Capítulo 12.

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Boston, año 1904.




Escuché al par de mujeres a mi lado cuchichear sobre el objeto que ahora está en exhibición, buscando un nuevo dueño. Es precioso, es un péndulo encerrado en una cúpula de cristal. Hasta ahora, de las mejores piezas de toda la subasta.

―Si este objeto por si solo ya resulta excepcional, lo será más cuando se enteren a quién perteneció ―Habló el hombre sobre la tarima, observando a todos los presentes. Al igual que todos nosotros, también lleva un antifaz adornando su rostro y va vestido de manera elegante―. Fue una de las posesiones más preciadas de la Reina consorte de Inglaterra; Ana Bolena.

Y los cuchicheos se hicieron más altos.

Sí, todos estamos interesados en dicha posesión.

Es magnífica.

Él no miente, puedo escucharlo en sus pensamientos. Es honesto al hablar sobre la antigua propietaria, sí perteneció a ella.

―Lo quiero ―Murmuré, lo suficientemente alto para que Ezra me escuche―. Me lo llevaré.

Frunció los labios.

―Es lindo y todos parecen encantados con él. ¿Crees que puedas obtenerlo?

Formé una media sonrisa.

―Haré una generosa oferta. Y si alguien da más, entonces haré trampa ―Solté con naturalidad―. Los dones que da la naturaleza, se tienen que aprovechar algunas veces.

Él negó con la cabeza, pareciendo divertido con la situación.

―Muy bien, empezamos la puja en cien mil ―Informó el hombre. La primer persona, alzó la mano, ofreciendo la cantidad mencionada.

Una mujer alzó la mano al instante.

―Ciento diez mil ―Continuó otro.

―Ciento veinte ―Siguieron ofertando.

Yo no hablé, solo me mantuve escuchando las ofertas, como con cada palabra iban aumentando. Solo iban de diez en diez, ninguno era tan valiente como para ir por algo más alto.

Y finalmente, cuando me aburrí de todo este teatrito, hablé.

―Quinientos mil ―Solté, muy segura. Después de todo dicho objeto perteneció a mi amiga Ana, lo adoraba con su alma y por lo menos, quisiera tener algún recuerdo de nuestra amistad.

El salón quedó en un silencio ensordecedor, ningún presente dijo algo. Esta es una oferta que no todos pueden superar.

Sonreí cuando el silencio siguió.

―Quinientos mil a la una ―Mencionó el hombre de antes, pareciendo asombrado y contento―. Quinientos mil a las dos...

―Seiscientos mil ―Pronunció una voz masculina del otro lado del salón. Es seria, sombría y causa algo dentro de mí. Como si la hubiera escuchado antes.

Los ojos del tipo sobre la tarima brillaron de felicidad cuando la oferta subió.

―Seiscientos mil quinientos ―Dije.

No me digné a mirar al hombre que decidió hablar.

―Setecientos mil ―Volvió a hablar.

Aplané los labios.

―Setecientos mil quinientos.

Me concentré después de mis palabras, me concentré en ese hombre.

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