5_Contigo en París

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La tarde fue maravillosa para ambos jóvenes. Las horas pasaban entre comentarios y risas. Ante la presencia de Adrián, Marinette pronto dejó de lado la angustia y la preocupación que la atenazaba para dar paso a un abanico de sensaciones que ya nunca había experimentado. Esa tarde fue un recordatorio de por qué amaba a ese chico de ojos verdes.

Por otro lado, los sentimientos de Adrián solo se embarullaron, volviéndose mas confusos. Amaba a Ladybug, pero es que Marinette lo hacia sentir tan feliz, tan diferente, tan... Vivo.
Cada vez que reía, el corazón del chico se llenaba de alegría, cada vez que le confesaba algo, cada vez que compartían una anécdota graciosa, cada vez que descubrían tener un dato en común... Cada vez que sus ojos azules como el mar lo miraban, una extraña sensación que no acertaba a describir le nacía en el vientre. ¿Son estas las mariposas del que todo el mundo hable? ¡No! ¡Imposible! Yo amo a Ladybug... O eso creo, se decía a si mismo. La duda invadía su expresión aunque se empeñaba en ocultarla tras una sonrisa que volvía loco al corazón de Marinette.

Y así pasaban las horas. A media tarde, Adrián le propuso ir a dar un paseo en barco por el Sena. Tras obtener los billetes, se subieron a una bella embarcación blanca que lo llevaría a recorrer el río a lo largo de la ciudad, hasta acabar en la Torre Eiffel.

Estaban en el interior, sentados en una mesa al fondo del lugar. Al ver que se llenaba y no iban a poder escucharse, Adrien cogió de la mano a Marinette y la arrastró consigo hasta la cubierta superior. Quería estar a solas con ella, se sentía tan bien a su lado. 

La cubierta superior ofrecía unas vistas increíbles del Sena y de la ciudad que se extendía más allá de las orillas del río. El sol se estaba poniendo en la lejanía y, sin embargo, la cálida brisa no abandonaba el lugar. Marinette se acercó a la barandilla, cerró los ojos y extendió los brazos. Le encantaba la sensación del sol sobre ella, la forma en que sus rayos acariciaban con dulzura su piel y el aire golpeaba su cara con ternura. Respiró hondo, desde la batalla no desperdiciaba la oportunidad de inundar sus pulmones con aquel gas tan refrescante. Le daba igual que aún le molestara la traquea o los mismos pulmones. 

Tan absorta estaba en disfrutas de aquel momento que no escuchó a Adrien, que se había acercado hasta ella. Este rodeó a la muchacha con sus brazos y apoyó su barbilla en la coronilla de la morena. Al notar el contacto de sus cuerpos, Marinette se paralizó. Nunca había estado tan cerca del amor de su vida como lo había estado aquel día. ¿Acaso había muerto y subido al cielo y ni siquiera se había dado cuenta? Se esforzó por mantener la postura y esconder su excitación. No quería asustarle y que se alejara. Así que, con un leve temblor recorriéndole las piernas, mantuvo los brazos en alto y se centró en el aire que llegaba hasta ella, ahora mezclado con el maravilloso aroma del muchacho. 

Adrien también disfrutaba del momento todo lo que podía. Había cerrado los ojos y se esforzaba por apartar las dudas de su mente. Estaba concentrado en el aroma a flores que le llegaba desde el cuerpo de Marinette. ¡Qué aroma tan embriagador!, pensaba para si mismo. Le encantaba. Sin saberlo, ese pasaría a ser su aroma favorito. Sentía el menudo cuerpo de la muchacha bajo sus fuertes brazos. Estaba dispuesta a protegerla de todos los males que quisieran acabar con ese momento, aunque tuviera que transformarse en Chat Noir para protegerla. Pero eso no iba a ser necesario. Inspiró profundamente, él también aprovechaba cada oportunidad para llenar sus pulmones de oxígeno. 

No querían que aquel momento acabase nunca. Al final Marinette controló el molesto temblor pero no puedo reducir el veloz latido de su corazón. Por un momento creyó sentir el de Adrien, que iba tan rápido como el de ella. Ambos corazones latían al compás, como solo pueden hacerlo aquellos que están destinados a amarse por siempre. 

Pasó el tiempo, aunque no podrían decir cuánto exactamente, y el barco se detuvo. La sirena sonó informando de que el trayecto se acababa ahí. A pesar de que el momento se había acabado, la magia no se esfumó. Adrien, sin apartar el brazo izquierdo de su cuerpo, subió el otro hasta juntar las manos de ellos dos. Ella bajó el otro brazo al tiempo que entrelazaba sus dedos con los de él. Observaban fijamente sus manos agarradas en alto. Parecían estar hechas para encajar a la perfección. Después, él las elevó y le hizo dar una vuelta como si fuera una bailarina hasta quedarse cara a cara, volviéndose a perder en aquel pedazo de cielo que eran sus ojos.  Le sonrió de forma tierna y la guió hasta las escaleras. 

Nuestro secreto a vocesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora