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Max prendió el cigarro de marihuana con una expresión neutral, pero sus ojos mostraban una intención más profunda. Le dio una inhalada lenta, casi meditativa, y luego acercó su boca a la mía, tomándome suavemente del mentón antes de exhalar el humo entre mis labios. El gesto fue íntimo, cargado de tensión.

—No sé cómo a algunas personas les da sueño con esto... —dijo Max, soltando más humo con calma—. A mí me dan más ganas de coger, solamente.

Su tono era directo, casi crudo, como si sus deseos fueran lo único que importaba en ese momento. Me estremecí por un segundo antes de arrebatarle el cigarro, mi mano temblando ligeramente al sentir su cercanía.

—D-dame. —Tomé una bocanada profunda y, entre toses leves, sonreí con burla—. Y sí, dan muchas ganas... Iré a ver si Rompeltien está disponible.

Mi comentario fue un dardo con veneno, una provocación que sabía que lo molestaría. Lo vi fruncir el ceño, su mandíbula apretándose. Sin decir nada, se alejó bruscamente, empujándome hacia atrás con un gesto frío.

—Me dejas sin ganas cuando mencionas a ese idiota —gruñó, rodando los ojos mientras me apartaba de su camino. Se tiró a la cama boca arriba, el ceño aún fruncido, mirando al techo como si quisiera ignorar mi presencia, pero incapaz de hacerlo.

Me acerqué a él con una sonrisa desafiante, sin querer dejar el juego. Me senté en el borde de la cama, mis ojos fijos en los suyos, buscando su reacción.

—Bueno, ¿un trío? —pregunté con una mezcla de burla y curiosidad.

Max me miró como si no pudiera creer lo que acababa de escuchar. Su rostro era una combinación de confusión y asco, como si estuviera tratando de procesar lo absurdo de mi propuesta.

—Zappia... —su voz se endureció—. Como vuelvas a decir algo como eso, te juro que empezaré a usar mis fetiches de masoquismo contigo.

Me reí, no del todo segura si lo decía en serio o no, y me dejé caer a su lado en la cama. El ambiente entre nosotros oscilaba entre la tensión y una extraña familiaridad.

—Me desesperas sentimentalmente —murmuró, casi más para él mismo que para mí. Lo miré confundida, esperando alguna explicación. Él también me miró, esta vez con una vulnerabilidad que rara vez mostraba—. Nunca creí que te vería de manera diferente a mi fanatismo... pero lo hice. Me pareces increíblemente linda, no solo físicamente, sino también emocionalmente. Tu forma rara de querer... me gusta.

Me quedé en silencio, procesando lo que acababa de decir. Mis palabras salieron sin filtro, como una respuesta automática.

—¿Te dije que te quería acaso?

La pregunta fue como una daga. Lo vi cambiar su expresión al instante, el dolor cruzando brevemente su rostro antes de que se diera la vuelta, dándome la espalda. Había sido cruel sin darme cuenta, y lo sabía.

Max no dijo nada por un momento. Podía sentir la tensión en el aire, la incomodidad de haber tocado un nervio sensible. Finalmente, habló, su voz más suave, como si tratara de contenerse.

Max Valenzuela

Esa respuesta me dolió —A mí me gustas más de lo que pensé —admitió sin mirarme—. Tus acciones... tus palabras hacen que no logre quererte de la manera en la que tú quisieras. Mira lo que haces con las demás mujeres, y ahí tendrás tu respuesta.

El silencio que siguió fue aplastante. Intentó levantarse de la cama, incapaz de soportar el peso de sus palabras, pero no la deje. Tomé de su mano, con fuerza, pero sin lastimarla, y la volví a recostar a mi lado. Se giró hacia mí y me abrazó, como si ese gesto pudiera borrar lo que acababa de pasar.

—Perdóname — murmuré cerca de su oído—. No voy a negar que las chicas son mi debilidad... pero tú has llegado a ser la única. Me encanta que lo seas. Despreocúpate por el resto.

Antes de que ella pudiera responder, alguien llamó a la puerta. Ambos nos sobresaltamos, y nos giramos para ver al funcionario en la entrada.

—Valenzuela, acompáñame



vis a vis; max valenzuelaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora