Capítulo 23

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Las risas en la planta baja me despertaron, giré mi mirada hacia la parte de al lado de mi cama y no vi a Gina. Me bajé de la cama, y encontré a un lado en mi ropa cuidadosamente colgada. Camisa, pantalones, cinturón, medias y hasta ropa interior. Sonreí entrando a la ducha, al darme cuenta que hizo todo esto mientras yo dormía.

¿De qué manera podía convencerla de casarse conmigo? Sí, había aceptado casarse conmigo, pero, durante el vuelo se retractó. Desconocía si lo que dijo Lucíano, podría ser cierto y de alguna manera se auto castigaba por lo sucedido con su padre y Aidan. De ser así, tenía que hacerle entender que no era su culpa.

Una vez me vestí y al no encontrar salida a mi problema, me dije que podía hablar con él sacerdote. Quizás él le hiciera ver las cosas y quien mejor que alguien cerca de Dios para explicarle que ella no tuvo la culpa.

El causante de todo este caos fue ese infeliz y ella fue tan víctima como su esposa e hijos, así estos no lo vieran así. Bajé las escaleras con mis pensamientos y mi mente dando vueltas. Los encontré a casi todos en la sala, arreglados y listo para salir.

— Buenos días — le dije al grupo y busqué a Gina por toda la sala.

— Está tomando aire, los mareos matutinos —. Dijo Lilian y me entregó una tasa y un plato con galletas de sal. — ten eso le ayudará.

Las tomé en las manos y miré el contenido, quería aprender algunas cosas. Porque al llegar a Londres, estaríamos solo los dos y necesitaba sentirme útil para ella de alguna manera. Si yo pudiera, le evitaría esos mareos y todo lo que pudiera sentir ella en adelante.

— Solo serán unos meses, si yo lo logré tú también — habló mi hermano y asentí.

— Diez minutos y nos vamos, si ella no puede seguir, no hay problema. — dijo Neall. — nos quedaremos unos días más, así que los podemos acompañar después.

— Le diré. — prometí saliendo a la terraza de la casa.

La encontré sentaba en una tumbona mirando los viñedos que se veían a unos tres kilómetros de la casa. Llevaba un vestido beige, largo hasta los tobillos, sandalias bajas y un cómico sobrero de colores.

— Buenos días — me acerqué a ella y besé su frente, su expresión era indescifrable.

No parecía enojada, más bien triste y no supe los motivos. Solo llevábamos un día allí, menos si se contaba que llegamos en la noche. Quizás extrañaba a su casa, amigas, hermanos o trabajar. Dejé en la mesa lo que me habían dado y me senté a su lado abrazándola.

— Esperaremos que el niño nazca y ya después la convivencia, nos dirá si somos uno para el otro o no. — no podía hacer más.

A esa conclusión llegué cuando lo dijo.

¿No les pasa?

Se aburren de intentar e intentar, de demostrar que sí aman y están dispuestos a hacer al otro feliz, quería que ella viera que era importante para mí. Sentía que por cada paso que daba, retrocedía diez y en este punto dije...

¡No más!

Quizás, todo se debía a que ella amaba aún a Aidan y lo había notado. Yo no era la persona que ella deseaba para llegar a viejos, así que simplemente le dije.

— Si es lo que quieres, así será — Lo que siguió fue el silencio más incómodo entre los dos.

Ella parecía llorar y no entendía, era lo que ella quería escuchar. A no ser, que lo que quería era tenerme detrás de ella suplicando que se casara conmigo. Me levanté y me fui en búsqueda del café, entre a la cocina y saludé al personal. Tomé ese café lejos del grupo y de todos, me sentía cansado, aburrido y derrotado.

Érase Una Vez En Londres (Hijos Del Mal #2) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora