Tengo los ojos cerrados. Quisiera estar dormido. Estoy más despierto que el Vietcong. Miento, no quisiera estar dormido. Estoy bien así. Abrazado a Clara, oliéndola. Clara huele bien después de todo. En su esencia hay algo salido del catálogo de Victoria's Secret aliñado con golpes de la vida real. Sus axilas huelen a axilas, a verdad. Me había pasado antes, creo, estar abrazado a otro cuerpo y preferir oler a dormir. Esto se siente distinto a todo lo que me ha pasado antes.
La tarde cae sobre este sábado irregular. A lo lejos, escucho a la gente que llena su fin de semana en el parque La Carolina. Familias enteras haciendo deporte, pelotas que pasan de mano en mano y cruzan por encima de una red, pelotas que rebotan sobre el cemento y cortan el aire hasta tocar el aro de metal y dar vueltas. En esas vueltas está el destino, de esas vueltas depende que unos cuantos sean reyes por un día o vuelvan a la realidad peor que antes. El trencito con forma de gusano recorre las veredas del parque al ritmo de un merengue indeseable. Frituras, empanadas de viento, cervezas. Un tipo le paga a otro para que pierda un juego de ecuavóley. Una menor de edad le dice a su amante, de treinta y tres, que apenas se gradúe del colegio quiere vivir con él y el experimentado amante le jura que así será. Clara me ha vuelto un superhéroe, no puedo moverme pero mi sentido de la audición se ha agudizado de manera sobrenatural. Onda Marvel, esos que no escogieron ser héroes sino que tuvieron un accidente, que son un accidente y hacen lo decente con las consecuencias. Soy un mutante y el mundo no podrá aceptar jamás que estoy de su lado.
Tocan el timbre. El citófono está justo encima de mi cama, donde las abuelas suelen tener un crucifijo. El citófono es mi cruz, me avisa que no puedo seguir flotando en esta cápsula como quisiera. Pienso en no contestar, nada puede ser mejor que esto. Vuelve a sonar, con fuerza, creo que mis viejos le pusieron ese volumen a propósito, nunca he escuchado un citófono tan alto como el mío. Clara levanta la cabeza con un movimiento brusco, tal vez piensa que la encontraron. Mira para todos lados, parpadea varias veces, me fijo en sus pestañas, son eternas, y se lleva la mano a la frente.
-¿No vas a contestar?
-Creo que no.El puto citófono vuelve a sonar. Quien sea que esté abajo, quiere decirme algo.
-Contesta, puede ser importante, sólo no digas que estoy, porfis.
Clara se levanta, camina hasta el cuarto de mis padres y cierra la puerta, con seguro. La que me parió. Me incorporo y agarro el citófono dispuesto a pelearme con quien sea.
-¿Qué pasa?
-Habla, doctor. ¿Cómo va la paciente?Tengo que explicarle a Castor que no puede venir cuando le dé la gana. Debí habérselo explicado hace cuatro años.
-Loco, estoy ocupado, vuelve después.
-Dejame subir, broder, un segundo.
-No hay chance, estamos cerrados por inventario.
-Chucha de tu madre, me meo.
-Abajo hay un baño.
-Infeliz, colabora.Castor ni siquiera me saluda, va directo al baño. Sale después de veinte minutos.
-Measte el Niño, cabrón.
Se da un par de palmadas en el estómago y me guiña el ojo.
-Sólo digamos que I'm half the man I usted to be, compadre.
-¿Por qué no fuiste al baño de abajo?
-No te ofendas, pero ese baño huele raro, y no raro baño, tus guardias andan metidos en alguna huevada.
-De alguna manera tienen que estar despiertos toda la noche.
-Oye.
-Oigo.
-¿Se despertó?
-No todavía.
-¿Chequeaste si esta respirando?
-Loco, ¿qué chucha estás haciendo aquí?
-Crúzate unos condones.
-Largo.
-En serio, broder. ¿Te acuerdas de la man que se me fue de bola el otro día?
-No.
-En el Megamaxi.
-¿La cajera?
-La tetona. Le falta culo, pero ahí tiene su cosita.
-...
-Loco, me la encontré a lo que salía de la casa de mi hermana, en la Ecovía, y me invitó a tomar un café.
-¿Cómo sabes que vas a tirar?
-Loco, por favor.
-...
-Dale, mi doc.
-Ya vuelvo.
-Esá es. No me vayas a traer uno caducado.Castor es un éxito con las mujeres, tal vez porque no le importan. Se enamoró una vez, a los trece, de la por entonces pelada de moda entre los que entrábamos al Rey de Reyes: Alma Esperanza Rodríguez Ramírez. Eran la pareja perfecta, como Clara y Lucas. Eran jóvenes y hermosos. Alma Esperanza y Castor eran celebridades, los Beckham de Portoviejo, el tipo de pareja en la que los otros ven realizadas todas sus ambiciones frustradas: belleza, glamour, felicidad. Él, un futbolista famoso; ella, una niña preciosa con una prominente carrera de top model aguardándola. Mientras estuvo en el colegio, Alma Esperanza protagonizó todos y cada uno de los brochures con los que los curas jesuitas trataban de aumentar su clientela. Así como durante los ochenta Catherine Deneuve fue Marianne, la joven de gorro frigio y busto desnudo símbolo de Francia, Alma Esperanza Rodríguez Ramírez fue, a finales del siglo XX y comienzos del XXI, el símbolo del Rey de Reyes. Todo estaba fríamente calculado. Alma Esperanza se iría ocho meses a suiza, a perfeccionar sus maneras de lady, y a su regreso se comprometería con Castor, quien para entonces, se suponía, sería lo más cotizado del fútbol profesional ecuatoriano. Ambos eran vírgenes. Ella le dijo a Castor que no tendrían sexo hasta su regreso de Berna. Él tendría que esperarla inmaculado, ésa era la prueba final. Durante los cuatro primeros meses, se escribían y chateaban a diario, los dos tenían el mismo nickname: 《más juntos que nunca》. Un eslogan barato, si me preguntan. Al quinto mes, Alma Esperanza estuvo desconectada del messenger por dos semanas. Castor la llamó. Ella se lo contó sin rodeos. Se había enamorado de un italiano llamado Giacomo y había estado con él como nunca había estado con Castor. Esa tarde fue a buscarme a mi casa con una botella de Johnny rojo, me dijo Giacomo se la comió y no volvió a mencionar el tema en las siguientes diez horas de ininterrumpida borrachera. Era día de semana, school night. Pasadas la resaca, la pelea con sus viejos y las sesiones donde pensó, por un momento, que el asunto tenía solución, Castor se dedicó a tirarse todo aquello que se le pasara por enfrente. Tuvo el detalle de no divulgar los pormenores de su separación. Le bastó con decir que la distancia había acabado con ellos. El rompiendo fue noticia, el final de una era que había durado seis años. Alma Esperanza y Castor le rompieron el corazón a todo un pueblo.