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Vamos por la Eloy Alfaro, largo, pasamos el parque La Carolina hasta encontrar la 10 de Agosto y luego la avenida América. Clara señala con el dedo las cuadras que vamos pasando, contando en voz baja.

-¡Ésta, a la derecha!- me grita.

Entro por la Rumipamba y la maniobra me cuesta un pitazo y la puteada de rigor: hueVÓN. En la costa nadie dice huevón, nos las arreglamos a punta de hijuePUta y mariCÓN.

-Listo, estaciónate al frente de la clínica, porfis.

La Clínica San Gabriel es un edificio de tres pisos de ladrillos visto.

-¿Estás bien?

Clara sonríe sin mostrar los dientes y me mira como si me conociera de toda la vida.

-Una amiga acaba de dar a luz. Con otras amigas quedamos en visitarle. Me están esperando en el tercer piso, a la derecha. Mira.

Volteo hacia el edificio. En el tercer piso hay varias ventanas encendidas, todas tienen cortinas amarillas. Supongo que las amigas de Clara podrían estar en cualquiera. Igual miro con sospecha, nunca está de más.

-No deberías preocuparte tanto, ni siquiera me conoces- me dice.
-De ley.
-Dame tu celular.
-La verdad, lo necesito.

Clara ha escuchado esa broma antes y no le hace la menor gracia. Le dicto mi número, como tres veces, la tecnología no es lo suyo. Mueve los dedos con torpeza y no atina a grabar los dígitos. Le quito el teléfono y lo hago por ella.

-Listo, Raymundo, gracias.
-¿Perdón?

Clara vuelve a soltar una de sus carcajadas, la onda expansiva hace que el lado izquierdo de mi cabeza choque contra el vidrio de la ventana. No es chiste.

-Miguel, te llamas Miguel, sí sé.
-Y tú te llamas Clara y quieres vivir en Nueva York.

El primer día, en una clase de orientación, un profesor hecho el buena onda nos preguntó en qué parte del mundo nos gustaría vivir. Clara dijo Nueva York.

-Dios, te acuerdas de eso, pobrecito.
-Desarrolla.
-Te gusto un montón, más de lo que pensaba. No me preguntes si sé lo que respondiste porque, sorry, pero ni idea.
-Todo bien, no respondí.
-¡De ley!, tú fuiste el que dijo que iba al baño y nunca volvió.
-A tus ordenes.
-Bacán. Gracias por traerme. Nos Vemos.

Clara baja del Halcón con su mochila al hombro, lo rodea por detrás y espera que una ambulancia que pasa frente a ella doble y se meta al garaje de la clínica. Su celular empieza a sonar. Tiene la Lambada de ringtone, mala señal, a menos que sea una broma, en ese caso hasta podría ser bacán. No escucho todo lo que dice. Repite mami, sí mami, no mami, varias veces. Luego, se queda en silencio, me mira, mira al cielo y se acerca con una cara de coqueta que, evidentemente, ha usado antes.

-Hazme un play, amigo Miguel.
-Dime, amiga Clara.
-Si te llama la señora Patricia Freire, dile que estoy contigo en la hacienda del Jota Castillo, ¿ya? No te olvides, el Jo-ta-Cas-ti-llo.
-¿Quién es la señora Patricia?
-Mi mamá. Si quiere hablar conmigo le dices que justo me fui a andar a caballo, que estoy dormida o que olvidé el celular y que no se preocupe, que me deje el mensaje contigo y yo la llamo después, ¿Ok?
-Me vas a meter en problemas con tu vieja.
-Tú no la conoces, ella no te conoce, frescazo. Si algo sale mal, la que se jode soy yo.

Cruza la calle corriendo, la mochila salta a un costado de su cuerpo. Entra a la clínica, va directo adonde la recepcionista e inclina su suerpo hacia delante. Me quedo ahí, viéndola. Me quedo con ella que se da cuenta de mi vigilancia y me indica con la mano que me puedo retirar. Obedezco. Junto a la clínica está el chifa Li Yuan.

Hablas DemasiadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora