Una puerta en el tiempo

8 2 1
                                    


Moderé la velocidad. Acababa de derrapar en una curva a tan solo setenta kilómetros por hora. No frené de inmediato, cambié de marcha y dejé que el motor ralentizara el movimiento. Solté un suspiro contenido durante algunos segundos seguidos. Agudicé la vista y comprobé que el parabrisas estaba en máxima velocidad. No achicaba agua suficiente. La tormenta era tremenda y las precipitaciones incalculables.Me arrepentí de haber salido de casa a esas horas. Hacía tiempo que no socializaba y otra negativa por mi parte hubiera ocasionado algún enfado que otro. ¡Menudo día elegí para retomar la vida social!Intentaba concentrarme lo máximo posible en la carretera ya que apenas se vislumbraban las líneas que marcaban la calzada y las luces de los coches que se acercaban, deslumbraban más que ayudaban.Quedaban apenas unos diez kilómetros para llegar a mi destino. Unos cuantos amigos habíamos quedado en un pequeño restaurante a las afueras de la ciudad. Aquel lugar fue la única causa por la que salí de casa.Se encontraba en un enclave glorioso, rodeado por cientos de árboles centenarios y un riachuelo que arrastraba agua cristalina. Nos gustaba sentarnos en su orilla y tirar piedras para apreciar los pequeños círculos que se creaban al colisionar; piedra y agua.Hacía diez años que no íbamos. Todos habíamos emprendido una vida que nos alejaba de lo que amábamos en la niñez.Los recuerdos me iban viniendo según iba avanzando a través de la tormenta. El viento soplaba fuerte y la lluvia se dejaba arrastrar por él. El cielo se iluminaba en décimas de segundos por unos relámpagos atroces que rompían el negro del horizonte. Se veía agrietar el cielo en rayas irregulares. El sonido final de cada uno me ponía alerta. Rezaba sin creer y sujetaba el volante del coche con fiereza. Notaba como se tambaleaba por la fuerza de la naturaleza y luchaba en contra con todo mi ser. Decidí parar, estaba de más llegar a tiempo si peligraba mi vida. Me eché a un lado del arcén, en un pequeño claro que encontré.Saqué el teléfono de mi bolso, estaba sin cobertura. Cerré el coche con seguro por precaución y esperé paciente a que cesara la tormenta.Aquel tiempo que permanecí allí, encerrada en tan pocos metros cuadrados, me sirvió para valorar el espacio que ocupábamos en el mundo. Miré a mi alrededor. Estaba rodeada de vegetación. Abrí un poco la ventanilla, me encantaba percibir el aroma a tierra mojada. Después miré hacia atrás, a la parte trasera del coche. Estaba vacío. Podía haber ocupado su espacio con amigos y no invadir la armonía de la naturaleza con tanta tecnología.Experimenté la sensación de ser minúscula, insignificante e innecesaria. Tenía uno de los mejores coches del mercado y no servía de nada en aquella situación.Al cabo de unos minutos, un azulón apareció en el cielo. La lluvia cesó y el viento se calmó. Arranqué el coche y reanudé la marcha. Encendí de nuevo el parabrisas y observé como secaba el cristal. Al cabo de ocho minutos llegué al restaurante. Mis amigos al escuchar el coche salieron corriendo. Los vi aparecer por la puerta parando el trote de golpe._¡Por fin llegaste! _dijo mi amor platónico al acercarse a la ventanilla._Sí, me tuve que parar en la mitad del camino por la tormenta. _aclaré._¿Qué tormenta? _Observé su cara al preguntar. Arrugó la frente y giró la cabeza a ambos lados con movimientos cortos._¡No me digas que no habéis oído la tormenta! _Me sentí bastante extrañada._Pues... no. _Alzó las cejas y volvió a mover la cabeza negando.Salí del coche y estudié cuidadosamente la cubierta. Estaba seca. Miré las llantas, ni rastro de barro, me fijé en el suelo, también impoluto.Guardé silencio. Me acerqué a ellos y los saludé como si nunca nos hubiéramos dejado de ver. Cenamos compartiendo recuerdos de cuando éramos pequeños y confidencias nuevas. Y una vez que terminamos nos acercamos al arroyo. Cogimos un arsenal de piedras cada uno y nos sentamos en la orilla para lanzarlas. Rompí el silencio de la noche para contarles mi vivencia. Todos escucharon atónitos, y mientras lo hacían yo me daba cuenta de que era la única adulta. Saqué el móvil de nuevo y me miré en él. ¡Era una niña! Volví a mirarlos a todos. Estábamos igual que aquel día, el día que perdí la vida en el arroyo.

RELATOS CORTOSWhere stories live. Discover now