17_Tú eres mi hogar

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La tarde era soleada. Marinette estaba sentada en la pequeña terraza que tenía su habitación, dejando que los suaves rayos de la tarde le acariciaran la piel. Aunque en apariencia estaba calmada, miles de pensamientos cruzaban su mente. El rubio no había dado señales de vida y se estaba preocupando. Comprendía que se mantuviera apartado. El agobio le podía y ella lo comprendía y solo quería apoyarle y estar con él. Había pensado en visitarlo aquella noche y confesarle que ella era en realidad su compañera de aventuras. Reuniera valor durante toda la tarde para decírselo. Aunque las palabras sobraban. Solo tenía que transformarse delante de él y... secreto revelado. Y así lo haría. Adrien merecía conocer la verdad. 

Tan ensimismada estaba en sus pensamiento que Tikki tuvo que ponerse delante de ella y gritar su nombre con esa dulce voz suya para llamar su atención.

-¿Qué pasa?

-El móvil lleva sonando varios segundos. Estás tan perdida en tus mente que no te das cuenta y no es una llamada que vayas a rechazar.

La expresión de Marinette se llenó de contrariedad. ¿Qué le querría decir su pequeña amiga? Fijó su mirada en el teléfono y cuando vio el nombre del contacto una mezcla de asombro y alegría hizo saltar su corazón a la vez que se precipitaba a responder.

-¿Di...diga?

Trató de tranquilizarse, no podía tartamudear, aquella etapa ya la había pasado hacía tiempo. Cierto era que llevaba toda la tarde preocupada sin saber de él pero  debía mantener la calma. Si la llamaba era porque realmente la necesitaba. Sino se hubieran mensajeado. Escuchó la fuerte respiración del muchacho al otro lado de la línea. Pasó un minuto cuando su angelical voz inundó sus oídos pero esta tenía un cierto punto de amargura.

-Marinette, ¿podrías hacerme un favor?

* * * * * * * * * * * * * * * * * * 

Había llamado a su pequeña lista de amigos y ninguno podía cogerlo. Nino tenía problemas en casa y no podía quedarse. Chloe no era una opción: se metería en el tema o le acosaría y no quería meterse en esos problemas. A pocos más pregunto y nadie podía hasta que Marinette fue la primera chica en la que pensó. Sabía que ella no se negaría a ayudarlo y la verdad era que deseaba quedarse en su casa más que en cualquier otra. Ella lo tranquilizaba y le hacía sentir querido como nadie lo conseguía desde que su madre muriera. Eso era una sensación extraña y extraordinaria a la vez para el muchacho. Se sentía tan dolido, traicionado por su propio padre... Ni siquiera podía pensar en ello. Cuando lo hacía, las punzadas en el pecho eran horribles. 

En cuanto escuchó el sí de la chica que amaba, sus ojos volvieron a tener brillo y una sonrisa apareció en su rostro por primera vez desde que se había separado de la muchacha hacía apenas unas horas. Pero esas horas le parecían siglos con lo que había pasado en ellas.  Ya no se sentía a gusto en su hogar después de la traición de su padre, cosa que ya le daba igual. Iba a estar en un hogar normal con una familia normal y cariñosa como la de Marinette. Se relajó un poco en el asiento, suspiró y dirigió su mirada hacia los edificios que había más allá del Sena. París se veía hermosa esa tarde. El sol iluminaba cada rincón del mundo negándole solo su calidez al alma del muchacho, que tan solo se sentía en esos momentos. 

En menos de lo que supuso, la limusina se detuvo y supo que habían llegado a la dirección que le había indicado a su guardaespaldas. Abrió la puerta y un rebelde rayo de luz se coló en la limusina negra. Salió de aquel vehículo y con su bolsa cargada a la espalda se dirigió a la llamativa pastelería de la esquina. Conforme se acercaba a la puerta, se deleitaba con la vista de diversos pasteles de colores que le hacían la boca agua. Había de manzana, de fresas, de nata, de chocolate, bizcochos, flanes, macarons, pastelitos, bombones... y cada dulce con mejor pinta que el anterior aunque todos exquisitos. En cuanto abrió la puerta del local, el aroma a dulce le invadió las fosas nasales. No pudo evitar inspirar hondo a cada paso que daba, deleitándose con el perfume que aquellos manjares desprendían. Como si caminara por el país de los dulces, llegó hasta el mostrador donde le esperaba una señora bajita con expresión tan dulce como sus pasteles, la madre de Marinette, la cual le dedicó una sonrisa de bienvenida. 

Nuestro secreto a vocesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora