Su apartamento es el 11B. Juliana me espera con la puerta abierta, una sonrisa malvada le atraviesa el rostro. Entro. Me abraza, me exprime, me dice por qué te me pierdes, me huele y hace una mueca de aprobación. Sabe de dónde vengo y lo que vengo haciendo. Abre mucho la boca y comenzamos a besarnos con violencia. Sé lo que sigue. Nos desvestimos camino a su cuarto. En el pasillo, le doy la vuelta y ella se apoya con las manos en la pared y abre bien las piernas. Luego vamos a su cama y ella me monta y le doy nalgadas y le pego en las tetas hasta que se le ponen rojas. Ella me pide que le diga que me gusta, que nadie me culea como ella porque nadie me quiere como ella. La ahorco un poco justo antes de que se venga.
Salimos juntos un tiempo. No como pelado y pelada. Nuestro estado civil nunca acabó de definirse. Ahora que lo pienso, ni siquiera salimos mucho. Digamos que pasamos mucho tiempo juntos, en mi casa, viendo películas, escuchando música, chupando y tirando. Sobre todo tirando.
Juliana siempre tuvo un problema grave: todo lo que yo hacía le parecía maravilloso. Si le decía que iba a dejar la universidad y me iba un par de años a la India, a buscarme a mí mismo, ella me celebraba con un qué bacán. Si le decía que iba a matar a mi padre para quedarme con su dinero y borrarme del mapa, qué bacán. Si le decía que lo dejara todo y se casara conmigo y tuviera mis hijos y cocinara mis cenas y tendiera mi cama y cortara las uñas de mis pies, qué bacán. Una vez, viendo Adaptation, Juliana entendió exactamente lo que le pasaba conmigo. En una escena cerca del final, Donald Kaufman (Nicolas Cage) y su hermano gemelo Charlie (Nicolas Cage) hablan sobre un amor colegial de Donald. Un amor que nunca fue mutuo y que ante la vista de los otros no fue amor sino humillación. Charlie, el escritor torturado, solitario, gordo, calvo y pajero, le exige a Donald, que lo admira y es tan simpático como un arco iris después de una refrescante llovizna, que reconozca que la chica en cuestión nunca lo amó, ni de lejos, que lo maltrató y lo escupió sin siquiera haberlo saboreado primero. Donald, inmenso en su sabiduría, dice que eso no importa, porque ese amor era de él, no de ella, y él fue feliz y con eso le basta. Después de ver esa escena, Juliana, que llevaba puesta mi camiseta de los Whites Stripes y mi calentador Umbro, me arranchó el control remoto y retrocedió y la vio de nuevo, toda, repitiendo, como loca, a Donald diciendo ese amor es mío, mío, mío. Luego dijo ya entendí y desde entonces toda ella cambió y estuvo orgullosa de las cosas que había hecho, en teoría, para conquistarme: bajar de peso, tonificar sus músculos en un gimnasio que se le salía del presupuesto, ver las películas que tengo en casa, conmigo y a solas, lo mismo que con mis discos y mis libros, transformarse un poco en mí para que yo pudiera evitarme el trabajo de enamorarme de otra persona. Juliana se quedó tranquila, dijo que ese amor que yo no tenía pero ella sí, la había hecho una mejor persona y que con eso, sin querer, yo le había dado el mejor regalo que le habían dado jamás. Yo le dije que estaba feliz por ella pero que no podíamos seguir viéndonos. Ella aceptó sin chistar. Cogió un par de cosas suyas que había dejado, a propósito, en mi clóset, en mi baño, en mi cocina, en mis pantalones, y se fue diciendo llámame cuando quieras, siempre estoy.
Por meses y meses no nos vimos. Ni una palabra, ni una llamada, ni un tropezón casual en un Fybeca. Nada de nada. Un día, cansado de mí, la llamé y nos vimos y almorzamos y chupamos y tiramos y desde entonces nos vemos cuando nos vemos. No es que no me guste, lo disfruto y entiendo de qué se trata. Juliana ni se diga, no le caben dudas sobre las cláusulas de nuestro contrato invisible. Estos encuentros me entristecen porque, post Miguel, Juliana ha seguido con su vida y yo he ido en reversa o, acaso peor, he quedado en neutro. Juliana ha tenido tres o cuatro novios desde que cortamos. Uno de ellos importante. Se llama Arturo y estudió Sociología en la Católica. Juliana y Arturo estuvieron juntos poco más de dos años. Cuando le pidió que se mudará con él, a un apartamento detrás del Quicentro, cerca de mi casa, Juliana, tras semana y media de intensa meditación, le dijo que no estaba segura, y cuarenta y ocho horas después de eso le pegó el no definitivo. Arturo se lo ofreció todo, desde correr con la totalidad de los gastos hasta pasar un mes de prueba antes de decidirse por completo. Juliana no dio su brazo a torcer. Terminaron, él dijo te vas a arrepentir, estás perdiendo al amor de tu vida, moriría por ti, no me dejes ir y cosas por el estilo, y ella dijo tal vez, ya veremos. Juliana conservó la dignidad. A mí me dijo que no podía vivir con él, después de todo, durante esos dos años y pico había estado conmigo las veces que yo se lo había pedido, había mentido, inventado viajes, enfermedades, parientes y hasta había pasado de un periodo menstrual regular a uno desquiciado para no tirar con él y conmigo el mismo día. Según Juliana, yo soy su vara, su sistema de medición. Se quedará con el tipo que le haga decirme que no. De pronto, su filosofía no es del todo saludable. Cada uno, cada uno.
Con Juliana funcioné. Estuve tieso. A la primera me vine rápido, pero a la segunda ella terminó primero y yo le terminé en el abdomen. Rico. Estamos abrazados en su cama. Puedo irme. Juliana está acostumbrada a que sea el galán que llega, mete, saca y se va. Hoy no. No estoy bien. Metido en los brazos de Juliana no estoy mejor, pero pienso menos.
-Conocí a alguien- le cuento.
-Ésa es una novedad, ¿hombre o mujer?
-No jodas.
-¿Eso significa hombre?
-Se llama Clara.
-¿Tengo que preocuparme?
-Ojalá.
-Ah, chucha, o sea que sí.
-Me gustaría.
-¿Serrana?
-Serranísima.
-Lo que me faltaba.
-A mí también me faltaba.
-¿Cuántas veces la has visto?
-Muchas, pero la última vez nos vimos mucho.
-...
-¿Tú?
-¿Yo qué?
-¿Te amarraste?
-No me preguntes eso, de ley sabes.
-No puedes estar sola.
-Puedo, claro que puedo. Estar amarrada es más divertido y más barato.
-¿Es serio?
-Pensaba que sí, pero me cagaste, como siempre.
-Podías haberme dicho que no.
-No jodas, algún día lo haré, hoy ya me fregué.
-No me culpes.
-No te culpo. ¿Lo tuyo es serio?
-Con que sea tengo suficiente.Juliana deshace nuestro abrazo, se sienta en la cama y me mira.
-¿Ya te vas?
Lo entiendo perfectamente. Juliana no está acostumbrada a este tipo de cosas. Quizás esté en shock. Siento que dije lo que dije sólo para tratar de empatar. Igual, no es para tanto, no soy para tanto. Me ha dicho que al final, en este país o en otro, en este planeta o en otro, en esta vida o en otra, terminaremos juntos de alguna forma, en una inexplorada variación del amor. Nunca se lo he negado, tampoco prometido. Y jamás de los jamases le había hablado de otra mujer.
-Voy al baño, cuando salga, no quiero verte aquí- me advierte.
-Aguanta un chance, tú saltas de pelado en pelado y yo no te digo nada.
-Por eso. Cuando yo me amarro, no tienes de qué preocuparte. Esto es grave, Miguel.Se levanta de la cama envuelta en la sábana, destapa su laptop que está conectada a un equipo de sonido ochentero y pone Don't Think Twice It's All Right. Reconozco de inmediato la versión: Royal Albert Hall Concert, 1996. Sube el volumen a toda y se va. Mientras recojo mi ropa, me alegro, he dejado mi huella, una buena huella, si Juliana pasa sus depresiones a punta de Bob Dylan, todo esto ha valido la pena.
...we never did too much talking anyway...
Domingo por la noche, madrugada del lunes. Ninguna promesa. No soy ese man que todos los domingos se promete hacer abdominales, conseguir pelada, dejar de chupar o chupar menos, despertarse temprano y hacerse menos pajas por semana. Compré seis cervezas en el camino entre la casa de Juliana y mi departamento. Pongo el K de Kula Shaker y me pongo a saltar en plan air guitar y a mecer la frondosa melena que no tengo y a cantar a toda madre para un público que no existe, y me adora.