Audrey
-Lo... siento.- Articule como pude. Me sentía súper avergonzada.
Cuando se percataron de mi presencia se separaron, ella se tapó como pudo y él se abrochó torpemente la camisa.
Estaba paralizada.
-Yo...- Reaccioné y cerré otra vez la puerta de mi habitación.
Me volví a la cama e intenté volver a quedarme dormida pero no lo conseguí, por lo que me rendí.
Decidí aunque con miedo de volver a encontrarlos salir de mi habitación.
No estaban, normal, pero tampoco se oía nada.
Qué raro pero así mejor, no me malinterpretéis, es su casa y su vida, puede hacer lo que quiera pero podría tener cuidado y un poco de respeto. Está claro que no hemos empezado con buen pie y esto no tiene pinta de que vaya a mejorar.
Camine por el pasillo hasta que llegue a la estancia principal.
En ella se encontraba el salón que contaba con un sofá inmenso de terciopelo blanco, una mesita en el centro, un mueble en el que había una inmensa televisión y una estantería.
Tengo que reconocer que era una casa muy moderna y estaba todo muy ordenado y cuidado.
Al otro lado se encontraba una cocina de estilo Americana. Sus muebles eran grises y contaba con una barra con un par de banquetas.
Me adentre en la cocina en busca de algo de comida.
No había comido nada en todo el día y eran las nueve de la noche.
Estaba rebuscando en la nevera buscando algo de comer cuando oí una voz detrás mía.
-Me preguntaba cuánto tardaría en atacar la nevera.- Dijo Sebastián.
Me giré para mirarle, era un hombre bastante robusto y atractivo, por que todos tenían que ser tan guapos, su cabello era dorado, sus ojos oscuros, casi negros y tenía una barba bien cuidada, debria de tener unos treinta años.
-Pues ya ves.-Conteste con una sonrisa en la cara.-Pero no encuentro nada que me convezca.-Añadí
-No soy un gran chef pero puedo hacerte unos Mac & Cheese.- Propuso.
-Te lo agradecería, estoy hambrienta.-
Sin pensárselo dos veces, Sebastián entró en la cocina y se puso manos a la obra.
Mientras cocinaba estuvimos hablando de todo un poco, quién lo iba a pensar, detrás de esa fachada tan fría y dura se escondía un hombre encantador.
-¿Siempre es así?- Pregunté dándole un sorbo a un vaso de agua.
-Así ¿Cómo?
-Tan engreído.-Conteste.- ¿Siempre va con aires de superioridad?
Sebastián se limitó a reír.
-Pues no sé qué contestar, Audrey, es mi amigo y está claro que no es la mejor persona pero no creo que vaya mirando por encima del hombro a nadie.
-Será cosa mía .- Respondí.
Comí la pasta que me había preparado Sebastián,que no estaba nada mal.
Le pregunté sobre el trabajo ya que mi supuesto jefe no hizo acto de presencia en toda la noche. Me explicó a qué hora salía de aquí para ir a la oficina y donde se situaba dicho lugar entre otras cosas.
Termine la cena.
Deje las cosas en el fregado y las limpie con ayuda de Sebastián todo lo que había usado.
Al terminar me despedí de él y volví a mi habitación.
Ya era tarde así que me lave los dientes y me fui directa a dormir.
Sólo conseguí dormir tres horas seguidas hasta que me desvele. Otra vez estaba sudando, acababa de tener una pesadilla, de las que se repiten todas las noches desde que tengo dieciséis años.
Me desarropé y salí de mi cuarto, estaba todo oscuro exceptuando una luz tenue procedente del salón.
Por inercia me dirigí hacia allí.
Me encontré con la misma sala que había visto horas atrás a diferencia de que ahora se podía ver si te asomas al enorme ventanal todo Nueva York iluminado.
Me asomé y flipé, era increíble, se veían los edificios iluminados e incluso coches, COCHES, era tardísimo y aún así había coches circulando.
Tras un rato observando la ciudad seguía sin tener sueño, busqué alguna forma de entretenerme y de que me entrase de nuevo el sueño. Mis ojos se posaron en la estantería que había al lado del mueble de la televisión.
Me acerqué y le eché un ojo.
Tenía libros de todos los estilos, clases y tamaños.
Me decanté por uno que no había visto nunca, era antiguo por eso llamó mi atención.
Me senté en el sofá al lado de la lámpara que estaba encendida, me arrope con una manta que encontré y me dispuse a leer.
En la primera página había escrito un montón de fechas, supuse que serían de las veces que había leído el libro.
Continúe leyendo y no sé en qué momento me volvió a entrar el sueño y me quedé dormida con el libro entre mis piernas.
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Más allá de lo racional
RomanceAudrey Hamilton es libre, rebelde e independiente. Nunca le han gustado los juegos de sus padres por eso ellos hartos de su comportamiento deciden mandarla a vivir a Nueva York, concretamente, a casa del hijo de unos amigos suyos, Logan Ross, un chi...