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Estoy en una habitación alfombrada del segundo cubo, sentado al borde de un colchón Chaide y Chaide. Ni sábanas ni almohadas ni nada. Mis pantalones recogidos en mis talones, en una mano un cigarrillo ardiendo y en la otra un vaso de vodka bien cargado. La cabeza de la Niña Terror se mueve entre mis piernas. Mi cabeza tiesa, mis ojos totalmente abiertos, perdidos en una pared que alguna vez pudo ser roja. Pitada. Trago. Pitada. Trago. La Niña Terror aumenta el ritmo y siento que le estoy tocando las amígdalas. No estoy muy duro que digamos y sospecho que no voy a acabar nunca. Quiero acabar. Acabar con todo esto. Acabar con el espejismo. Tal vez la vida que me han comprado mis viejos no sea tan mala después de todo. Gerente propietario, como el maricón de Lucas. Buen sueldo, buena casa, buena pelada, buena vida, buenas intenciones. Club Rotario, Tennis Club. Parrilladas en el jardín, junto a la piscina, escuchando boleros. Tal vez administrar una sucursal de El Negocio acá en Quito y, por fin, integrarme. Venderme consciente de lo que estoy haciendo. Un departamento en la playa y una casa de hacienda. Caballos y jet ski. Cuatro niños, dos varones y dos mujeres. Demasiado. Cenas con ministros. Ningún cargo público, a lo mucho, asesor de un alcalde, sin cobrar ni un centavo por ello. Perros de raza. Columna de opinión en El Comercio o en El Universo. Vacaciones viajando por toda Europa. Generosas donaciones a instituciones de caridad... La Niña Terror no me deja seguir pensando. Me aprieta los muslos con sus manos, me clava sus uñas mugrientas y mueve todo su cuerpo como si quisiera tragarme entero. Inútil, no va a pasar. No siento nada. Pongo mis manos en sus hombros y trato de despegarla de mí. Por alguna razón, quizá relacionada con su sentido del deber, se resiste. La empujo con fuerza. La Niña Terror cae sobre su espalda, mira el techo y se limpia la boca con el dorso de su mano. Me levanto y me subo los pantalones. Voy al baño. Me lavo las manos. Me lavo la cara. No hay espejo.

Están todos en el tercer cubo, metidos en la piscina. Del agua sale humo y tras el ventanal la noche se esconde a espaldas de la bruma. El agua está un poco verdosa y puede que esos objetos flotantes no identificados sean una nueva especie de alga. Ivonne la fotógrafa no está sumergida, la veo caminando por los bordes, ya no tiene el vestido de matrimonio puesto, lleva la camiseta apestosa que cargaba el bajista de Nuestros Hijos cuando Castor y yo llegamos, cuando se mueve se levanta la camiseta y se le ven los pelos oscuros, muy oscuros, sigue disparando. El Niño Terror, Castor y el bajista de Nuestros Hijos hacen piruetas en el agua. Detrás de mí viene la Niña Terror, corriendo y desnudándose, su vestido cae a centímetros de mis pies. La Niña Terror salta, da un trampolín en el aire y cae en un clavado perfecto dentro de la piscina. Castor grita ocho punto cinco, el bajista de Nuestros Hijos nueve y el Niño Terror diez punto dos. Me acerco.

-Niño, lo siento mucho, pero me tengo que ir, es urgente- me atrevo a decirle al dueño de casa.
-Te vas a la verga, Silencio. ¿Crees que mi Niña es una puta?, ¿ah? ¿Qué te la va a mamar y después tú te vas a ir así nomás? Te quedas, y le dices lo linda que es cada veinte minutos, ¿entendido?
-Me quedaría encantado, pero me acaban de llamar, asunto familiar.
-Nosotros somos tu familia... y te queremos.

Qué miedo.

-Dale, Miguel, broder, fresco. Llama a tus viejos y diles que vas más tarde- dice Castor.
-No puedo, como que es urgente.

El Niño Terror sale del agua, recoge su sombrero tieso del piso, se lo pone en la cabeza y empieza a caminar hacía mí, gruesas gotas de agua coloreada desprendiéndose de su Bermuda. Retocedo uno, dos, tres pasos.

-Ya conoces las reglas, Silencio querido, no nos hagas pasar a todos un momento incómodo y desagradable, pórtate como un caballero.

Ivonne la fotógrafa dispara hacia mí sin moverse del borde de la piscina, dispara hacia mí y hacia el Niño Terror.

-Loco, no es broma, me voy, me la saco.

El Niño Terror se me acerca con los brazos abiertos, doy uno, dos, tres pasos hacia adelante y lo empujo. Se tambalea un poco y cae a la piscina.

Corro a toda velocidad por el matorral de la Casa Blanca, el Niño Terror está en la puerta, lanzándome botellas que no me golpean, pero me pisan los talones. Castor viene detrás de mí diciendo no tiren botellas, déjense de huevadas. Corro cuesta arriba. Nunca se debe correr cuesta arriba estando en Guápulo, uno puede desaparecer en acción. Corro y el pecho me pide perdón y una picazón me recorre el cuerpo y me adivino la cara roja. Una botella me da en la espalda, debajo del hombro. No me derrumba. Yo soy más fuerte que esto. Llego al callejón de cemento cuarteado. Castor se queda a medio camino, ahogado.

Quiero ver a Clara, de pronto sólo puedo pensar en ella. Sé que no lo haré. Sé que voy a tomar un taxi y sé dónde voy a ir, aunque no me guste.

Hablas DemasiadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora