47. Nombres

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Narra Mónica

Ya era hora de ver a mis padres, tenía muchas ganas, pero entre el trabajo y proyectos que estaba llevando a cabo en esos momentos, no había tenido tiempo de acercarme hasta aquí. Llamé al timbre, podía haber abierto con la copia de las llaves, pero entonces, ¿qué gracia tendría?, ninguna.

Mi madre no saldría corriendo a recibirme, mi padre no se diría a sí mismo: «ya ha llegado», mientras que iba hacia a la puerta, a mis sobrinos no les sembraría la duda de si era, o no, la tía, no tendrían la tensión de querer saber si era yo la que estaba al otro lado de la puerta, ni a mi hermano se le dibujaría una sonrisa en la cara al ver a sus hijos emocionados. Por eso, llamé al timbre y no introduje mis llaves en la cerradura.

—Mamá...—dije, pero antes de que pudiera acabar ya me estaba abrazando, quitándome la respiración.

Por detrás apareció una ratoncita que venía corriendo como un pingüino, con sus patucos de lana, sus pantalones a juego con una camiseta bordada, un lazo en su pelo castaño y una sonrisa de oreja a oreja. Era Vega, la niña de mis ojos, a la que tampoco tuve tiempo de saludar porque venía corriendo con los brazos apuntando hacia arriba, pidiendo que la cogiera. Así lo hice. La levanté rápidamente del suelo, con fuerza, la necesaria para trasmitirle todo mi amor, di un par de vueltas mientras que la retenía contra mi pecho.

—Hola, mi amor —le dije cuando la dejé en el suelo, le acaricié el pelo y me agaché para verle la carita.

—¡Tía! —me respondió dándome otro abrazo a la altura de mis muslos, yo puse mi mano sobre su espalda y miré al frente, allí estaba mi sobrino.

Álex,  no era tan cariñoso como su hermana pero yo sabía de sobra que era su tía favorita y que me quería con locura, igual que yo a él. Se acercó a mí, y, con cuidado para no hacerle daño a Vega, que continuaba pegada a mis rodillas, me dio un abrazo.

—Hola, ¿qué tal el viaje? —me dijo mientras que sonreía, era un poco más mayor que Vega, pero seguía siendo un niño.

—Hola, pero cuánto habéis crecido —me dirigí a los dos—, dentro de poco ya me vais a pillar, pero, y lo guapos que estáis, esto no puede ser. Más guapos que yo, eso ya no.

Se rieron ante mis palabras, eso me dejó satisfecha.

—Hermanita —me dijo Jesús, que no dudo en abrazarme y en darme 2 besos.

—Dejadme a mí también, ¿no? —levantó la voz mi padre, que se encontraba esperando para acercarse a mí.

—Anda ven aquí, ven y no te me pongas celoso.

Le di un par de besos y le abracé, fuimos pasando hacia dentro de la casa con la única maleta que me había traído, Vega iba subida a ella y yo la arrastraba, siempre hacía eso, le gustaba y yo le seguía el juego.

Mi madre me rodeaba con su brazo por la cintura, éramos como uña y carne, siempre lo habíamos sido, si alguien era mi otra mitad, esa era ella, la persona que me había parido, la que me había criado y enseñado todo lo que sé. La persona a la que le dije que mi pareja era una mujer, sí, una mujer, y tan solo me dijo que cuándo la iba a conocer, y que cuando le dije que era Vanesa Martín se puso a aplaudir, y me dijo: «te has llevado a la más guapa» y yo me tuve que reír, ¿qué hija no lo habría hecho?, y nos tuvimos que reír las dos. Pero es que me reí por partida doble, por su comentario, y por tener un poco de miedo a decírselo, tenía dudas sobre su reacción, luego me acordé de que tenía la mejor madre del mundo y se me pasó.

—Madre mía, he estado a punto de no decírtelo hoy —le dije aquel día.

—Qué tonta eres algunas veces, hija —me contestó quitándole hierro al asunto, le tuve que dar la razón.

«De Tus Ojos»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora