36. Media Sonrisa

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Narra Vanesa

Tras haber estado un par de horas vagando por las preciosas calles de mi Málaga natal, paseando por sus esquinas, mirando la orilla del mar, hundiendo mis pies en la arena y sintiendo las olas rozarme, decidí volver a casa. Asomaban los primeros rayos de sol en el horizonte, me deslumbraban, había llorado sin cesar hasta ese momento, ya no me salían más lágrimas, estaba seca.

La forma en la que se había ido me había dejado una cosa clara, recuperarla no sería tarea fácil, pero seguía teniendo la esperanza de que lo que había hecho no era irreparable. Lucharía por ella, nuestro amor se merecía ser luchado, no podía morir así sin más, lo que habíamos sentido no se apagaría tan fácilmente, conseguiríamos reavivarlo, o, al menos eso creía.

Abrí la puerta exterior de mi casa, mientras me secaba la cara con la manga de la chaqueta, esa puerta daba al camino que llegaba hasta la puerta de mi casa, por donde se accedía a la entrada. Para mi sorpresa, la puerta no estaba sola, me encontré a Mónica sentada en el escalón, con la cabeza apoyada sobre la pared, había la claridad suficiente para poder verla pero no para saber al detalle cuál era su expresión facial.

—Pensaba que estabas dentro —me dijo en un tono bajo, suspirando las palabras, dejándolas volar.

—Yo también te esperaba dentro —le contesté mientras que me acercaba poco a poco a ella, me senté a su lado en el escalón, sin tocarla, y apoyé mi espalda sobre la puerta. Nos quedamos en silencio unos minutos, yo no quería hablar, entendía que todavía era muy reciente todo, dejé que se tomase su tiempo. Aunque, a cada segundo que pasaba, el silencio se me iba incrustando en el alma, poniéndome nerviosa. Las palabras que rompieron el silencio, fueron peores que estar calladas, mucho peores.

—Me voy, he comprado el billete de las 8.

Giró su cabeza lentamente para mirarme, esta vez sí que le supliqué, no solo con las palabras, sino también con mis manos, que se juntaron, se entrelazaron, quería que se quedase, que pudiéramos hablar tranquilamente.

—Por favor, quédate, deberíamos hablarlo —dije, apreté mis labios al acabar para no volver a derrumbarme delante de ella.

—Está decidido, no necesito hablarlo, está todo dicho, necesito tiempo y espacio.

Y cuando me dijo esto se levantó, no miró atrás, introdujo la copia de las llaves que le di días antes en la cerradura, yo me aparté de la puerta, no quería ser un impedimento en su trayecto, no quería enfadarla más. Entró en mi casa, dejó la puerta entornada y pude oír cómo subía las escaleras, pausadamente, sin mucha fuerza. Se suponía que se tenia que ir hoy por la tarde, había adelantado su partida unas horas solo para no verme, dejé de pensar porque me hacía daño.

Yo también pasé, me desnudé y me tiré a la piscina a las 6:30 de la mañana, como se suele decir: «no podía con mi vida», literalmente. Sumergí la cabeza dentro de la piscina para no oír nada más, para adentrarme en el silencio del agua y en la oscuridad de mi terraza, para escuchar tan solo las burbujas que brotaban de mi nariz buscando escapatoria en la superficie. Yo era como esas burbujas en sentido inverso, cada vez me hundía más, para buscar escapatoria en el fondo de mi piscina, mientras que mi pelo se balanceaba alrededor de mi cuerpo. Grité, con toda la fuerza y el aire que quedaba en mis pulmones, se oyó un sonido sordo, acallado por el agua que me rodeaba.

Narra Mónica

El enfado que caía sobre mis hombros en aquel momento no me dejaba pensar con claridad, subí a la habitación, no había dormido en toda la noche, estaba cansada y anímicamente destrozada. No me importó nada de aquello, me puse a hacer la maleta rápidamente, el tren salía en un par de horas y no quería perderlo, ya dormiría en el trayecto hacia Madrid.

Era cierto lo que le dije a Vanesa, necesitaba tiempo y espacio, tiempo para poder asimilar lo que había pasado, que quizás lo nuestro no era tan perfecto como parecía, que quizás no era para siempre, tiempo para pensar. Espacio para poder reflexionar tranquila, para saber lo que pasaría si me alejaba de ella, para saber si la echaría de menos, o no. Por eso había comprado el primer billete que salía desde la estación de Málaga hasta Madrid, para no hacernos más daño dándole vueltas a algo que ya no podía ser cambiado.

Bajé 30 minutos después, habiéndome cerciorado de que no me dejaba nada (aparte de Vanesa), en aquella habitación. Me la encontré sentada en una silla al final de las escaleras, con su pelo mojado y recién peinado, esperándome con unas ojeras que le caían hasta la barbilla, aún así me pareció hermosa. Aunque, la tristeza que aún se hospedaba en mí no me dejaba acercarme en ella sin pensar en lo que había sucedido. Se levantó de la silla nada más verme.

—Deja que al menos te lleve hasta la estación, por favor.

—Ya he llamado a un taxi —dije con un tono demasiado seco, no quería que sonase así.

—Venga Mónica, por favor.

—Vanesa, quédate aquí, de verdad, duerme un poco —le contesté andando hacia la puerta.

—Dime algo cuando llegues.

—Lo haré.

Me cogió con dulzura el brazo, me di la vuelta ante su contacto. Unas horas sin tocarme y ya me sorprendía volver a sentir su piel sobre la mía, «qué rápido se podía enfriar todo», pensé.

—Te quiero.

Quise haberle contestado que yo también la quería, la quería tanto que se me desbordaba el corazón, pero en ese momento no me salió decírselo, no me salió. Tan solo pude regalarle una media sonrisa mientras que abría la puerta y desaparecía de su vista, me odié por ello, pero no pude hacer nada más.


Si has llegado hasta aquí, tranquilidad, todo drama tiene su fin. No pretendo alargar esto demasiado, pero ya que ambas lo están pasando mal, he pensado que debería explicarlo bien. Cuando te enfadas con alguien no se te pasa en cuestión de segundos, necesitas un tiempo y eso es lo que estoy intentando describir mediante estos capítulos.

Muchas gracias por seguir ahí.🥰🥰🥰

«De Tus Ojos»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora