Capítulo 1: El castillo

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A las afueras del pueblo de Colmar, en lo más recóndito del bosque, se escondía un inmenso castillo, lleno de preciosos rosales y esculturas antiguas. La belleza de aquel monumento parecía haber quedado en el pasado. Las zarzas envolvían los muros del castillo, y el polvo y la suciedad no dejaban ver más allá de las ventanas. Lo único medianamente cuidado eran las rosas.

Una mañana, un carruaje aparcó en los terrenos del castillo. Era oscuro y elegante, tirado por un caballo negro y majestuoso. Las riendas eran llevadas por un joven de apariencia veinteañera, tenía la piel clara, los ojos verde esmeralda, y una llamativa melena rubia rizada. Vestía engalanado, con una camisa color hueso, un chaleco verde y unas botas altas. Alguien de la alta sociedad, sin duda; o al menos, eso era lo que gritaba su aspecto. Aparcó en la entrada del castillo, frente a unas grandes escaleras de piedra. Enseguida fue recibido por el dueño de la casa: un hombre de ojos oscuros y piel clara, con barba y cabello negros. Vestía con un largo abrigo y una capa del mismo color, con la parte del cuello llena de pelo. El joven solo tenía veinticuatro años.

El recién llegado le sonreía, mientras que el dueño del castillo tenía una expresión regia, fría y cansada.

—Verett... Hola —lo saludó con desprecio.

—Hola, viejo amigo. Te veo bien.

—¿Qué haces aquí?

—Jo, vaya... Qué humor.

La sonrisa de Verett era casi desagradable, se notaba demasiado que ocultaba malas intenciones. El dueño del castillo no era para nada el frío y malicioso allí, aunque su aspecto dijera lo contrario.

—¿Vienes a molestarme o has vuelto a traer algo?

Verett se acercó con picardía, violando su espacio personal.

—¿Es que no puedo venir simplemente porque te eche de menos? —preguntó con lascivia.

El dueño del castillo le sacaba una cabeza, y, aun así, Verett conseguía hacerlo sentir muy incómodo cada vez que se le acercaba. Al notar su mano en el pecho, soltó un gruñido y se alejó, molesto.

—¡Ja! Eres como un corderito, mi príncipe —se burló Verett.

El hombre frunció el ceño.

—Verett —advirtió algo amenazante.

—Está bien, está bien. Te he traído un regalo. —Se aproximó al carruaje—. Es algo para que no te sientas tan solo. —Abrió las puertas y sacó a un joven, con un saco cubriendo su cabeza. Vestía una camisa raída blanca y unos pantalones negros, ni siquiera llevaba zapatos—. Levanta —le ordenó. Lo agarró del brazo y tiró de él con brusquedad. El chico salió del carro a trompicones, tambaleándose, temblando de frío y de miedo. Verett lo empujó hacia el suelo, haciendo que cayera frente al dueño del castillo de rodillas. Le quitó el saco de la cabeza y el hombre contuvo la respiración al contemplarlo, no era más que un crío. Tenía la piel blanca, pálida, con algunas pecas, los ojos azules y el pelo negro. Tenía un corte muy feo en el labio inferior, pero no parecía reciente, se apreciaba cansado y algo desnutrido—. Te presento a tu nuevo juguete. —Verett le pasó una mano por el pelo al chico, que se notaba claramente aterrado—. ¿A qué es guapo? Se lo compré a un tipo en Antek, dice que es muy bueno. —Acarició el rostro desencajado del chico, que parecía contener las ganas de gritar. El hombre intentaba mostrarse impasible, pero, aun así, frunció más el ceño, como si eso lo ayudará a contenerse—. Tranquilo, no lo he tocado —aseguró Verett, mientras continuaba acariciando su pelo—. Aunque admito que lo medite por un momento. —El joven temblaba y trataba de reprimir los sollozos, pero en su rostro se podían ver caer algunas silenciosas lágrimas—. He pensado que te vendría bien. Ya sabes, para... desfogar un rato. Voy a estar fuera mucho tiempo.

Kalet y la Bestia: La maldición [LRDN #2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora