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El interior de la Casa Blanca ha visto mejores días. La primera vez que vine, hace año y medio, creo, los muebles del primer cubo, muebles de cuero, estaban enteros. Hoy están mordidos y los espumosos intestinos han salido a la luz pública. El piso de madera no brillaba, pero le faltaba poco. Hoy está rayado por todas partes y varias duelas están levantadas, pequeñas montañas de madera húmeda y agrietada. Las paredes estaban prácticamente impecables. Hoy las decoran los rasguños de los amigos pintores del Niño Terror, algunos talentosos, otros sin remedio. Mi pintura favorita es un retrato del dueño de casa vestido de frac y con el pelo todo para atrás. Donde debería estar la firma del autor dice 《Ya no te debo nada》. Debajo del cuadro hay una foto pegada sobre un pedazo de cartulina y enmarcada con cuatro palitos de helado: Papá y Mamá Terror arrimados al borde de la Gran Muralla China, abrazados, sonriéndole a la cámara.

Castor se filtra de inmediato, da abrazos y besos. Suena un disco en vivo de Radiohead. El Niño Terror escucha tres cosas: Radiohead, Portishead y Björk. La sala es amplia, aparte de los muebles largos de cuero, hay pufs por todos lados, al Niño Terror le gusta dormir donde le coge el sueño. En el centro hay una mesa larga y baja de cristal donde están servidas las líneas. Me encuentro con el bajista de Nuestros Hijos, una banda de rock que debería ser famosa, harto groove vieja escuela con su cuota funk, algo de Prince con algo de James Brown y momentos Cerati, buen material, los he visto en vivo y no sé por qué siguen aquí, supongo que si ensayaran mas y metieran menos, las cosas serían distintas. Rockstars antes de tiempo, un clásico latinoamericano. Pero quién soy yo para reclamarles.

-Hey, tú eres el Silencio, ¿cierto?
-El Silencio que habla.

El bajista de Nuestros Hijos me da un fuerte abrazo. Tiene la barba crecida, el pelo crecido y es pequeño como un pitufo. Huele a quemado, a colillas de cigarillo nadando en trago, sudor y coca. Está casi afónico.

-Qué bacán verte, broder, ¿qué mas?

La última vez que lo vi estaba en plena Juan León Mera, reventado, pidiendo cigarrillos a los transeúntes. Compré una media de Lark rojo en una licorería y se la regalé. No creo que lo recuerde, ni siquiera me reconoció.

-Bien, loco, todo bien, ¿cómo va la banda?
-Increíble, del hijueputa, ya vamos a grabar el disco, ¿si te conté?

Nuestros Hijos siempre están a punto de grabar su álbum debut, se va a llamar Fumar mata.

-¿Sabes cómo se va a llamar?
-Fumar mata.
-Por eso es que me caes bien, porque eres fan. ¿Quieres un pase?
-Quiero.

Sin rodeos. El bajista de Nuestros Hijos desmenuza una línea usando el carnet que le dieron el único año que asistió a la universidad. Una noche, aquí mismo, me dijo que había hecho un año de Artes Plásticas. Esa misma noche, mal, con lágrimas en los ojos, me dijo que él habría sido el mejor neurólogo del Ecuador, como su padre. A mi lado, una pareja se come a besos. Él está prácticamente sobre ella, que se desliza hacia un lado para sortear algo de peso. Lleva una falda larga y floja. Toma mi mano y la mete entre sus piernas. Antes de llegar a cualquier sitio interesante, él aparta mi mano con su antebrazo. Si quisieran, ya estarían en un cuarto, ésa es una de las ventajas de la Casa Blanca, si el huésped lo considera prudente, puede hacer uso de una de las cuatro habitaciones en el segundo cubo; eso sí, hay dos cosas que sólo se le permiten al dueño de la casa: sangre y semen, el común de los mortales tiene que limpiar los platos sucios o, si se da el caso, barrer y botar a la basura los platos rotos. El bajista de Nuestros Hijos levanta la cabeza, recoge algo de coca con un extremo de su carnet universitario y me lo acerca. Hago lo mío, dos veces, como se acostumbra. Luego me incorporo y me siento en el sofá. A unos cinco metros, el Niño Terror y Castor posan para una sesión de fotos. La fotógrafa tiene el pelo mitad verde y mitad azul, lleva un vestido viejo, largo y sucio, tipo Courtney Love, un cigarrillo a medias se sostiene entre su corazón y su índice izquierdos, en la misma mano que usa para enfocar. El Niño Terror baja el ala de su sombrero y se tapa el rostro, Castor se levanta las bastas del pantalón y muestra sus pantorrillas. La fotógrafa camina a su alrededor. El bajista de Nuestros Hijos se sienta a mi lado.

-¿La conoces?- me pregunta.
-No.
-Anda conmigo, ayer tocamos en un matrimonio y me la traje.
-¿Nuestros Hijos tocaron en un matrimonio?
-No, bro, sólo yo, con unos panas que necesitaban bajista.
-¿Cómo estuvo?
-Como la gaver, toqué con manes que se han pasado mil años estudiando música, que leen partituras y cuentan con metrónomo y toda la huevada, y tocan jazz mientras los invitados se sientan a comer camarones. Yo digo, habiendo tantas cosas que se pueden tocar, ¿por qué tocar jazz?
-Por dinero.
-Eres pilas, Silencio. No se puede vivir del amor, ni del rock.
-El rock te paga con rock, dicen.
-Y tienen razón.

Segunda ronda de pases para un servidor. Todo tranquilo, bajo control. Suena Björk. Nunca he cachado a Björk del todo, es como mucho. Castor, el bajista de Nuestros Hijos y el Niño Terror bailan alrededor de la fotógrafa, que sigue disparando. La pareja a mi lado ha cambiado de posición, él está metido, entero, bajo su falda, y ella tiene una almohada tapándole la cara, filtrando sus gemidos. Aparece la Niña Terror, una como novia o socia o empleada del Niño Terror. Es rumana, de ClujNapoca, capital de la provincia de Transilvania. Conocer a alguien de Transilvania me hace sentir un hombre de mundo. De lo que recuerdo, la Niña Terror lleva seis meses en el país y su español sigue cojo. De esos seis meses, ha pasado cuatro en esta casa, prácticamente encerrada. El Niño Terror la mantiene y ella hace lo que él le pida, con él y con quien él quiera. La Niña Terror es flaca, más blanca que Blancanieves, de rasgos finos, pelo negro y ojos celestes, lo juro, celestes. Se arrodilla junto a mis pies, me saluda con la mano y procede a servirse del bocado regado en la mesa. Al verla, Castor habla al oído del Niño Terror, que me mira con una sonrisa burlona. Luego se acerca, la Niña Terror sigue en lo suyo mientras él le susurra al oído. Yo me levanto, voy a la cocina y me sirvo un vaso de vodka con agua tónica y gotas de limón. Y me quedo ahí, arrimado al mesón. La Niña Terror entra, me toma de la mano y me lleva al baile. Bailamos. Yo, francamente, de mala gana. La fotógrafa empieza a disparar hacia mí. Le pregunto cómo se llama. No responde. El bajista de Nuestros Hijos me dice Ivonne y yo repito Ivonne, la fotógrafa. Castor va a la cocina y regresa con la botella de vodka en la mano. No he acabado mi vaso, pero me lo rellena igual y todos bebemos, hasta el fondo, hasta que la botella confiere su última gota y el Niño Terror dice esperen y abre un gabinete pegado al gran ventanal y saca otra. Antes de abrirla, el Niño Terror nos convida otra ronda de pases. Vamos. Sin miedo. Absolut Terror.

Nos sentamos alrededor de la mesa, el Niño Terror le dice a la pareja que tienen que irse a un cuarto. Los amantes se levantan. Ella sale corriendo, él la sigue. Con todo. Para adentro. La Niña Terror pasa su lengua por debajo de mi nariz para limpiarme. Castor y el Niño Terror se cagan de la risa. El bajista de Nuestros Hijos dice que el problema con la música ecuatoriana es que acá no la pegas si no haces pop. El Niño Terror le reclama por no querer hacer pop y le dice que hay que combatir al sistema desde adentro, como él, y se caga de la risa. Ivonne la fotógrafa se queja porque la cámara ya no tiene memoria y su medio cigarrillo se acabó sin que ella le diera una sola pitada. El Niño Terror se levanta y le dice que aguante un chance. Ivonne la fotógrafa se agacha y reclama un pedazo de pastel y otro cigarrillo. Castor dice que el pop no es malo o que no tiene que ser necesariamente malo o que puede ser bueno, algo así. El bajista de Nuestros Hijos dice que el pop es el diablo. Castor dice que el diablo es todo eso que nos gustaría ser y que Los Beatles eran y serán pop y enciende un cigarrillo y se lo pasa a Ivonne la fotógrafa, que no se lo pone entre los labios y simplemente lo sostiene viendo el humo desvanecerse en el aire. El bajista de Nuestros Hijos se queda pensando o se hace el que piensa porque en verdad se ha quedado sin nada que decir. La Niña Terror me muerde la oreja y me pregunta ¿cómo puedo ayudar tú hoy? La veo y me río, ella también se ríe. El Niño Terror vuelve con una nueva cámara en su mano. Nueva de paquete, con caja sellada y todo. Ivonne la fotógrafa dice wow, Nikkon, qué lo máximo, y procede a abrir el paquete como si estuviéramos en la mañana de Navidad. La Niña Terror repite su pregunta. Chúpamela, pienso. El Niño Terror me ve y dice self service, compadre.

Hablas DemasiadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora