~ CAPÍTULO 4 ~

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   Logan

Estaba en un descanso del trabajo, tomándome un café con Lucy, una compañera y amiga cuando el móvil sonó.

Llamada entrante de Papá.

-¿Qué quieres?- dije al descolgar el teléfono y llevármelo a la oreja.

-Hijo, yo también me alegro de oírte.

-Papá estoy trabajando.

-Lo sé, solo te llamo para recordarte que el avión de Audrey aterriza en 2 horas y tienes que ir al aeropuerto a recogerla.-me indicó.

- Mierda, la cría.- pensé pero no contesté.

-Ya se te había olvidado.- dijo mi padre.- A decir verdad no me extraña. - puntualizó.- Pero no te preocupes ya he avisado a Sebastián para que vaya a por ella.

-De acuerdo.- fue lo único que salió de mi boca.- Si eso es todo, ahora te tengo que dejar que estoy trabajando.- añadí.

-Esta bien, ya hablaremos.- colgó.

Aleje el teléfono de mi oído y lo guardé en el bolsillo de mi americana.

-¿Quién era?- preguntó Lucy después de darle un trago a su café con leche.

-Mi padre.

-Vaya y ¿Qué quería?

-Recordarme que hoy viene la hija de un amigo suyo a vivir a mi ático.

-¿Por eso estás tan tensó?- preguntó.

-Por eso y por el caso que llevó ahora.

-Si quieres puedo ayudar a relajarte.- comentó cruzándose de piernas dejando a la vista sus morenos muslos.

-Te lo agradecería.

-Genial, está tarde en el Pub de siempre.

-Allí estaré.-

Lucy se terminó el café y volvió a la oficina, yo me quedé un poco más en la cafetería en la que nos encontrábamos. Esta estaba situada cerca de nuestro edificio y era bastante normal, no tenía nada en especial, de hecho creo que si no estuviera tan cerca de la oficina ni siquiera nos fijaríamos de que existe.

Le empecé a dar vueltas al café negro que tenía delante pensando en que iba ha hacer yo con una chica de veintidós años que se comporta como una adolescente viviendo bajo el mismo techo que el mío y si sigue igual de buena que con dieciséis vamos bien.

Deje esos pensamientos a parte, me termine lo que quedaba de café de un trago, que asco, estaba helado, me levanté de mi asiento dejando un par de billetes encima de la mesa, abroché el botón de mi americana y salí del local.

Empecé a caminar por el Downtown de Nueva York hasta que llegué a mi edificio, digo mío porque literalmente lo es, soy el dueño de la empresa por lo tanto también el edificio que compre y restaure hasta convertirlo en lo que es hoy, un edificio de veinticinco plantas, con ventanales gigantes y espacios modernos y minimalista, sinceramente si no me dedicará a la abogacía sería diseñador de interiores, a lo mejor lo fui en una vida pasada, quien sabe.

Entré en el edificio.

En la recepción estaba Marta, sentada frente a su ordenador detrás del mostrador, la saludé y me recordó que en dos horas venía mi cliente para hablar del caso, no era un caso complicado pero ninguna de las dos partes daba su brazo a torcer y eso me sacaba un poco de mis casillas.

Se supone que Marta es la recepcionista, no mi secretaria. Nunca había tenido una pero supongo que ahora con Audrey, Marta estará más tranquila, bastante tenía ya la mujer con su trabajo y tener que cuidar de dos niños de siete y diez años como para encargarse de mi.

Más allá de lo racionalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora