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El vaso con agua ya no está. La puerta del cuarto sigue cerrada. Castor y yo, los brazos cruzados y la mirada fija en la puerta, esperamos que algo pase. Lo único que pasa es que Castor no puede mantener la boca cerrada.

-A ver, loco, creo que no estoy entendiendo. ¿Esta man ha sido tu compañera cuatro años? -me pregunta.
-Sí.
-Pero nunca habían hablado hasta ayer.
-Exacto.
-La dejaste en una clínica, te viniste para acá, te hiciste verga...
-Nos hicimos verga.
-...nos hicimos verga, a las cuatro de la mañana te llama para que la vayas a ver y, en vez de pedirte que la lleves a su casa, te pide que la traigas acá. ¿Estoy bien?
-Sorprendentemente bien, mi querido Watson.
-...
-...
-Ya pues, ¿te la estás comiendo?
-No pues, loco, te acabo de decir que ayer hablé por primera vez con ella.
-Y se vino a dormir aquí. Lanzada, bacán.
-Nada que ver. Vino a dormir aquí, no conmigo.
-¿Entonces por qué tenemos que limpiar la casa?

Cada semana, mis viejos me depositan dinero para la limpieza. Castor y yo hacemos el trabajo y nos quedamos con el dinero, después de todo, tenemos un glamuroso estilo de vida que mantener. Creo que mi viejo está convencido de que soy maricón y de que Castor es mi marido. Nunca me lo ha comentado siquiera, no es ese tipo de persona, pero si llama a preguntar en qué ando y yo le digo nada, aquí con Castor, me dice no seas tonto, muchacho, invita a salir a una chica, yo te doy la plata, y aléjate de ese delincuente. Sueña con una quiteña que sea socia del Condado, que haya pasado mínimo un año fuera del país y que no sea rica ni guapa sino, y ésta es su palabra favorita para referirse a una mujer: distinguida. Si estoy muy urgido de dinero, les pido plata para salir con una amiga, una mujer genérica que me da una mano en época de vacas flacas. A veces me dan ganas de decirles que es verdad, que soy maricón, meco, menestra, gay. Se me ocurre que mi viejo me daría un montón de billete para que desapareciera. Me podría borrar. Irme a cualquier parte del mundo con beca completa, darme una gran y anónima vida. La gente, envidiosa, me preguntaría qué hago para vivir tan bien y yo, orgulloso, diría: me dedico a ser la vergüenza de mi familia. Y cada vez que el dinero comenzase a faltar, llamaría a mi viejo desde algún lugar remoto y lo amenazaría con volver a la luz pública.

-Buen día, su señoría.
-Eres tú, lo sabía. ¿Qué quieres?
-Ya sabes que quiero, ¿por qué siempre preguntas lo mismo?, ¿no nos podemos evitar todo este trámite?
-¿Dónde estás?
-¿De verdad quieres saber?
-No.
-Así esta mejor.
-Deberías llamar a tu madre, anda muy preocupada.
-Salúdala de mi parte, uno de estos días la sorprendo con una llamada por cobrar.
-¿Sigues con el mismo número de cuenta?
-En efecto, siempre a la orden.
-...
-¿Papá?
-Algún día me voy a cansar de esto, te vas a quedar en la calle, vas a tener que trabajar.
-Ni Dios lo quiera, corazón. Cuídate, un besito.

Seria divertido.

Castor recoge las botellas, vacía las que no están vacías, las mete en la clásica funda negra y propone comprar más bielas para pasar el chuchaqui. Me niego. Hoy no. Hoy voy a pasar el chuchaqui como cristiano: con dolor. Estoy en la cocina, lavando platos, vasos, tazas, cubiertos. Lavando lo sucio y lo limpio, desesperado por limpiar. Castor entra y deja la funda en el piso.

-¿Recogiste todo?- pregunto.
-Todo, tu pelada va a estar feliz.
-No es mi pelada.
-¿Vamos a almorzar?
-No, loco, prefiero estar aquí, por si acaso se despierte.
-Dejale una nota.
-La man no conoce la casa.
-Ni que fuera la Playboy Mansion, loco, no va a necesitar un carrito de golf para ir del cuarto al baño.
-Igual prefiero quedarme.
-Te estás volviendo loco.
-Siempre es una posibilidad. ¿Qué vas a hacer?
-Darme una vuelta por la casa de mi hermana, a ver si me invitan a comer.

La hermana de Castor se llama Mónica y es cuatro años mayor que nosotros. Está casada con Germán, un quiteño buena onda, fresco, que trabaja en una empresa que instala Internet en sectores marginales. Al igual que el resto de su familia, Mónica estuvo un buen tiempo sin dirigirle la palabra a Castor. Cuando se lo pregunté, me dijo que aún no lo había perdonado, que toda su familia esperaba otra cosa de él. Esperaban que se la jugase. Castor se la está jugando, pero en otra disciplina, le dije. Mónica no estuvo muy de acuerdo. Dijo que podía vivir con el Castor actual, pero que no lo había superado. A mi manera, la entiendo y hasta podría ponerme de su lado. Es cierto, hay cosas que no se superan, cosas con las que uno simplemente aprende a vivir. Eso ya es bastante. Como Castor, que sigue al pie del cañón y entiende que en este momento lo que quiero es que se vaya. Desde el ascensor, me hace la pregunta obvia.

-Yo digo aborto, ¿tú?
-No me interesa.
-Ya, no te hagas.
-En serio.
-La que te parió, estás insoportable. Me saludas a la paciente, nos vemos.
-Hablamos.

Las puertas del ascensor comienzan a cerrarse. Castor estira el brazo interrumpiendo el proceso. Me mira muy serio.

-Y no te olvides nunca que...
-¿Qué?
-...si no afloja el corazón, que afloje el culo.
-Largo.

Las puertas del ascensor se cierran por completo, doy unos pasos y me detengo justo donde empieza el pasillo. La puerta del fondo sigue cerrada. Clara sigue cerrada. Me pregunto si ayer la abrieron, si tiene alguna cicatriz. Abierta o cerrada, necesita sus remedios.

Hablas DemasiadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora