Capítulo 10.

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Eslovaquia, año 896 d. C.




Me tomé la falda del vestido, retrocediendo un par de pasos al ver a todas esas personas de pie frente a mí.

―¿Cómo es que están...? ―Intenté formular.

Puedo jurar que los asesiné cuando no pude controlarme al ver a mis padres muertos en la hoguera. Sé que asesiné a estas personas.

Después de todo, ¿cómo es posible estar vivo, sin un corazón funcionando dentro de tu pecho?

Es imposible.

―¿Qué nos hiciste, bruja maldita? ―Bramó uno de ellos, dando pasos rápidos y amenazadores en mi dirección―. ¿Qué clase de brujería usaste en nuestra contra? ¡Nos has maldecido!

―¡No! ―Me defendí, demasiado nerviosa―. ¡Juro que no hice nada! Yo...no sé qué sucede, yo...

Finalmente se posó delante de mí y llevó sus manos a mi garganta, pegándome contra un árbol mientras me estrangulaba. El miedo no me dejaba actuar, me dejó paralizada y sin saber qué hacer.

―¡Vuelve al infierno, demonio! ―Gritó una mujer mientras el hombre que me sostenía, me apretaba la garganta.

―¡Todos los Valkensen son demonios!

―¡Por favor, deténganse! ―Supliqué, sintiendo como mis ojos se empañaban gracias a las lágrimas―. ¡No quiero lastimarlos!

―¿Más? ―Rió irónicamente el que me tenía, ejerciendo más presión. Recargué mi cabeza contra el árbol, me sentía débil debido a que no puedo respirar―. ¡Me sacaste el corazón, perra!

Otro hombre le tendió un palo de madera que recogió del suelo. La punta es afilada, capaz de hacerme daño.

―¡Púdrete! ―Bramó, antes de enterrar la estaca en mi pecho con una fuerza sobrehumana, una que al parecer también lo sorprendió, por que se alejó, mirando sus manos con confusión.

Y yo...

No sé si esto es algo que se siente antes de morir, que todo a tu alrededor se sienta lejano, que nada duela.

O...realmente no duele.

No de la manera en la que debería.

Es un dolor...soportable.

Me llevé las manos al pecho para sacar la estaca. Apreté los dientes mientras lo hacía, cuando por fin me liberé, dejé caer el arma al suelo. Alcé la cabeza, notando la mirada sorprendida, asustadiza y confundida de todos los presentes.

Estoy segura de que mi expresión debe ser la misma que la de ellos.

Me dio justo en el corazón...

Lo mismo pasó con Aland, cuando pretendió abrirme la garganta con una daga.

Las palabras de la carta que mi madre dejó, inundaron mi mente. En ella dice que soy fuerte y que no pueden lastimarme.

¿A esto se refería?

―No sé...no sé que ocurre ―Susurré. Mi voz es temblorosa, al igual que todo mi cuerpo. Estoy asustada, tengo miedo. No sé de qué manera lidiar con todo esto―. Pero creo que les pasó lo mismo que a mí...

No pueden morir aún.

No podemos.


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