Vuelo 812

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El hombre atravesó la puerta y una mujer vestida de azafata lo recibía con una sonrisa que cubría todo su rostro. Ante sus ojos era muy hermosa, aunque no le dio mucha importancia.

No recordaba cómo había llegado ahí, se sentía como si estuviese soñando ¿acaso estaba soñando? Instintivamente pensó en voltear a mirar, pero una persona tras él soltó un «por favor, avance», lo que lo obligó a retornar su vista al frente y continuar su camino.

—Bienvenido, disfrute su viaje —le dijo la azafata.

Arnold asintió e ingresó a la cabina de pasajeros, había un par de personas y pudo deducir que aún había muchos más detrás de él. Repasó con su mirada a los pasajeros que ya habían abordado: una mujer morena con un turbante en la cabeza; un hombre rechoncho que, por su aspecto, pudiese ser japonés; un hombre con traje militar, incluso, había un par de niños. Sin duda, era un vuelo bastante diverso, había gente de todo tipo y le divertía la idea de que hubiese tanta diversidad cultural.

¿Cuál es mi silla?, se preguntó.

Revisó sus bolsillos y encontró un papel pequeñito en un bolsillo trasero de su pantalón, el cual simplemente rezaba: F16.

—Esto no es un boleto de avión —susurró Harold—, ¿dónde está mi boleto?

—¿No encuentra su asiento? —le preguntó un hombre, por su vestimenta, intuyó que se trataba de un auxiliar de vuelo, pues tenía el mismo uniforme que la chica de la entrada.

Arnold movió su cabeza mecánicamente en señal positiva y siguió su camino, sin dedicarle un par de palabras al hombre.

Llegó a su silla; le habían asignado una silla junto a la ventana, era un hombre que le temía a las alturas y ubicarse en ese lugar le haría pasar un viaje muy malo, tal vez se durmiera antes de que el avión arrancase, aunque debía prestar atención a lo que dirían antes de arrancar; por otro lado, era el mismo recital de siempre: ponerse el cinturón de seguridad, permanecer en el asiento hasta que alguien indicara que ya era seguro levantarse, acerca de las salidas de emergencia, entre otras cosas. Era una situación tediosa y rutinaria, sin embargo, estaba seguro que, después de aquellos anuncios, sí se dormiría. También, esperaba estar dormido cuando el avión llegase a su destino.

Pudo notar cómo seguían llegando más y más personas; unos lucían felices, otros enfadados y unos cuantos tan confundidos como él.

A través de la ventana el panorama era de completa oscuridad.

Pensó nuevamente en qué estaba haciendo antes de llegar a aquel avión; se sentía como si lo hubieran secuestrado y sedado, para despertar en la puerta del avión y lo hubieran obligado a abordar, pero esa idea era demasiado tonta, seguramente estaba exagerando.

Cerró los ojos y se dedicó a pensar en esos últimos minutos. Seguramente así se sentía una persona amnésica, haciendo el esfuerzo por llenar esos vacíos en su memoria, como si se tratara de un rompecabezas.

Estaba enojado, demasiado enojado. ¿Por qué lo estaba? Vamos, Arnold, piensa.

La respuesta llegó como una ráfaga de imágenes; todo pasaba demasiado rápido, así que decidió apretar sus ojos, controlar su respiración y concentrarse en recordar lentamente.

Haz un esfuerzo, Arnold, crea esa película en tu cabeza.

Nuevamente se vio así mismo entre sus pensamientos manejando un vehículo, estaba enojado porque su jefe lo había obligado a trabajar el fin de semana, y le enojaba bastante porque tenia planeado salir con su familia al parque de diversiones; era una promesa y se imaginaba así mismo como un cachorro indefenso diciéndole a su esposa y a sus hijos que aquel plan que prometió no se iba a hacer realidad. Su esposa... recordaba a su esposa con una sonrisa radiante, con esos rizos desordenados que, cada nada, intentaba acomodar. Pensó en sus hijos, eran bastante inquietos y peleaban constantemente, pero los amaba.

Catarsis © [antología de relatos] ✅Donde viven las historias. Descúbrelo ahora