Gris.
Esa era la palabra que se ajustaba a mi estado de ánimo en los días siguientes al cumpleaños de Carla, y lo mejor de todo era que nadie podía culparme.
Otro estornudo salió a toda velocidad, haciéndome cerrar los ojos con fuerza, y lastimando mi garganta todavía más de lo que estaba. Sorpresa, también estaba enferma. Bueno, era lo más lógico, teniendo en cuenta que regresé a casa esa noche con una fina lluvia cayéndome encima. No habían pasado ni dos horas, y ya tenía la nariz roja y una fiebre de casi cuarenta grados.
Unos suaves toques en la puerta hicieron que desviara la atención hacia ahí.
— Adelante— concedí con voz ronca.
Parecía un hombre hablando, toda ronca y grave.
Mis mejores amigas entraron dando saltitos de alegría y con enormes sonrisas en la cara. No habían podido venir a verme antes porque justo estaban dando algunos repasos en la escuela para las actividades evaluativas que hacían cada final de semana. Yo llevaba los cinco días que habían pasado encerrada en mi cuarto, pudriéndome en gripe y dolor.
Que drama, por Dios.
— ¿Cómo está la enfermita más tierna del planeta?— preguntó una muy alegre Carla, sentándose a mi lado en un espacio vacío que quedaba en el colchón a un costado de mi cuerpo.
— ¿Cómo crees que está?— Ari rodó los ojos—. Pues enferma, ¿no ves?— me señaló con obviedad.
— Ajá, eso— fue lo único que dije, con la voz sonando completamente congestionada.
Maldita lluvia. Y maldito Jed.
— Evan nos ha dicho que llevas cinco días sin salir de la habitación— dijo Carla, mirándome con el ceño ligeramente fruncido—. ¿Podrías explicarnos por qué?
— No quiero contagiarlos, eso es todo— me encogí de hombros, haciéndome la loca.
Un escalofrío me recorrió de pies a cabeza, así que subí el edredón aún más, hasta que quedé cubierta hasta el cuello. Podía sentir cómo la fiebre regresaba.
— Y nosotras no te conocemos de nada, por eso nos creemos esa excusa tontaAri enarcó una ceja.
Arrastró el sillón que se encontraba junto a la ventana hasta dejarlo a un lado de la cama, quedando así las tres bastante cerca la una de la otra.
— Es eso— les aseguré, intentando sonar lo más sincera posible.
No les había contado lo que había pasado con Jed, no porque no confiara en ellas, sino porque era demasiada la vergüenza que me provocaba admitir que, en efecto, él jamás me había querido. Me avergonzaba de sobremanera decir en voz alta que ya se había terminado.
— Bueno— Carla miró a Ari y las dos se encogieron de hombros—. ¿Necesitas algo? ¿Agüita? ¿Café? ¿Un abrazo?— ofreció, con gesto divertido.
— No sé si necesito que me abracen o que me atropellen— comenté por lo bajo, suspirando.
Entonces pasó lo que me temía: comencé a llorar. Pero no una o dos lagrimitas, no, un fuerte y desenfrenado llanto. Lo necesitaba, y ellas lo comprendieron al instante. Yo no era mucho de llorar delante de nadie, ni siquiera de ellas, pero tampoco le confesaba cosas a la gente estando borracha; supongo que habían ocurrido un montón de cambios.
— Oye— Ari me llamó y la miré—, creo que no tengo que decirte esto, pero por si lo olvidaste, estamos aquí estamos para lo que necesites— puso su mano sobre la mía.
Carla asintió con decisión.
— Somos tus amigas, Jade, y jamás vamos a dejarte sola.
La castaña rodeó la cama para sentarse junto a mí, al otro lado. Puse mi cabeza en su hombro y ahí lloré un poco más.
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Lo que nos cuentan las estrellas
Teen FictionINCLUIDAS LAS DOS PARTES DE ESTA HISTORIA Jade Reeve siempre ha evitado las fiestas, y los problemas en general. Todo hasta que una noche comete la peor locura de su vida, gracias a la influencia del alcohol. Ahora tiene que lidiar con las consecue...