Odette Harrelson, una chica nacida entre la pobreza es forzada a vivir en el palacio real tras perder a todos sus seres amados.
Obligada por las circunstancias se ve ante la necesidad de mentir acerca de su pasado y pelear por su libertad. Su único...
Bastián abandonó la habitación después de desayunar con Odette para que ella tuviera oportunidad de prepararse sin presiones. No le quiso dar detalles de su apretada agenda, ni siquiera había querido tocar el tema acerca del monstruo que habían encontrado el día anterior en su recámara.
Odette apresuró el jugo de naranja lo más rápido que pudo y se dirigió a la cama donde una mucama había acomodado con mucho cuidado la ropa que usaría ese día. Pantalones negros ajustados, botas hasta las rodillas a juego. Una camisa blanca con un corsé y una capa con los colores del rey. "Hoy deberás entrenar para reponerte de todo el tiempo que permaneciste dormida," es lo que le había dicho el príncipe. Estaba segura de que aunque le costara caminar, Nicholas la obligaría a entrenar como si su cuerpo estuviera en perfectas condiciones.
Se vistió con calma. Todo le dolía, hasta respirar era una ardua tarea y como si no fuera suficiente su mente viajaba al momento en el que Bastián casi la había besado, llevó su mano hacia sus labios por instinto. Su corazón latía desbocado en su pecho cuando pensaba en eso, aunque no estaba segura de sí en verdad deseaba ese tipo de conexión con él o sólo había sido la emoción del momento.
Se mordió el labio inferior con fuerza como lo hacía cada vez que no lograba calmarse y suspiró. Trató de liberarse de la sensación que nacía en el fondo de su estómago y se ató la capa, lista para salir de la recámara.
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Había guardias apostados en las paredes con un metro de distancia entre ellos. Custodiaban las entradas y salidas de las habitaciones a lo largo del pasillo como si sus vidas dependieran de ello.
Odette miraba a su alrededor mientras caminaba en busca de Nicholas o Bastián pero no estaban en ninguna parte.
Estaba maravillada por todas las paredes echas de cristal y el hermoso paisaje que mostraban. Robaban el aliento. El piso bañado por un lustroso azulejo aperlado estaba adornado por una alfombra carmesí y elegantes candelabros de diamantes colgaban del cielo del pasillo. Había lámparas a un lado de cada puerta y un aroma a sándalo y leña inundaba el ambiente.
Bajó las escaleras de mármol hacia el primer piso del palacio, todo era elegante y acomodado con una precisión impecable para que formara una armonía perfecta. Una pequeña sala con forros de terciopelo púrpura estaba en un rincón para lo que ella suponía que era el recibidor de invitados. Vaporosas cortinas de seda caían como cascada cubriendo las ventanas y el sonido de voces en la distancia llenaba el silencio incómodo que tenía el lugar.
Aunque estaba claramente sola, se sentía observada. No sabía cómo ni porqué pero era como si cientos de miradas estuvieran fijas en ella. Nunca había sido una mujer supersticiosa pero para ser un lugar vacío, ella no lo sentía de esa manera. Se detuvo al pie de las escaleras mirando a través de las ventanas y logró distinguir a lo lejos a una mujer de largos cabellos del color de la nieve mirándola, hizo una reverencia y desapareció con la brisa del viento matutino.