24_ El final

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Los rayos del sol entraban por la claraboya abierta. Una brisa se colaba en la estancia y acariciaba la piel de la muchacha. Respiró hondo. Brisa mañanera. Olor a París. Poco a poco abrió los ojos, tratando de acostumbrarse a la luz. Se incorporó con cuidado. Involuntariamente tocó el lado de la cama que no ocupaba su cuerpo. Vacío. ¿Por qué sentía que faltaba algo? Algo o... alguien. Se quedó pensando en esa extraña sensación de añoranza, de falta pero a los pocos minutos desistió. Se quitó la pereza y se preparó para un nuevo día. 

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Los rayos del sol también se colaron por su ventana. Pero su despertar no fue tan tranquilo. Se incorporó sobresaltado pero no comprendía porqué. Estaba en su cama, en su gran habitación. Tenía el anillo en el dedo y Plagg descansaba a su lado. Entonces... ¿por qué sentía que no estaba donde debía estar? Se sintió desorientado pero pronto pensó que era ilógico. Estaba en casa y no recordaba nada que le hiciera pensar que no debería estar ahí. Así que se sacudió esos pensamientos y se dirigió a la ducha, dispuesto a arreglarse para ir al instituto.

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París parecía la de siempre. Pero a ella le parecía que algo raro había en el ambiente. Conforme caminaba hacia la escuela, trataba de recordar algo de los últimos días pero todo estaba confuso. Aunque parecía que era la única a la que le ocurría. Sus padres no parecían confusos, como sí la habían notado a ella. Pero les quitó la preocupación con un simple "Solo estoy algo cansada" y ellos se lo creyeron.

Los edificios seguían en su lugar. La gente iba de aquí para allá a pie, en coche, en autobús o en bici. No había grietas en el suelo o destrozos que indicaran la presencia de algún akumatizado. Todo estaba en orden. París estaba tranquila. Entonces, ¿por qué ella notaba que había pasado algo?

Tal vez el hecho de no recordar cómo había llegado ayer a su cama era lo que la descolocaba, sumado a los borrosos recuerdos que tenía de los últimos días... o tal vez semanas. Ya no sabía qué pensar. Si no fuera por el calendario de su habitación ni siquiera sabría que día era. ¿Qué le estaba pasando?, se repetía una y otra vez. Inmersa como estaba en sus pensamientos no se dio cuenta de la persona que estaba parada al pie de las escaleras de su instituto, persona que estaba en su camino. El golpe fue inevitable.

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Todo estaba igual que siempre. Desayunó solo, en el silencio de la gran mansión que conocía como hogar. Salió de su casa con tiempo suficiente. El camino en limusina se hizo corto mientras trataba de recordar los días pasados. Pero cuanto más pensaba en ello, menos recordaba. Tenía recuerdos difusos, en algunos de los cuales había una figura femenina de ojos azules. ¿Por qué le resultaba tan familiar? Pero ni eso podía contestar porque su cara y cuerpo estaban borrosos. Entre toda la neblina solo podía ver sus ojos. 

Con la turbación que esas lagunas le provocaban, llegó hasta el instituto. Al salir de la limusina, despidió al chofer con la mano y avanzó hacia las escaleras. Mas no subió. Se quedó ante ellas, allí plantado, observando el movimiento de personas más allá de la puerta, preguntándose qué habría pasado aquellas últimas semanas para que no recordara nada. Llevaba así unos minutos cuando sintió un golpe en su espalda. Un quejido. El sonido de libros cayéndose. Se dio la vuelta y vio a una chica que miraba fijamente a los libros caídos mientras soltaba mil disculpas. Adrien, como buen caballero que era, se agachó para ayudarla a recoger sus libros. Desgraciadamente, la chica tuvo la misma idea y se agacharon a la vez. Tan coordinado fue el movimiento y tan cerca se hallaban uno del otro, que al llegar al suelo sus cabezas chocaron emitiendo un suave sonido hueco. 

Nuestro secreto a vocesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora