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Todo el módulo 2 salió de sus celdas y nos recibió de una manera nada agradable. Al verme, muchos dejaron de hacer alboroto y retrocedieron, especialmente las mujeres, como si mi presencia fuera un vórtice que absorbiera la energía de la sala.

Me reí ante la reacción y continué caminando, subiendo las escaleras hacia mi celda. Max venía detrás de mí, y los murmullos de las chicas resonaban en mis oídos: "Está lindo", "Quiero hacerlo mío", "Iré de noche a su celda", "No puede ser que le asignaran su celda con esa psicópata".

La palabra "psicópata" me atravesó como un cuchillo. ¿Acaso estoy loca? Decidí detenerme, sintiendo mis manos temblar, mientras las voces en mi cabeza comenzaban a gritar: "Mátala". Sin pensarlo, dejé caer los objetos de mi bandeja y la tomé por los laterales, dispuesta a lanzarme contra la chica. Sin embargo, en ese momento, alguien tomó mi mano, arrebatándome la bandeja de las manos.

Era Max. —No lo hagas, tranquila. —Su voz era firme, pero su mirada reflejaba preocupación.

—¿Qué no lo haga? ¿Quién se creía para decírmelo? —La rabia burbujeaba dentro de mí, una mezcla de frustración y descontrol.

—Voy a estar toda mi puta vida aquí. ¿Por qué no puedo seguir matando si no me van a dar más años? —murmuré, mirando al vacío. Las imágenes de mis alucinaciones se hacían presentes, recordándome lo que realmente necesitaba: heroína, y la necesitaba ya.

—Ya, pero... te pueden dar la pena de muerte, y eso sería... ¿Cómo decirlo? —su voz se apagó, dejando en el aire una verdad escalofriante.

Me detuve a reflexionar. ¿Me daba miedo morir? No. Había vivido de forma desquiciada, y lo tenía más que merecido.
—No vuelvas a intentar detenerme, Max. No quiero lastimarte. —Le advertí, mi tono grave, dejando claro que estaba en un punto crítico.

Él se agachó, recogiendo mis cosas y volviendo a ponerlas en la bandeja con un gesto cuidadoso. Me la devolvió y continuamos avanzando, aunque mis ojos no se apartaron de la chica que me miraba con curiosidad, una mirada que prometía problemas. Algún día, me desharé de ella.

Seguí avanzando con Max detrás de mí, la ansiedad de mis alucinaciones resonando en mi mente. Anhelaba un poco de heroína. La pregunta era cómo conseguir a alguien que la distribuyera; no tenía ni la más mínima idea de quién podría hacerlo.

—¿Tú sabes quién vende aquí? —le pregunté al chico que caminaba justo detrás de mí, sin voltear a mirarlo.

—¿Ya te vas a meter esa mierda? Relájate. —Su tono era de desaprobación, como si tratara de protegerme de algo inevitable.

—Bien, la conseguiré yo. Recuerda que jamás te pediré una opinión. —Le respondí, mi voz cargada de desafío. La adrenalina corría por mis venas, y en ese momento, no había nada más que me importara.

vis a vis; max valenzuelaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora