16_Frío

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Caminaba por las callejuelas de París tratando de evitar a la gente. Desde que entrara en el instituto, no tuviera ni un descanso de esas miradas furtivas y descaradas a la vez. Una vez en el recreo o en la calle, todo había ido a más. Sus compañeros, sus profesores y gente que pasaba por la calle y que no lo conocía nada más que de verlo en los carteles en los que actuaba como modelo le paraban por la calle y no le dejaban avanzar. Lo atosigaban a preguntas, le pedían autógrafos, fotos y no solo eso sino también que los ayudara con cualquier problema menos que tenían, aunque estuviera fuera de la jurisdicción de Chat-Noir. Era como ser modelo pero multiplicado por mil. Nunca se había agobiado tanto y solo quería llegar a casa. Cuando a lo lejos, las rejas de la mansión en la que se había criado aparecieron en su campo de visión, dio gracias al cielo. Desde que había dejado a Marinette en su casa, la gente lo agobiaba más. Ella tenía un efecto calmante que lo ayudaba con tal situación. Mas, no iba a estar siempre a su lado. 

Echó a correr y en cuanto le abrieron la verja, entró y la cerró con fuerza, temeroso de que lo siguieran. Subió los escalones de dos en dos y cuando cruzó el umbral de la enorme puerta y pudo cerrarla, dejando atrás al resto del mundo, pudo respirar tranquilo. El alivio le inundó el cuerpo y trayendo consigo una sensación de agotamiento. Hasta ese momento no se diera cuenta de que había tenida cada uno de sus músculos en tensión. Después de cinco minutos apoyado en la puerta recuperando el sosiego y la respiración, pudo recorrer los fríos pasillos de aquella mansión en dirección a su cuarto. Caminaba con la cabeza gacha e iba a paso lento cuando se dio contra algo duro y alto. Cuando recuperó el equilibrio, miró el obstáculo que se había interpuesto en su camino. Con asombro comprendió que se trataba de su padre. Al contrario que Adrien, el señor Agreste no mostró su asombro, ni siquiera miró a su hijo más que un segundo. Después clavó sus ojos en la lejanía y con un voz de tono neutro, le dijo:

-Eres tu, hijo. 

Aun sorprendido por la frialdad de su padre, observó como este siguió su camino sin dirigirle siquiera una mirada rápida. Normalmente no era cariñoso pero aquella distancia que había interpuesto entre ellos ese día lo dejó sin palabras. Era como si no existiera, como si no estuviera allí lo cual le sorprendió. Estaba seguro de que su padre no ignoraba el hecho de que él era el superhéroe que protegía París. Lo más lógico es que su padre viera en él una oportunidad inigualable. Adrien Agreste como modelo arrancaba suspiros pero si este ya también era Chat-Noir, el superhéroe por el que suspiraba medio París... Una oportunidad que no se repetiría y él la estaba desaprovechando.

Tratando de comprender este inusual comportamiento, subió a su habitación, encerrándose allí por el resto de la tarde. Pasaron las horas y nada se escuchaba más allá de las paredes de la habitación de Adrien. Ya se ocultaba el sol tras los tejados de la moderna París cuando alguien llamó a la puerta de la habitación de Adrien. Los golpes en la madera sorprendieron al joven, que tras unos segundos de aturdimiento se levantó a ver al visitante inesperado. Recordó el semblante frío de su padre y algo le dijo que no seria él. Cuando abrió la puerta, unos ojos azules le observaron enmarcados por un mechón negro que caía por la frente de la ayudante de su padre. Nathalie lo observaba desde el pasillo de esa forma tan particular, con cierto cariño después de verlo crecer pero con un toque frío propio de un extraño. No hizo nada que le indicara al muchacho que pretendía entrar. Se quedo callada unos segundos hasta que su seria voz rompió el silencio. 

-Tu padre me ha mandado a comunicarte un mensaje importante.

Aquello puso de los nervios a Adrien. Antes lo había ignorado de forma descarada, sin mirarle cuando le hablaba, una total falta de respeto. Pero esto ya sobrepasaba sus límites. Nunca comprendiera su comportamiento. Su padre era así y punto. Desde que su madre muriera, había congelado su corazón y cualquier muestra de cariño era una completa ilusión de un niño desconsolado por la pérdida de su madre. Cada acto de indiferencia era como una puñalada a su corazón. Y esta vez se había pasado pues nunca le había faltado al respeto de aquella forma. Apretó la puerta lo más fuerte que pudo con la mano con la que la sujetaba en un intento vano de tranquilizarse. 

-¿Acaso no puede venir él? ¿Tan ocupado está?

-No le ha sido posible venir.

Las frías y cortantes respuestas de Nathalie lo pusieron todavía más furioso. Apretó la mandíbula para no soltar lo que estaba pensando. Nathalie no tenía culpa del comportamiento de su padre. Respiró hondo un par de veces antes de hablar.

-¿Cuál es el mensaje?

-Por la seguridad y mayor comodidad de todos, ha sugerido que durante unos días te quedes en casa de un amigo. Tendrás a tu guardaespaldas como siempre pero dejarás tus actividades cotidianas, centrándote en tus estudios y saliendo lo menos posible para evitar problemas hasta que las cosas se calmen y volvamos a la normalidad...

-¿La normalidad? Nathalie, todo París sabe que soy Chat-Noir. Todo París sabe que el célebre modelo Adrien Agreste es superhéroe cuando no está posando. Jamás me dejarán en paz. ¿Qué va a hacer el señor Agreste con esta situación que no puede controlar?- dijo con cierto sarcasmo- ¿Me va a echar de casa de por vida? ¡Esto no va a pasar de aquí a una semana, Nathalie!

-Adrien, cálmate. Solo es temporal.

-Ya claro- dijo la voz en grito. Salió de la habitación dando un portazo y se dirigió al despacho de su padre. Accedió a la estancia en la que el señor Agreste pasaba tanto tiempo. Su padre se encontraba de espaldas a él, observando un enorme cuadro de su madre cuando era joven, retrato que presidía la estancia. Adrien avanzó hasta que la enorme mesa de roble llena de papeles le cortó el paso.

-Sinceramente estoy harto de que me trates como a un extraño, de que te niegues a mirarme, de ser solo para ti un modelo más que te puede aportar fama o dinero. Estoy harto de que me trates con frialdad e indiferencia. ¡Soy tu hijo, joder! ¡Compórtate como un padre por una vez! O al menos como un hombre y ven a decirme tu mismo que no me quieres en tu casa. Sin escusas tan banales como que es por mi seguridad. Porque esta cada es uno de los refugios más seguros de París. Es más, solo me iré si tienes la valentía de dejar de mirar a mamá y me miras a mí, a los ojos, mientras tú mismo dices que no quieres en tu casa a tu propio hijo. 

Cuando el rubio acabó su discurso acelerado, el hombre se giró lentamente, clavando los ojos en los de su hijo, del mismo color verde intenso que hasta hace nada había observado en el retrato. Por un momento lo miró con cariño pero cuando recordó lo ocurrido, la abrumación volvió a él y su reacción fue la misma de siempre. Frío. Distancia. Nada del amor que un padre procesaba a su hijo. Había disputas más importantes bajo la superficie. Disputas que Adrien ignoraba y que eran las que forzaban al señor Agreste a echarlo de su casa un tiempo. Si no estaba, si no sabía donde estaba, no le haría daño. Debía mantenerlo lejos. Lo amaba. Era lo único que le quedaba del amor de su vida y de su vida anterior. Pero las cosas estaban algo fuera de su lugar y por la seguridad de su hijo, debía separarlo de él. El amor y el interés se habían encontrado y le tocaba a él alejarlo del lugar más peligroso en ese momento: esa casa. Así que hizo acopio de todo el valor que pudo e ignorando la parte de su corazón que se rompía y la parte de su cerebro que le impedía formular aquellas palabras, dijo:

-Por tu seguridad, es mejor que pases unos días alejado de esta casa.

Su voz no transmitía sentimiento alguno. Sus ojos eran fríos. Su cuerpo, aunque en tensión, se mostraba relajado a ojos de Adrien. No sentía ni pena, ni dolor, ni preocupación. Como si acababa debajo de un puente, a él le daría igual. La expresión de Adrien paso de ira a asombro y después adoptó la misma frialdad que la de su padre. Se enderezó, asintió con la cabeza y se fue por donde había venido, decidido a hacer la maleta y buscar un lugar más acogedor que su casa (algo no muy difícil) para asentarse esos días. Sintió la mano de Nathalie en su hombre antes de abrir la puerta de su habitación. 

-Adrien, cálmate. Esto no es definitivo. No sé lo que habrá pasado pero todo se va a arreglar pronto.

-No. Deja de defenderlo. No va a pasar y me da igual. Si no me quiere en su casa, no me vera. Mi aquí ni en ningún lugar.

Fueron sus últimas palabras. Después entró en su cuarto y volvió a cerrar con un portazo. Dentro, se apoyó en la madera blanca, echando atrás la cabeza. Dos rebeldes lágrimas corrieron por sus mejillas pero ningún sollozo o suspiro se escuchó. Su padre no se lo merecía. Segundos después escuchó el repiqueteo de los tacones de Nathalie a través de la puerta y perdiéndose en los pasillos de aquella mansión que poco tenía ya de hogar para Adrien.

Esa tarde, Adrien recogió sus cosas lo más rápido que pudo y sin despedirse, con Plagg a su lado, desapareció en el interior de la limusina que todos los días le llevaba a casa de Marinette y se perdió en las calles de París en busca de un refugio para su dañado corazón.

Nuestro secreto a vocesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora