9_El regreso

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Aquellos días se le hicieron eternos. Los segundos le  parecían horas. Desde el amanecer hasta el atardecer pasaban siglos. Aquellos días había disfrutado de una tranquilidad que en la ciudad habría sido imposible. Aunque las sonrisas que esbozaba eran en su mayoría falsas, para contentar a sus padres. Pues sus preocupaciones iban más allá de los acontecimientos que tenían lugar en su centro de enseñanza o entre sus amigos. París ocupaba su mente, la seguridad de sus ciudadanos, de sus amigos, de todo aquello que conocía. Eso no se lo podía decir a sus padres, estaba claro. 

El nerviosismo y la angustia crecían en su interior. Aunque Tikky intentaba calmarla, eso no era suficiente. Ni la presencia de la naturaleza, ni el dulce sonido del viento entre los árboles, ni la continua presencia del cálido sol de primavera ahuyentaban sus preocupaciones.

Por suerte para su salud mental, los dos días ya habían pasado. Sentada en en asiento de atrás del coche de sus padres, miraba por la ventanilla, impaciente por la inminente llegada. La ventanilla estaba bajada y el viento le golpeaba la cara, aliviando el calor que predominaba dentro del vehículo. Habían salido muy temprano pues se tardaban unas horas en llegar. Según su padre estarían en París para las últimas horas de la tarde. Por lo que tendría que aguantarse con aquella inquietud hasta entonces. 

Quería pensar que todo estaba bien, que Nature no había vuelto a atacar y que todo seguía igual de tranquilo en su tierra natal. Pero algo le decía que la tranquilidad de los días anteriores solo había sido la calma previa a la tormenta. ¿Qué tormenta? ¡Una tempestad! Tan devastadora que cuya fuerza destrozaría París. Esperaba estar equivocada. El extraño comportamiento de Tikky que, a diferencia de los días anteriores, estaba callada mirando el horizonte, pensativa, no ayudaba a calmarla. 

Cada vez que el kuami la pillaba observándola, sonreía para disimular. Lo que no sabía es que así no engañaba a su amiga y portadora. 

-Cariño, ¿qué tal lo has pasado estos días?

La dulce voz de su madre sacó a Marinette de su ensimismamiento. Apartó la mirada de las montañas que se alzaban en la lejanía para fijarla en los ojos azules de su progenitora. esta se había girado levemente para poder mantener contacto visual con su hija.

-Bien. Ha sido... relajante.

De nuevo la sonrisa, esa que parecía tan real pero no lo era. Aunque eso solo lo sabía ella y su kuami, que se ocultaba en su bolso. Su madre le devolvió la sonrisa, convencida de las palabras de su hija.

-¡¿Ves como al final no ha sido tan malo como pensabas?!

Su tono era tranquilo, no había reproche en él. Se notaba que solo quería lo mejor para Marinette. Esta asintió. Su padre, que había estado concentrado en la carretera, intervino en la conversación por primera vez. 

- Tal vez volvamos de vez en cuando. Es bueno para todos.

No sabría qué decirte, pensó la joven. Pero no lo dijo en alto. Sería un comentario que tomarían a mal y que ella no podría aclarar. ¿Para qué acabar con la felicidad que sentía? 

Después de eso, sus padres se enfrascaron en una conversación que permitió a Marinette abstenerse durante el resto del viaje. Volvió a clavar la mirada en el horizonte, deseando ver aparecer los tejados parisinos así como la punta metálica del monumento que representaba su hogar mundialmente. 

Pasaron las horas, el sol continuó su trayecto por la inmensidad del cielo. Las primeras estrellas comenzaban a brillar débilmente en el firmamento al tiempo que el tiempo se teñía de los más bellos tonos de naranja y rosado cuando la familia vio alzarse ante ellos la ciudad en la que habían vivido durante tantos años. La cara de Marinette se iluminó y en sus ojos brillaron las más bellas estrellas. Ya estaban más cerca. Y de lejos parecía que no había sufrido daño alguna. Eso alivió un poco a la muchacha, aunque aún sentía una cierta angustia que se negaba a abandonarla. 

Nuestro secreto a vocesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora