocasionalmente entraba a mi cuarto veía los libros esparcidos por todos lados y solo podía arquear una ceja en desaprobación, pero no decía nada porque a pesar de tomarme el tiempo leyendo no me desenfocaba de mi entrenamiento. 

Lo único que admito sí era mi distracción era Thomas. Mi amigo de la infancia, con la que prácticamente estudie toda mi vida: jardín, primaria y secundaria. Solo nos faltaba la universidad y luego sonaban las campanas. A eso aspiraba a seguir como lo había leído en varias de mis novelas favoritas románticas. Conocer al príncipe azul, vivir casi una vida como amigos, encontrarnos como pareja, casarnos y tener hijos. La vida ideal. Eso era. No había más que eso para ser exitosa en la vida o al menos eso creía.

Entonces llegó ella, quien lo arruinó todo. La que me robó el protagonismo y me desplazó de mi sueño. No entiendo como pasó, porque no era espectacular como yo. Solo era una chica común y corriente, baja y de cabello marrón. Trabajaba en la cafetería y no tenía absolutamente ninguna cualidad por la que se destacaba. Aunque a los ojos de Thomas ella era diferente y no podía creerlo. 

Y no lo hubiera echo si no la hubiera visto bajarse del auto de los padres de Thomas, al que tanto le pedí que cogiera para irnos a algún lado a pasear. Lo vi darse una vuelta entera rodeando el auto solo para abrirle la puerta y sonreír mucho sin que ella lo notase. Parecía que tanto ella como yo estábamos desconcertadas. Ella tomó su mano, sin ninguna expresión, se despidió de él sacudiendo su mano y entró rápido al local. Entonces me acerqué:

- ¡Hola, Thomas! - dije sin que me afectara

- ¡Ah...! Hola, Olivia - dijo mientras se volvía a incorporar en el interior del auto, junto al timón

- ¿Qué haces por aquí? - le pregunté sin vacilar

- He venido a dejar a mi novia - respondió directo y sin ninguna expresión

Mi cara se puso roja, porque solo habían pasado unos días desde que lo nuestro había terminado. Aunque igual lo sabía, que él nunca había tenido, ni tendría ninguna delicadeza conmigo, porque no era "especial" ante sus ojos. Por más que fuese su amiga de toda la vida. 

- Thomas... me haz hecho quedar en ridículo - y era cierto, luego del incidente de la foto de Thomas saliendo con esa chica del hotel todos empezaron a hablar a mis espaldas. Mis compañeras del gimnasio, mis amigas de promoción, mis vecinos, todos. Incluso hasta el gato de mi casa me miraba con compasión. 

- Creo que el ridículo te lo ganaste al venir a buscarla y encontrar algo que no esperabas - sonrió sarcásticamente

¡Lo sabía! ¿Cómo se había enterado sobre el gas pimienta y sobre la visita sorpresa? Seguro ella se lo contó y con solo recordarlo el dolor en mi rostro regresaba. Esa picazón inexplicable en mis ojos. Me froté y le contesté.

- Antes que tu novia, fui tu amiga. La que estuvo escuchándote siempre, Thomas - grité tocándome el pecho, como si fuera capaz de tocarme el corazón para demostrárselo. 

- Lo siento, Olivia - contestó mirándome - sé que eres mi amiga, pero una novia no. Lo que hubo entre nosotros solo fue un experimento ¿lo recuerdas? - estaba perdido en sus pensamientos y continuó - Hablemos en otra ocasión ¿vale? 

Y antes de contestarle se fue y me dejó ahí parada frente al local donde trabaja su actual chica. ¿Y ahora qué hago? ¿Cómo puedo recuperarlo?, pensé mientras me dejaba caer sobre mis piernas hundiendo mi rostro en mi regazo ocultando las lágrimas que solo salían y salían. Todos mis planes con mi príncipe azul se habían esfumado y no tenía un plan B. 

- ¿Te puedo ayudar? - me dijo una chica con cabello rosado que extendía su mano para ayudarme a ponerme de pie. Llevaba un vestido color amarillo que me parecía familiar con el nombre "Ciudad sin nombre" bordado en el pecho. 

- No necesito de tu ayuda - grité y azoté su mano para retirarla 

Ella entró al local y volvió a salir al cabo de unos minutos con unas servilletas. 

- No es que sea chinchosa, pero creo que el rímel se te ha corrido y deberías de arreglarlo. ¡Mírate! - me puso un pequeño espejo rosado en frente tenía perlas alrededor, se veía hermoso, y cuando vi mi reflejo en él me di cuenta a lo que se refería con que necesitaba retocarme.

- ¡Oh, por dios! Me veo horrorosa - grité mientras jalé de su mano el otro trozo de servilleta para limpiarme

- Yo no diría exactamente que te ves así, pero bueno... - dijo subiendo los hombres y bajándolos para darme a entender que estaba exagerando - ¿no te gustaría entrar para limpiarte en el baño?

- ¿Ahí? - pregunté como idiota, pero era porque en ese lugar estaba la chica que se robó mis sueños y la que me echó gas pimienta. ¿Con que cara podría aparecerme ahí?

- ¿A dónde más? - dijo - ¿Prometo que no te obligaremos a comprar nada? - sonrió 

Sostuvo mi mano con delicadeza y la apretó como si me obligara a entrar. Podía sentir un gran contraste de temperaturas entre mi mano y la suya. Ella tan cálida y yo tan fría. Me llevó rápido adentro sin si quiera darme tiempo de negarme a su sugerencia y me puso frente a mi enemiga.

- ¡Hola, Meg! ¿Te importaría llevar a esta chica al baño? 

Voltee a verla y ahí estaba ella con la boca abierta viéndome.


No te pertenezcoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora