8

53 0 0
                                    

Son casi las dos de la tarde. Hace media hora llamó la señora Patricia Freire a preguntar por su hija, me pareció que tenía un dejo costeño. Seguí las órdenes al pie de la letra, sí, está conmigo, con nosotros, lo que pasa es que hace unos cinco minutos se fue a andar a caballo y dejó el celular, no se preocupe, yo le digo que usted llamó... de nada, que pase bien. Para lo que he quedado: recadero de la bella durmiente. Clara no da señales de vida y el desayuno que preparé lleva dos horas encerrado en el microondas. Ninguna gran cosa: huevos revueltos con queso y jamón, pan tostado, mantequilla y mermelada al gusto, jugo Natura de manzana, odio el néctar. Si mi casa fuera un hotel, podría llamarlo desayuno americano. No he comido, me estoy aguantando para poder acompañarla cuando despierte. Me estoy haciendo el educado, aguantando el hambre de puro caballero. Y ya me estoy cabreando. Después de todo, hay alguien que debería estar haciéndose cargo de esta situación.

Como los perros con pedigrí, las peladas como Clara siempre tienen dueño, siempre están amarradas, en proceso de, en una pelea que no durará mucho, evaluando pretendientes o matando el tiempo libre con algún comodín que las distraiga hasta que vuelvan, con su arma entre las piernas, a lamer la mano que las golpea y les pide comida. El novio de Clara se llama Lucas. Lo sé porque también es mi compañero, otro de esos con los que, técnicamente, he compartido años maravillosos de aprendizaje, formación intelectual y crecimiento humano. No es que haya vivido pendiente de la pareja del momento (de este momento), pero me consta que Lucas ha ido cambiando de traje como si fuese un Ken obligado a venderse en distintos modelos.
•Lucas hippie:
Diecinueve años, recién llegado de un viaje de mochilero por Latinoamérica. Sus padres hubiesen querido Europa, pero el chico escogió mi tierra y mi gente porque necesitaba algo de realidad, pana. Antes de irse, les decía a sus amigos ¿cachas que he ido como mil veces a Disney y ni una a Machu Picchu? Anda con pantalones otavaleños, sandalias, camisetas del Che Guevara y gorro de lana. Escucha Manu Chao y harta bossa nova, ama a Bob Marley, se compró una guitarra de palo para aprender a tocar Redemtion song y lo que pueda de Sui Generis. Dice que pronto se irá de Babilonia. Recita párrafos de Las venas abiertas de América Latina. Odia a los gringos. Ama a Fidel. Su idea de fiesta es toda la marihuana que pueda fumar mientras sus amigos, reunidos alrededor de una fogata, golpean con las manos tambores de cuero que no saben tocar. No usa reloj, usa hongos. Después de las clases que le enseñan a administrar su herencia, se para debajo del semáforo de la 6 de Diciembre y Orellana, hace malabares con un diábolo y pide monedas. Si no le das, te acusa de capitalista. Luego sube a su auto y regresa a su enorme casa en el valle de Tumbaco, donde parquea su Jeep sucio junto al resplandeciente BMW de su padre. Quiere vivir en el camino, piensa mantenerse vendiendo artesanías que está aprendiendo a hacer. Su máxima aspiración es ser parte del parche.
•Lucas Aventurero:
Veintiún años, cambió las sandalias por Timberlands y los otavaleños por unos Columbia para hacer trekking. Sumó a su guardarropa varias camisetas manga larga y chalecos polares. Dice que sus lugares favoritos en el mundo son los volcanes Chimborazo y Cotopaxi, donde siente que se encuentra consigo mismo. Se refiere a la tierra como Pachamama. Hace campaña contra los tabacos. Conserva el Jeep pero ahora le gusta más andar en bicicleta. Cuando está a solas con la naturaleza, escribe poemas y dibuja. Dice que no quiere publicar ni hacer exposiciones, hace arte porque no puedo no hacerlo, es algo que me sale de adentro, algo que no puedo controlar, ¿cachas? Escucha mucha música instrumental, tiene casi toda la colección de Putumayo Records. Cuenta que la experiencia más intensa de su vida ha sido tomar ayahuasca. Dice que quiere ser shamán y dedicarse a curar a la gente usando la energía del espíritu del Imbabura. No sale mucho, cuando lo hace, va a La Bunga o a El Aguijón, discotecas alternativas donde ponen harto ska, simplemente demasiado reggae y rock en español. Si ponen Vasos vacíos de los Cadillacs, le dice a quien tenga al lado: ésta es mi canción. Se compró un reloj Casio que mide altitud y le cuenta cómo va su corazón mientras él escala. Sigue viviendo en su casa, pero todas las noches duerme en una carpa que ha montado en el jardín. Sigue odiando a los gringos. Después de la graduación, quiere vivir en el campo. Asegura que no echará de menos el dinero. Piensa cultivar sus propios alimentos.
•Lucas gerente propietario:
Veintitrés años, dentro de un mes obtendrá su B.A. en Finanzas. Casi todos los días se pone kakis, camisas Polo color pastel y zapatos de cuero con hebilla plateada, pico de pato. Cambio el Jeep por un VW Jetta color plata. Dice que el suyo no es un auto, es un Volkswagen, y recalca que fue ensamblado en Alemania, no en Brasil. Se remite a comprar Greatest Hits, sus favoritos son los de U2, Lenny Kravitz y Sting. Admira al magnate de la telecomunicaciones mexicanas, Carlos Slim, y a Julio Mario Santo Domingo, el hombre más rico de Colombia. Sobre sus ídolos, afirma: se trata de gente visionaria que supo ver oportunidades donde sus competidores de veían nada. Tiene planeado un posgrado en Inglaterra, le gustaría hacerlo en la universidad de Oxford, pero su destino final aún no es oficial. Cuando vuelva, irá directo a manejar la cadena de talleres y concesionarios de vehículos que su padre montó dos años antes de que él naciera. Su madre está encantada. Se compró un reloj Omega. Tras una serie de romances intrascendentes, severamente criticados por sus padres, ha vuelto con quien él públicamente denomina mi único amor, la distinguida señorita Clara Espinoza Freire.

Qué bajón, creo que sé más de Lucas que de mí mismo.

Clara es la Barbie. Clara abrirá los ojos y tardará un par de segundos en ubicarse. Se pondrá de pie, caminará despacio para que yo no la oiga, llamará por teléfono a su gerente propietario, le dará las coordenadas y en cinco minutos se habrá ido, sin comerse el desayuno que como el más gil de los giles le preparé. Se va a ir a desayunar a otra parte, a un lugar especial, tal vez ese lugar donde desayunaron la mañana siguiente a la primera vez que durmieron juntos toda la noche. Lucas le va a pedir perdón por ser tan imbécil y ella, más imbécil, lo va a perdonar. Se van a prometer no volver a pelear, van a fijar fecha para la boda y a jugar a ponerles nombres a sus hijos. Que se vaya a la mierda. Voy a tocar la puerta hasta que se despierte y le voy a decir que tiene que irse, que mi casa no es ningún hotel; además, no sé a qué vino ni quién se cree que es.

Estoy en mi cuarto viendo tele, sin poderme concentrar en las imágenes. Clara entra y se acerca a un kilómetro por hora. Tiene el pelo enredado, los ojos hinchados y las marcas de la almohada surcándole la cara como un mapamundi. Lleva puesto un pijama de mi viejo que le va enorme. Parece que se le hubieran comido la piel y ella no fuera sino huesos para los perros. Se ve depre, down. Su voz es un susurro.

-Hey, amigo Miguel.
-Hey, amiga Clara.
-¿Cómo amaneciste?
-Bien, ¿tú?
-Mejor que ayer.

El cuerpo de Clara se detiene a centímetros de distancia del mío. Puedo sentir su aliento caliente rozando mis mejillas y el sudor seco sobre su piel. Clara se acuesta a mi lado, boca arriba. Luego se levanta la camisa del pijama. Toma mi mano, la coloca sobre su abdomen caliente y cierra los ojos.

-¿Estás bien? -pregunto.
-No digas nada, por favor.
-¿Tienes hambre?
-Si vuelves a abrir la boca, me voy.

Cambio de planes, Clara se queda.

Hablas DemasiadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora