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Mis viejos quieren que me compre un terno para la graduación. Ya tengo un terno. Es un terno negro como el de los Reservoir Dogs. Terno negro, camisa blanca, corbata negra y delgada, Converse negros: ése es el look. Cuando lo compré, perdón, cuando me lo compraron, mi vieja dijo que necesitaba un terno claro porque en Quito las bodas empiezan al mediodía. Le dije que cuando me inviten a un matrimonio quiteño me compro un terno que vaya de acorde a la ocasión. No pasa todavía. Mi vieja quiere verme radiante, como de paquete. Negociamos. Mi vieja dice eres un mal agradecido, te estamos haciendo un regalo. Éste es el trato: me compro el terno siempre y cuando me reembolsen el tiempo perdido con el valor de la prenda en efectivo, para administrarlo bajo mi política absolutista. Como en teoría estamos celebrando y, mal que mal, me gradué y a todas luces merezco una recompensa, mis viejos aceptan.

Vamos en el Halcón, en silencio, escuchando la versión de Bésame mucho de Ray Coniff, mi viejo es fan. Vamos por la Shyris y tomamos la Eloy Alfaro cuando mi vieja dice este carro huele a guardado y a borracho. Mi viejo dice con ese olor ninguna chica va a querer subirse, ya es hora de que te consigas una pelada, con tantas chicas guapas que andan por ahí y tú solo. Mi vieja dice teniéndolo todo: carro, casa, carrera, algo de plata. Debería estar en el top ten de buenos partidos para las mujeres ecuatorianas de clase media-media y media-alta, pienso. No me molesto en comentar. Tengo ganas de abrir la puerta y salir corriendo. No tengo nada en los bolsillos y eso me obliga a compartir este quality time con la familia. Nos detenemos en el semáforo de la República. Mi vieja dice en este Quito que nos está tocando, cualquier hora es hora pico. Totalmente de acuerdo. Verde. Avanzamos, doblamos a la derecha y ahí estamos: Mall El Jardín. Los estacionamientos están llenos. Tenemos que subir hasta el cuarto piso, nos toca un puesto con vista panorámica al parque La Carolina.

En los pasillos amplios del tercer piso, transitados por gente que se prende de las vitrinas y las deja manchadas, mis viejos caminan a la misma altura, hombro a cabeza. Yo voy un poco atrás. Nada personal. Se detienen frente a la vitrina de El Hombre de Hoy y ven un maniquí vestido con terno azul a rayas, camisa celeste, corbata roja, cinturón y zapatos café claro. El terno cuesta dos lucas, y eso que está en rebaja. Con dos mil dólares me pasaría seis meses en la playa, relax, como rey.

-¿Te gusta?-pregunta mi viejo.
-No está mal, supongo.
-No. No está mal, está bien.
-No sé... si cuesta dos mil dólares.

Mi vieja me mira con una sonrisa burlona.

-Pero, muchacho, ¿cuánto crees que cuesta un buen terno?-me pregunta.
-No sé, pero si tuviera dos lucas, no me las gastaría en un terno.

Mi viejo sigue viendo el terno, lo ve con fe, como si fuese un santo y le estuviese pidiendo, en su cabeza, un gran favor. Como que mi mamá se salvara de un cáncer o algo así. Mi vieja insiste con el tema.

-¿Y se puede saber en qué gastarías las dos lucas?
-En un viaje, creo.
-¿Y después del viaje?
-Después regreso, o me quedo en el lugar donde esté cuando se me acabe la plata.

Mi vieja suelta un suspiro y me mira decepcionada.

-¿Por qué me miras así?-le pregunto.
-La verdad es que parece que te hubieras criado con otra gente, que hubieras nacido en otra casa, con otra familia.
-¿Qué?
- O sea que quieres ir por la vida como un vago, como un hippie, viviendo en esos hostales donde tienen que dormir en litera y compartir el baño.
-Pues... si toca...
-Por Dios, muchacho, ¿nosotros te hemos enseñado esas cosas?

Si algo me han enseñado mis viejos, o si algo han tratado de enseñarme, es que en la vida se puede ser lo que sea, menos pobre. Tengo claro que tener dinero no es lo normal.

-Di algo, muchacho.
-¿Qué quieres que te diga?, me estás acusando de no ser de tu misma sangre.

Mi vieja se retira de la escena, me rodea y entra a la tienda, la veo dar vueltas sin rumbo fijo, de la pura frustración. Mi viejo, sin separar la vista del santo terno, interviene.

-¿Cuánto te gustaría ganar?
-¿Perdón?
-En el trabajo, ¿cuánto crees que sería un buen sueldo?
-...
-¿No sabes?
-Eh, ¿mil, mil quinientos?
-Qué pena, muchacho.

Mi viejo hace lo mismo que hizo mi vieja apenas unos segundos antes que él. Algo que no quiero llamar culpa me hace seguirlos. Metros atrás. Soy su cola.

Hablas DemasiadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora