Epílogo

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Narrador Enzo.

—Me voy a caer —Se quejo —¿A dónde carajos me trajiste?

—Ya cállate, es una sorpresa—La regañe.

—Mas vale que sea grande —Me amenazo.

Le quite la venda y la deje ver.

—¿Y bien? —Le sonreí.

—¿Por qué me trajiste a ver el mar?, Ya lo conozco idiota —Me golpeó la cabeza.

Me queje —Eso dolió Colette— Me aleje de ella.

Camine lo más rápido que pude y encendí la radio.

—Ven, bailemos —La tomé de la mano.

Ella me sonrió—A ver si me aguantas el paso —Se comenzó a mover.

—Que te pasa, si solo tengo 63—Le seguí el paso.

Nos miramos por un momento.

—Sigues tan bella como la vez que te encontré en el salón peleando contra Adrián —La detalle.

Solo me sonrió—Tu sigues igual de feo —Se echó a reír.

Su risa se apagó cuando la dentadura se le cayó.

Y entonces me burle de ella — Tú si que ya estás viejita.

Recogió sus dientes y se los puso de nuevo.

—Creo que ahora sí ya es nuestro momento.

Enseguida le sonreí —He esperado esas palabras casi 30 años.

—Ya no esperes más—Me sonrió y me dio un corto beso —¿Por qué me esperaste tanto y nunca me pediste nada?

—Por que estabas feliz y eso era lo único que quería—La abrace —Que fueras feliz.

Suspiro —Pero ya estamos muy viejos para esto.

—¿Qué?, Si todavía soy un titán en la cama —Me separé de ella y le baile un poco a lo que ella rió.—Te voy a seducir con mis pasos sensuales.

—Estan funcionando —Se acerco lentamente y me beso.

Toda la tarde se me pasó con Colette en la playa, por fin estaríamos juntos y me sentía tan feliz.

Ella sonreía y caminaba con mucha alegría, señalaba las aves y el atardecer.

Sin duda valió la pena cada segundo de espera porque al fin ella estaba lista para estar conmigo y fue feliz toda su vida.

La noche llegó y la feria cerro sus juegos mecánico y los puestos apagaron sus luces.

Todos salieron pero Colette se detuvo a mitad del camino.

—¿Qué haces?, Ya es hora de irnos —Ella no se movio—¿Te dio un calambre?

Me acerque para ayudarla a desentumirse.

—Hay que quedarnos —Me sonrió de manera malvada.

—No, ya cerraron —Negue.

—Si, ya se, hay que quedarnos y jugar —Me sonrió.

—Es ilegal—Le recordé.

—Solo si nos atrapan —Me sonrió.

Y recordé aquella vez.

Nos quedamos y encendimos la rueda de la fortuna para estar ahí.

Dos luces se empezaron acercar y la tomé del brazo para correr.

Me sentí más vivo que nunca, como si volviéramos a ser aquellos chiquillos que corríamos años atrás.

Una vez que ya no vimos las luces paramos.

—Mis nietos se van a reír de esto mañana —Me hablo entre jadeos.

—Nuestros, porque ya soy su abuelo —Le recordé.

Ella me sonrió y me extendió la mano, la cuál enseguida tomé y juntos caminamos entre las calles que eran alumbradas por pequeñas lámparas de la misma calle y adornadas por un sin fin de estrellas que parecían destellar más hoy que cualquier otra noche.

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Distintas pero igualesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora