Ariadna ha sido siempre la novia incondicional: capaz de sacrificarse a ella misma si es necesario. Después de todo, eso es lo que hacen las personas en una relación, ¿cierto?
Pues ella descubrió de la peor manera que a veces ofrecer tu corazón no e...
Ya había pasado una semana desde que Ariadna me había visitado.
Por supuesto, no esperaba que cumpliera su palabra.
Después de todo, ¿Por qué lo haría? Fui yo él que la terminé, él que corrió a los brazos de otra mujer en cuanto me vi libre.
Por supuesto Ariadna no lo sabía.
Tampoco es como si me afectará mucho que no fuera a verme.
"No sería la primera persona que faltara a su promesa de visitarme", pensaba mientras cambiaba de canal sin encontrar nada interesante en la TV.
—Hijo, despierta. Ya llego Ariadna- una voz me despertó de mi siesta. Sin darme cuenta me había quedado dormido mientras veía la pantalla frente a mí.
Comencé a abrir los ojos, y me encontré con dos figuras borrosas en el marco de la puerta.
—¿Qué quieres mamá? - le pregunte con voz adormilada.
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—Ariadna, hijo. ¿No recuerdas que iba a venir?
—Hola, Mikael- me saludó una voz femenina.
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Entonces comprendí.
Ariadna.
Era cierto: dijo que vendría a verme hoy.
La verdad estaba sorprendido. No había esperado que fuera en verdad.
Me incorporé en mi cama, y me tallé los ojos.
—Pasa- le ofrecí, tratando de despabilarme.
—Primero despiértate- me dijo mi madre.
—No importa, está bien así- le dijo mi ex pareja.
Mi madre no insistió, pero jalo una silla y la acomodo cerca de mi cama.
—Voy a dejarlos un rato solos, así que compórtate, Mikael. No quiero escuchar que fuiste grosero- me advirtió mi madre.
La verdad, no pensaba serlo. Estaba muy adormilado para soportar drama. Además, había que aplaudirle el intento de visitarme otra vez. Había sido grosero y aún ella volvió, tampoco quería que se dijera de mí que era un patán.