Cuando mi mejor amigo me propuso dar un paseo a la montaña, me pareció una idea estupenda. No conocía la nieve, nunca había estado a semejante altura y, tan pronto me dio a conocer el plan del fin de semana, mi cuerpo se llenó de una emoción desbordante que nunca antes había experimentado.
Era cierto que habíamos hecho demasiadas locuras; siempre él me empujaba a hacer diversas actividades que nunca antes habíamos hecho y, al final del día, terminábamos riendo a carcajadas y pensando en cuál sería nuestra siguiente aventura.
Tampoco podía negar el hecho de que Diego era un completo payaso, siempre buscaba la forma de que entre los dos se mantuviera el espíritu de la aventura vivo y buscaba hacerme reír, incluso en las peores situaciones; pero agradecía que fuese tan comprensivo y leal a nuestra amistad, dudaba que algún día me traicionara y nuestra camaradería se resquebrajara.
Aquella mañana alisté la ropa más cómoda y abrigada que tenía, pues me recalcó en más de una ocasión que en aquella altura el frío sería extremo. Así las cosas, guardé en mi mochila una chaqueta gruesa, un gorro tejido y una mullida bufanda; además, llevaba zapatos para escalar, así que no habría inconveniente para subir aquella montaña.
Tuve que pasar por el almacén donde trabaja Diego; después de todo, él era quien contaba con un vehículo para transportarse y yo era un aliado del servicio público, a donde quiera que vaya, optaba por usar los buses públicos. Mucho se decía de ellos, que eran sucios, peligrosos e incómodos, pero eso a mi poco me importaba, ya me había acostumbrado desde hacía muchos años.
Y ahí estaba, saliendo con pasos largos y la galantería que lo caracterizaba.
Decidí seguirlo hasta el parqueadero donde tenía aparcado el vehículo y justo ahí tenía preparado todo para realizar esa gran aventura. Sin tiempo que perder, emprendimos marcha hasta la salida de la ciudad; solo eran un par de kilómetros que se debían recorrer para llegar al lugar acordado y la emoción por llegar se mantenía latente.
Luego de salir de la ciudad, la carretera que nos llevaba a aquel destino se tornaba lleno de curvas y, en cada una de ellas, temía que el vehículo se saliera de la carretera, pues había un claro mensaje antes de internarnos por ese camino «curvas peligrosas, alto riesgo de accidentalidad»; tal vez era temor infundado por parte de quien haya puesto aquel letrero, pero Diego aseguró que se trataba de un viaje sumamente corto y, entre más subíamos, el camino se iba cubriendo de una densa neblina y el frío se iba manifestado.
—¿A qué temperatura estamos? —cuestionó Diego, y su pregunta sonó como si estuviésemos dentro de una olla, listos para ser parte de una fila de suculentos platillos. No puedo evitar pensar siempre en comida.
Aguanté una risa y revisé en mi teléfono mientras poco a poco avanzábamos en esa curvilínea carretera que parecía no acabar.
—Quince grados —respondí—, jodido frío hace fuera.
Afortunadamente el vehículo contaba con calefacción interna, de lo contrario, estaríamos temblando por el clima que nos rodeaba.
—Y, cuando lleguemos, alcanzaremos los cero grados —aseguró sin despegar los ojos de la carretera.
—Menos mal vine preparado —indiqué con una sonrisa.
Él también sonrió y los siguientes minutos fueron de silencio.
Finalmente llegamos al lugar acordado, se trataba de un parque natural que fue adecuado con el paso de los años para que diferentes personas acudieran y pudiesen ver una montaña nevada y la naturaleza que le rodeaba. Efectivamente el panorama era bellísimo, aunque la neblina cubría un par de montañas vecinas y el frío era tal que se sentía como estar dentro de una nevera... o incluso más frío.
Dentro del vehículo, cada uno se puso su respectivo abrigo, gorro y bufanda; incluso Diego llevaba guantes tejidos para cubrir sus manos, yo no tenía guantes en casa y tampoco es que los usara en mi diario vivir.
Frente a nosotros, se desplegaba un camino empedrado que se iba empinando y nos llevaba hasta la cima de la montaña; antes de abordar aquel camino, había un puente de tablas que permitía el paso para llegar a la ladera.
Antes de comenzar la aventura, tomamos un té para calentar el cuerpo, poco a poco se comenzaba a sentir el frío del exterior y no me alcanzaba a imaginar cómo sería la temperatura conforme avanzáramos.
Una vez arrebujados en nuestras ropas y con el calor del té fluyendo en el cuerpo, emprendimos la subida. No resultó tan complicado porque era como subir escaleras, pero conforme subíamos, el frío se intensificaba y la respiración se dificultaba un poco; independientemente de ello, el paisaje era bellísimo, la capa de neblina se iba moviendo y se descubrían las montañas vecinas: un panorama que, en el pasado, solo había visto en fotos.
Antes de llegar a la cima había un espacio para descansar después de dicha subida, contaba con un kiosco con varias sillas y un restaurante; no obstante, ambos estábamos decididos a continuar hasta la cima y después devolvernos para comer algo.
Ese era el plan inicial, pero más adelante el clima cambió; si bien el viento había hecho presencia, eso no fue suficiente para detenernos. Más adelante a unos cuantos metros de la cima, comenzó a nevar.
—Es hora de volver, con la nieve no podemos continuar —le dije, pero le resto importancia a mis palabras—. Diego, por favor.
—Ya casi llegamos —insistió él—. Volveremos por el otro camino, hay un lago que no te puedes perder.
Siempre había sido bastante entusiasta y no veía forma de discutirle porque, aunque fuese demasiado desenfrenado, era mi mejor amigo y, a pesar de todo ello, no estaba en malos pasos, no consumía drogas, no hacia cosas malas, ni siquiera tenía tatuajes.
Poco a poco, el clima se volvía más furioso y él insistía en continuar.
—Solo unos cuantos pasos más —aseguraba.
Por la nieve me era imposible poder ver; ya no solo era eso un paraíso nevado, sino también el viento se juntaba y juntos creaban una incesante tormenta. Buscaba las palabras para convencer a Diego de detenernos, pero no podía hacerlo porque el viento era demasiado fuerte y cuando abría la boca sentía el frío tratando de colarse al interior de mi cuerpo y me impedía pronunciar palabra.
Fue cuestión de segundos para perder a Diego de mi vista, no sabía qué hacer y un miedo absurdo se apoderaba de mí.
Comencé a mirar a mi alrededor, solo veía árboles y nieve porque el panorama que antes tenía de montañas vecinas, se convirtió en un paisaje de solo niebla y la nieve que no dejaba de caer.
—¡Diego! —grité a pesar de que el frío se estaba colando por todas partes de mi ser.
Estaba muy asustado y no veía a mi amigo por ningún lado. Pensé en devolverme, tal vez, por el incesante viento, lo había sobrepasado; mas no estaba seguro de que así fuera. Tal vez me había sacado ventaja, después de todo, siempre se caracterizó por ser muy atlético.
Cuando llegué a la cima estaba solo, ya había tomado el otro camino que mi amigo había mencionado y la tormenta de nieve no amainaba.
Seguramente se había quedado enterrado entre la nieve; aunque no estaba seguro de ello, era cuestión de minutos para que ese fuese mi destino.
Para esta ocasión, la nota será bastante breve: me inspiré en un viaje que hice a la montaña hace un par de semanas y aunque no tuve ese cruel final, quise darle ese giro por un disparador que encontré en internet.
Espero haya sido de tu agrado y nos vemos en el próximo relato, no olvides votar y comentar ❤️
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Catarsis © [antología de relatos] ✅
Historia CortaBienvenidos a catarsis, una compilación de cuentos de diversos géneros, entre ellos: romance, misterio, terror, fantasía, entre otros. También, encontrarán relatos con los que participo en los desafíos de los perfiles oficiales de Wattpad. Cada his...