Solté un bufido a la vez que elevé mis ojos para darle una mirada asesina a Jed.
Ya era la tercera vez que retiraba la mano antes de que pudiera tocarlo siquiera con el algodón, y me estaba comenzando a tocar las narices.
- ¿Quieres estarte quieto?- rezongué.
- Ya te dije que no hace falta que hagas esto- repuso él, resignándose cuando le volví a coger la mano y a ponerla sobre mi muslo para poder ver mejor-. Vete a casa. Mañana yo arreglo todo esto.
Después de que había buscado el botiquín en el baño del pasillo, lo hice sentarse en el sofá de la sala de estar. Obviamente se la pasó protestando, y no me dejaba revisarle bien la mano, o hacer algo, en general.
Como me había fijado cuando estábamos en la cocina, tenía vidrios incrustados en la piel, y notaba que no la podía cerrar por completo para hacer la forma de un puño. Incluso a un chico duro -o idiota- como él, le dolía.
- Y yo también te dije que no me voy a ir de aquí hasta que no me asegure de que estás completamente bien- repliqué en tono osco-. Así que, cállate y déjame curarte, joder.
No hizo nada más, sólo largó un suspiro, pero era porque ya se había resignado a que no lo dejaría estar. Si alguien sabía lo testaruda que yo podía llegar a ser, ese era Jed.
Saqué unas pequeñas pinzas de la maletita, aparte de una gasa fina, la cual doblé hasta formar un apósito. Lo miré como diciéndole que comenzaría a removerle, y sólo asintió una vez con la cabeza. Comencé a sacarle las esquirlas con mucho cuidado, a veces despegando mis ojos de su mano, y llevándolos hasta su rostro para ver si tenía alguna expresión de dolor. Pero, nada. Estaba tan normal que parecía que sacarse pedazos de cristal de la piel, era algo que acostumbraba hacer los domingos en la noche.
De algunos de los lugares donde desprendí los vidrios, salía gruesas gotas de sangre, las cuales limpiaba con la gasa, para que de esa manera no interfirieran en mi trabajo. Por un largo rato me dediqué a eso, tratándolo con mucha delicadeza para no lastimarlo más.
Cuando terminé de sacar los cristales, pasé un poco de agua oxigenada para limpiar las heridas, y ahí sí que se quejó. Le apliqué un poco de antiséptico, y después envolví sus nudillos con un vendaje, el cual ajusté con unas presillas que también habían dentro del botiquín.
Era definitivo. Necesitaba un botiquín de esos en mi vida.
- Ya está- dije una vez terminé-. Mañana por la tarde te quitas la venda, lavas con agua y jabón y dejas que te coja algo de aire- le ordené mientras le daba ligeramente la espalda para guardar las cosas en la maleta.
Al castaño se le escapó una carcajada.
- Jade, no sé si lo has olvidado, pero, estoy en tercer año de medicina- dijo a modo de recordatorio, a la vez que me miraba con diversión.
Puse los ojos en blanco.
- No se me ha olvidado, listo- repliqué-. Pero, al menos por hoy, déjame ser la profesional aquí.
El ambiente entre nosotros aún estaba tenso, y mientras le curaba y rozaba su piel, un escalofrío recorría toda mi espina dorsal; pero al menos ya no nos estábamos hablando como si el otro fuese la peor escoria de la humanidad. Bueno, lo que era yo, no podía, no con Jed en ese estado.
- Déjame decirte que podrías ser una muy buena enfermera- concedió él, mirándose la mano vendada-. Lo has hecho muy bien.
- Sí, a pesar de que mi paciente se portó bastante mal- comenté yo.
Me senté de vuelta en el sofá junto a él, y le dediqué una pequeña sonrisa.
- ¿Dónde aprendiste a curar?- preguntó, frunciendo ligeramente el ceño.
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Lo que nos cuentan las estrellas
Novela JuvenilINCLUIDAS LAS DOS PARTES DE ESTA HISTORIA Jade Reeve siempre ha evitado las fiestas, y los problemas en general. Todo hasta que una noche comete la peor locura de su vida, gracias a la influencia del alcohol. Ahora tiene que lidiar con las consecue...