Capítulo 25:

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Una larga fila de coches estaba formada delante de la enorme casa de fraternidad, la cual tenía el jardín delantero completamente adornado por algunos farolillos chinos. Pasamos alrededor de cinco minutos dándole la vuelta a la manzana para encontrar un sitio en el que aparcar, y justo cuando creí que no podríamos, un grupo de chicos salió corriendo con uno de ellos cargado por los demás.

Se lo llevaban al hospital porque el muchacho había caído en un coma etílico.

No es que yo me alegre de las desgracias de los demás, pero gracias a eso terminó nuestra vuelta a la cuadra y pudimos entrar.

En el jardín habían muchos —en serio, muchos— grupos de jóvenes con bebidas en las manos, algunos charlando y otros bailando con la música que salía del interior de la casa, la que se escuchaba perfectamente ahí fuera, gracias al alto volumen de esta. Los cinco bajamos del vehículo, y nos encaminamos hacia la vivienda, por el camino de piedra que se encontraba bordeado de césped perfectamente cortado.

Dentro de la enorme casa, que calculé sería de dos plantas, había mucha más gente de la que me imaginé. Podría apostar que ahí dentro estaba la mitad del campus. Personas bailaban en la parte más cercana a la puerta, que supongo era el área de la sala de estar, mientras que habían otros sentados en los enormes sillones y sofás repartidos por la estancia.

Me pude fijar en que casi todo el mundo sostenía vasos azules de plástico, cosa bastante curiosa, teniendo en cuenta que uno de los símbolos de las fiestas de fraternidad son los vasos rojos.

Jed me guió por la mano hasta un grupo de personas que estaban sentadas junto a las ventanas que daban a la parte de la derecha del jardín. El grupo estaba conformado por tres chicas, una de cabello rubio platino, otra de cabello castaño y la última de pelo negro y ojos grandes y llamativos, en color azul claro. También habían cuatro chicos, todos altos, guapos y bronceados; todos parecían modelos de Calvin Klein.

— ¡Jed, Jace! ¡Vinieron!— exclamó la chica de pelo castaño, levantándose de su lugar y viniendo hasta nosotros.

Mi hermano fue el primero en soltar a Carla para estrechar a la muchacha entre sus brazos. Pensé que a mi mejor amiga le molestaría eso, pero, ni tiempo le dio, porque Jace enseguida se volvió hacia nosotros.

— Chicas, ella es Tamara— presentó a la chica—. Amelie, ellas son, mi novia Carla. Mi hermana Jade, y su mejor amiga, Ari— nos señaló a cada una a medida que nos fue mencionando.

La aludida nos sonrió.

— Es un placer conocerlas. Pueden llamarme Mara— nos dijo. Se giró hacia mi hermano y le dio una mirada de reproche—. Y a ti ya te dije que es María, no Tamara.

Oh, el gran problema de Jace con los nombres. Se la pasaba confundiendo a todo el mundo, y terminaba llamándolos como mejor le pareciera.

Le dediqué una amplia sonrisa y me acerqué a ella para saludarla.

— Voy a buscarte algo para beber— me dijo Jed muy cerca. No me dejó responder, y se fue en dirección a la cocina, perdiéndose entre la multitud.

Sí, estaba de muy mal humor esa noche.

Decidí obviar el mal genio de mi hermoso novio —nótese el tono de querer matarlo—, y me centré en las presentaciones que comenzaban a darse en el grupo. Mi hermano se encargó de presentarnos a todos.

La chica del cabello de color plata se llamaba Amelie, y la pelinegra era Claudia, quienes resultaron ser muy agradables. Los chicos por su parte se llamaban: Conrad, Eric, Michael y Justin.

— Entonces, ¿estás con Thompson?— preguntó Eric, acercándose a mí, aprovechando que los demás se ponían a charlar entre ellos.

Eric tenía el pelo de un color rubio muy claro, que casi parecía blanco. Ojos almendrados de color negro, adornados por largas pestañas. Era de complexión musculosa —muy musculosa—, y tenía la misma sonrisa seductora que tenía Jed.

Lo que nos cuentan las estrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora