Capítulo XI

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No entendía nada, el mundo se había detenido. Ahí estaba, mi madre, la que di por muerta estos últimos seis meses. La que deje en casa con mi padre. ¿Estará el también vivo? ¿Mi madre es una sirena? Aparecían preguntas por mi mente y yo no podía hacer nada para detenerlas.

Ella aprovechó mi momento de debilidad para atacarme, me cogió el cuchillo y apretó. Sentí un calor impresionante mientras el cuchillo penetraba en mi vientre. No entendía por qué mi madre me había atacado.

-       Soy yo… Soy Ann, tu hija – conseguí decir.

Ella resopló y me quitó el cuchillo, lo que me hizo aún más daño.

-       Yo no tengo hijos. Sólo me dedico a servir al señor, y me ha dicho que mate a cualquiera que intente sacarlos.

-       ¿El señor? – pregunté sorprendida

Justo cuando quería meterme el cuchillo de nuevo alguien me salvó. Alguien la mató. Iván.

-       ¿Qué has hecho? – pregunté mientras mi garganta se inflamaba y un se me formaba un nudo en el estomago.

Mi madre estaba viva, y él la había matado.

-       ¡Ella era mi madre! ¿Cómo has podido? – las lagrimas no se contuvieron

-       Tenía que hacerlo, iba a matarte.

-       ¿Por qué ibas a querer salvarme? No me conoces. – dije mientras el dolor de la herida aumentaba, y el de mi corazón.

-       Te lo debo, antes… no me has matado.

Noté como el mundo se me caía a los pies, no sé porque pensé que me había reconocido, que tal vez le importaba, pero eso es inútil. Jamás me reconocerá. Jamás volveremos a estar juntos. Jamás será lo mismo.

Decidí no responder, me di la vuelta dispuesta a irme, y  me encontré a mi hermana en el suelo llorando y temblando.

Ella lo había visto todo.

-       No he podido hacer nada para evitar que muriera. Sólo he dejado que te atacara, por poco te mata Ann… Es mi culpa. Podría haber atacado…

-       No…- voy a su lado y le limpio las lágrimas. – No es tu culpa. Ella no era nuestra madre… ella era alguien que no nos conocía. ¿Está bien?

-       Tenemos que soltarlos antes de que vengan más. – dijo con la voz apagada.

Cogí la llave del hombre que maté anteriormente y abrí una de las mazmorras. No tardaron ni un minuto en salir. Cuando me dirigía a la segunda mazmorra alguien habló:

-       No puedes sacar a los de ahí.  – era alguien de mi grupo, conocía su cara. Se llamaba Thomas.

-       ¿Por qué no?

-       Son como tu madre, están en el proceso transformación.

-       ¿Qué?

¿Transformación? ¿Qué cojones significaba eso?

-       ¿No entendiste para que quieren a los humanos? Ellos son los únicos que pueden transformarme en sus esclavos personales. A las sirenas las meten en clausulas y les borran la memoria.

Miré a Iván. Ese Iván que tanto odiaba en este momento.

-       ¿A quién tienen que servir? – pregunté recordando lo que había dicho mi madre.

-       Ellos lo llaman “su señor”. Se llama George. Todos los humanos de la Tierra están por aquí, por eso es tan grande todo esto. Está formando su ejército. Nosotros seremos los siguientes si no nos sacas de aquí.

-       Hay un hechizo, no podemos salir.

-       Si podemos salir, los humanos.

-       Oh no… - miré a mi hermana. – Llevárosla de aquí. Quiero que se salve.

Mi hermana se negó pero la convencí. Salimos sin llamar la atención, cosa que era difícil, por qué éramos unos veinte. Cuando llegamos, abrí la puerta, salí y vi que había un círculo con una barrera. Suspiré. No podemos salir.

-       No voy a dejarte aquí. – dijo Thomas.

-       No vas a quedarte aquí por mí. – dije mientras los demás salían.

No había ninguna nave, parece que nos han dado por muertos, se han ido sin nosotros.

-       Tendréis que volver nadando. Están en el grupo dos.

-       Eres una sirena. ¿por qué?

-       Supere la prueba de Share.

-       Y ahora no puedes salir…

-       Estaré bien – dije – Cuida a mi hermana, por favor.

-       Lo haré. – me abrazó tan fuerte como pudo y me dejó despedirme de mi hermana.

Suspiré pensando en que era posible que jamás nos volviéramos a ver.

-       Ann… Ven conmigo.

-       No puedo, lo siento.

-       Superaste la prueba. Eso no quiere decir que no seas humana.

-       Lilly… - acaricié su mejilla – eso es justo lo que quiere decir.

-       No entiendes… Que seas una sirena no quiere decir que no seas humana.

No entendía a que se refería.

-       Ella tiene razón. – dijo Iván.

-       No quiero hablar…

-       Sé que no quieres hablar con migo – me cortó. – pero podemos salir, tu sabes por qué. Ahora somos seres marítimos. Pero distintos. Tenemos más poder. ¿entiendes?

El canto de la sirenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora