Hoy era el día. Lo tenía que haber sido hace unos días, pero mi cobardía me lo impedía, hasta ahora. Y no sé exactamente que es lo que ha cambiado en mí para querer hacerlo, pero lo único que sé, es que se lo debo. A ambos. Enfrentarte a tus miedos no es nada fácil pero no puedo quedarme más tiempo de brazos cruzados sin saber la verdad. Sin saber si soy un asesino o no. Y eso, realmente, es lo que más miedo me da.
Noto como mis nervios están a flor de piel, como mi corazón late más rápido de lo normal y mis pensamientos viajan atropelladamente en mi cabeza. Tengo un gran pánico al entrar a esa habitación y que me odien, que me juzguen, que me critiquen por lo que hice… aunque me lo merezca. Aunque sea un capullo integral por lo que le había hecho a Pol y, por ende, a Archer.
Suspiro y observo el hospital en silencio. Ya han pasado unos días desde que nos pegamos en el ring del boxeo. Unos días en los que, a parte de pasarlas putas, no había tenido noticias de ellos, ni por parte de Diego (quien no sabía nada), ni por parte de alguien de su círculo de amigos. Y me temo lo peor. Temo ser un puto asesino de mierda.
Trago saliva y apago el cigarro que me he fumado. Respiro hondo y empiezo a caminar. Esta vez no me voy a achantar, esta vez voy a entrar. Ya la cagué y Nadia me lo explicó… Un escalofrío me recorre cuando pienso en ella, pero lo aparto de mi mente rápidamente y me voy directo al mostrador.
-Hola, buenos días. Vengo a visitar a un amigo, Pol Hernández, ¿me podría decir cuál es su habitación, por favor? – digo lo más amable que puedo a la chica de detrás del mostrador.
Ella me sonríe y me pide que espere un momento. Teclea algo en su ordenador y en un par de segundos, me indica que suba en el ascensor hasta el tercer piso.
-Su habitación es la trescientos treinta y siete.
-Vale, muchas gracias.
Le vuelvo a sonreír y me voy hacia el ascensor. Las manos empiezan a temblarme justo cuando aprieto el número de la planta tres. Odio estas situaciones, preferiría estar emborrachándome en alguna fiesta o boxeando el ring. Y entonces, me empiezo a poner más nervioso aún conforme el ascensor asciende. Ya no hay vuelta atrás. Me intento tranquilizar con la técnica de la respiración. Una técnica que me ha salvado en muchas ocasiones en las peleas, sobre todo cuando mi ira florecía y me nublaba la vista. Así que cierro los ojos, y respiro lentamente. Lo hago varias veces e intento mantener la mente en blanco.
Enfrentarte a tus miedos es muy jodido.
Cuando vuelvo a abrir los ojos, un pitido me indica que el ascensor ha llegado a su destino. Se abren las puertas y sin pensar, empiezo a caminar buscando con la mirada el número trescientos treinta y siete. Y mientras voy avanzando solo puedo rezar porque Pol esté vivo…
-…tienes una suerte que no te la crees ni tu, chaval – oigo una voz familiar muy cerca de donde me encuentro.
-Sigo jodido, pero… los medicamentos ayudan - otra voz familiar - …y la compañía.
Trago saliva cuando me doy cuenta de que habitación salen esas voces… trescientos treinta y siete. La puerta está abierta y desde donde estoy puedo ver a…
-Eh, eh, no os pongáis romanticones. Ya haréis vuestras cosas cuando me vaya – ¿Steven?
Escucho unas risas y dudo en si entrar o no. Me da la sensación de que si entro ninguno me dará la bienvenida. Pero, ¿para qué he venido si no? No pienso en absolutamente nada cuando cruzo el umbral de la puerta e instantáneamente, los tres se giran a verme. No sé a quien dirigirme primero, lo único que sé es que no puedo mirar a Pol, así que me dirijo a Steven.
ESTÁS LEYENDO
Drake
Teen FictionAlgunas noches no son tan malas y puedo recordar días en los que me acuesto y he podido dormir durante muchas horas sin tener ninguna pesadilla, simplemente soñando que estaba libre y fuera de este sitio, con mis padres, con mi hermano y con mi tía...