XVII

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Desperté luego de un par de horas, y cuando miré por la ventana el sol ya había vuelto a salir. Emily se fue después de charlas durante bastante tiempo, e incluso se quedó a cenar conmigo luego de que recibiera un mensaje de mi madre diciendo que se retrasarían y no los esperara. Rodé en mi cama un par de veces, y me froté el rostro con la palma de mi mano.

No podía explicarlo, pero, me sentía tan mal por dentro. Tenía ganas de llorar, pero las lágrimas no salían, aun así, el picor en mi garganta solo aumentaba y aumentaba.

Tome mi teléfono y entre a la aplicación de correos electrónicos, en esta estaba el mensaje que me había llegado anteayer en la mañana. Era del cazatalentos que había presenciado el partido final, partido que ni siquiera llegó a jugarse, en este no había mucho, solo la información básica que debe tener una carta seguida de un: estamos evaluando su situación.

No entendía bien qué significaba eso, pero no sonaba nada bueno.

Alguien golpeó la puerta de mi habitación, y entró antes de que emitiera una palabra. Era mi madre con una sonrisa bastante falsa que podía notarse de lejos, últimamente pareciera como si me tuviera lástima. Yo me tenía lástima.

—¿Qué sucede? —pregunté, mi vista estaba puesta en el techo.

—Te están esperando abajo —respondió en un susurro.

Como si las sábanas me quemaran me levante de la cámara y corrí hasta el primer piso, por un momento tuve la ilusión de que Ethan había venido a buscarme. Pero no fue así. Parados en el medio de la sala estaban mis amigos: Emily, Nathan y Sophia, los tres parecían algo incómodos de volver a estar juntos, pero en cuanto me vieron pusieron su más sincera cara de felicidad.

Y por primera vez en varios días, no vi que alguien me mirara con lástima, sino con compasión.

—Hola —dije bajito.

—Hola —dijeron de la misma forma.

—¿Qué pasa?

—Sabemos que devolviste tu traje para el baile de graduación —hablo esta vez Sophia, cuánto la había extrañado—, no puedo dejar que vayas con esa ropa sin estilo que usas a diario. Aún podemos conseguir uno si vamos ahora.

—Tiene razón —se sumó Nathan—, todavía es temprano.

Sonreí.

—Realmente no tengo muchas ganas de asistir.

—Tienes que hacerlo, Seb —Emily no se quedó atrás —. Esto solo pasa una vez en la vida y nos negamos a disfrutarlo si tú no estás ahí.

De alguna manera ahora me encontraba en una de las tantas tiendas del centro comercial más cercando a mi casa con una histérica peli rosa gritándole a una de las encargadas porque razón ya no quedaban más trajes blancos. Realmente quería interrumpir, decir que el color no me interesaba en absoluto, y que asistir al baile tampoco lo hacía, pero me quedé callado.

Últimamente, me quedaba callado por todo y eso no me gustaba.

Nathan llegó a mi lado sosteniendo un batido de maracuyá, el cual decidió irse a comprar tras notar que no saldríamos del local en un largo rato. Lo observé por unos momentos, y sentí un poco de envidia, Nathan era heterosexual, a mí también me gustaría serlo.

—De acuerdo, nos vamos —soltó de repente Sophia, parecía cansada—. Es inaceptable que no cuenten ni con la mitad de los productos necesarios para formar una tienda.

Y sin más, atravesó las grandes puertas de vidrio, dando por terminada la situación.

—Disculpe —susurre, hacia los empleados. Estos movieron las manos restándole importancia, cuando crucé el umbral pude notar que a nuestras espaldas habían comenzado a cuchillar.

Mi rostro se transformó.

—Ignóralos —Emily llego a mi lado sujetándome del hombro y dándome una leve palmada en la espalda—, solo hablan por hablar.

Y por más que intente hacerlo, un raro dolor en mi pecho no me lo permitió.

Termine llegando a casa dos horas más tarde con un traje blanco y detalles negros en la solapa en mano, junto a un par de zapatos elegantes y una corbata. Deje las bolsas sobre las escaleras y me dirigí a la cocina por un poco de agua. Había demasiado silencio para ser sábado, por lo que supuse que mi madre junto a Thomas se habían marchado.

El sonido de la puerta de mejorada abriéndose me puso los pelos de punta, si los mencionados anteriormente no se encontraban dentro, la única persona que podía estar entregando era nada más y nada menos que mi padre: persona con la cual no he mantenido una conversación tras el asunto en el partido final.

Entró a la cocina y se quedó unos minutos apoyado en la isla, observándome en silencio, de momentos se aclaraba la garganta o movía las manos de forma sutil, como si quisiera decir algo, pero no lo hacía. En cambio, solo suspiraba y bajaba la mirada.

—¿Me repudias? —pregunté, cansado de la situación—, porque desde el partido ni siquiera me has podido mantener la mirada durante cinco segundos.

No contesto.

Mis ojos se inundaron de lágrimas y solté una pequeña risa.

—Lamentó no ser lo que querías que sea, padre.

Entonces, cuando estaba a punto de dirigirme a mi habitación; —Nunca podría sentir asco de mi propio hijo —hablo.

—Parece como si lo hicieras —suspire—, realmente lo he estado considerando estos últimos días.

—No sé cómo actuar, Seb. Yo tenía planes contigo y ahora...

—Por un maldito segundo, ¿acaso no podrías actuar como un padre al cual le importan más los sentimientos de su hijo que el mismo? Estoy tan cansado de esto, tan cansado. Durante años hice lo que querías, entrene día y noche, fui a escuelas, clubes, campamentos de verano solo para complacerte, me perdí la mitad de mi niñez entrenando. Hice tanto para que estuvieras orgulloso de mí, tanto para que algún día, cuando te enteraras de que aparte de las chicas también me gustaban los chicos, aun así me quisieras de la misma forma.

—Si te quiero —contraatacó—. Todas esas cosas, pensé que las disfrutabas.

—Pues tienes una forma muy extraña de querer —conteste, entre lágrimas—. Y sabes, si lo disfrutaba, pero no sé si era porque yo en verdad lo quería, o porque lo único que me interesaba era complacerte.

Todo lo que soy [LGBT]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora