Capítulo 1

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   El boxeo siempre fue mi deporte favorito. Cuando lo practicaba me hacía recordar los momentos en los que mi padre y yo nos sentábamos enfrente de la televisión a ver combates entre dos tipos super musculados. Los recuerdos de mi familia venían a mi mente como los puños de mis contrincantes venían a mi cara. Y cada vez que terminaba en medio del ring, KO, en lo único que pensaba era en que me lo merecía. Me merecía cada uno de los golpes que me habían dado, cada una de las heridas en mi cuerpo y cada grito de mi entrenador hacía mí. Sabía que no había sido una buena persona, y me culpaba por todo lo que había sucedido y por eso, el boxeo era lo que me ayudaba a desahogarme. Porque, cada puñetazo que recibía, era como un alivio para mi alma. Yo también estaba sufriendo, tal como lo hizo mi familia.

Diego Méndez, mi entrenador, siempre me había dicho que yo valía para esto, para pelear. Nunca le hacía caso porque, aunque me gustaba esto, en el fondo sabía que no era para mí. Sin embargo, me machacaba todos y cada uno de los días para que diese lo mejor que llevaba dentro, él se convencía que yo podría llegar muy lejos si quisiese. No se lo negaba aunque tampoco lo afirmaba. Y lo que más detestaba era las miradas de prepotencia y superioridad de uno de los boxeadores del gimnasio donde iba. Él me odiaba desde el primer día que entré, solo por el hecho de que Diego se volcó más conmigo que con ningún otro. Y eso, a Mason, le fastidiaba. No tenía la culpa de que mi entrenador me prefiriera a mí antes que a otros, incluido el chico "músculos de acero", porque eso sí, el tipo de un puñetazo te mataba y si no lo hacía te mandaba al hospital en coma durante varios días. Mason era un peligro para el boxeo, pero absolutamente nadie le contradecía. Todos le tenían miedo, aunque claro con esa constitución... para negarle algo al chico.

En fin... había estado un año entrenando duro para los campeonatos de boxeo. Diego me decía que estaba más que preparado para ello y que podría ganar, tenía muchas posibilidades para hacerlo. Pero no las tenía todas conmigo. Algo me decía que este no era mi año y que lo peor se avecinaba.

Y no estaba equivocado.

El día en que empezábamos con los últimos entrenamientos antes del campeonato, recibí unas llamadas y unos mensajes de una persona que hacía bastante tiempo que no veía. Lo ignoré, pero él volvía una y otra vez. Ya había recibido una de sus llamadas hacía varios meses. No le contesté y no volvió a llamarme, hasta ahora... pero no pensaba cogerselo. No tenía ningún derecho de querer hablar conmigo después de lo que hizo.

Así que, ese día tuve que apagar el móvil y entrenar como si nada hubiese pasado. Sin embargo, esa vez me tocaba pelear con Mason y mis pensamientos, por más que quisiese evitarlo, iban una y otra vez al móvil y a esa persona que me llamaba. Y eso hizo que aquel capullo me venciese y me restregase en toda la maldita cara que él era el mejor y que ningún niñato (osea yo) le ganaría. No perdí la oportunidad de contraatacar cuando el muy gilipollas no miraba, pero Diego lo vio y me penalizó. Me mandó a casa y no tuve opción de seguir entrenando.

El boxeo siempre fue mi deporte favorito... pero lo estaba odiando cada vez más.

_____

Mason Durand me mira de arriba a abajo entre cinco y diez segundos. Esboza una sonrisa ladeada, me mira a los ojos, los entrecierra y asiente con la cabeza. Frunzo el ceño observando como se aleja hasta los sacos de boxeo y suspiro. El alivio corre por mi cuerpo como si me hubiese quitado un peso de encima y me dirijo a Diego, quien está cruzado de brazos y me mira intensamente. Durante los primeros segundos ninguno dice nada y solo nos limitamos a observarnos. Cada vez me siento más nervioso por lo que va a decir pero intento que no se me note poniendo mi mejor cara seria y sin despegar la mirada de su cara. Ayer fue un día duro, y tal vez me pasé de la ralla con Mason, pero en mi defensa diré que él se lo merecía, y Diego lo sabía muy bien.   

DrakeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora