XXIII

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【Narrador】

El último de los Van Helsing, cazadores de vampiros y otras criaturas; se removió incomodo en el sillón donde se encontraba.

Hacia alrededor de diecisiete años que no esuchaba ese apellido, no desde que murió su prometida Violet y su hija fuera raptada.

—Tal vez, ¿Porqué?—. Cuestionó fingiendo indiferencia y dándole un trago a su Whisky.

Karl Heinz sonrió ampliamente notando la reacción del humano, más bien dicho, del semi–humano.

Sus latidos del corazón estaban acelerados, incluso el mismo Gabriel podía escucharlos en sus oídos. Habían pasado diecisiete años, ¿qué esperanza había de que su hija estuviera viva y sana?

—He adoptado a una niña con ese apellido, tiene alrededor de los cinco—. Mintió sin pudor alguno el vampiro, le dio un trago a su bebida.

El humano estaba entrando en crisis, ¿qué quería el político de él? ¿un regalo para la pequeña?

—Se lo que piensas, Gabriel, pero no es necesario—. Volvió a mentir en la cara del sujeto.

Por su puesto que no odiaba a Gabriel, pero empezaba a poner prisa a la situación. Sabía que en cualquier momento llegaría Abraham Van Helsing.

—Al contrario, creó que tengo el regalo perfecto para ella. Espera aquí—. Habló el hombre mientras se levantaba.

Gabriel se adentro por uno de los pasillos de la casa y lo perdió de vista.

Empezó a contar los pasos desde su lugar el vampiro. Volvió a darle un trago a su Whisky, no había sido una casualidad el como se habían conocido el vampiro y el cazador.

Necesitaba ese guardapelo de plata, ¿cómo sabía eso? En algun momento se lo llegó a mirar a Violet Franquesa colgando de su cuello.

Fueron cuarenta y cinco pasos hasta que dejó de escuchar a Gabriel, pero empezó a escucharse como si moviera un mueble, tal vez un ropero.

Hubo silencio y luego se volvieron a escuchar los pasos, empezó a contarlos desde que escucho el primero.

Dejo de poner atención a las pisadas cuando el hombre semi–humano, apareció en la sala.

Entre sus manos había una caja de terciopelo negra, tenía algún dibujos, como si fueran garabatos en blanco.

—Aquí esta, el guardapelo de plata de...bueno, eso da igual—. Se guardo aquella última información para si mismo.

Para Karl Heinz no hacia falta hablar, ese guardapelo había sido creado justo antes de la crucificación de Jesús y fue la paga de Judas junto a las monedas de oro.

Aquel guardapelo había sido, maldecido de alguna forma para las Criaturas Oscuros, eso decían los humanos, que eran como él.

Eso había sucedido el día que Judas antes de colgarse en un árbol a las fueras de Jerusalén, maldigo el collar para aquellos que eran hijos de Satanás.

Estaba de más decir, quienes entraban en esas categorías: Vampiros, hombres lobo, demonios, fantasmas, los caminantes, entre otros.

—Dile a tu pequeña hija, que nunca, por ningún motivo, debe abrirlo. Por lo menos no hasta sus quince años o más.—. Advirtió Van Helsing extendiéndole la caja al de cabellos platinos.

Apenas la caja negra toco las manos con guantes de Karl Heinz, empezó a emitir un grito parecido al de una sirena o una banshee.

También a pesar de tener los guantes, sentía que aquella caja le quemaba las palmas de sus manos, y empezaba a soltar un olor a azufre.

Parecía que hay que tener en cuenta una cosa, solo aquel vampiro sentía todos aquellos efectos.

Pero debía ser fuerte, al menos si quería que su pequeña hija tuviera algo de de verdadera familia.

El vampiro sonrió débilmente al hombre delante suyo y con lentitud y cuidado guardo la caja en uno de los bolsos de su abrigo.

Aun podía sentir sus manos arder, pero ahora sentía que se quemaba su costado izquierdo.

—Gracias, Gabriel. Mi hija estará encantada con el regalo de su tío—. Sonrió intentando olvidar lo que sucedia.

Van Helsing, pareciendo sospechar, asintió solamente y le dio un trago al Whisky de su vaso.

Continuará...

EL AMOR ES CIEGO    |    REIJI SAKAMAKIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora