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Intenté subir a mi cama, pero mis piernas temblaban, como si no pudieran sostenerme tras lo que había pasado. Entonces, escuché una risa detrás de mí.

—Ven, duerme conmigo —dijo Max, su voz suave y casi tentadora. Por alguna razón, una sensación de cosquillas me recorrió el interior. Intenté ignorar esa sensación, y finalmente me tumbé a su lado. Él tomó la sábana y la puso sobre mí, acercando su cuerpo al mío hasta quedar cara a cara. Comenzó a examinarme, su mirada profunda y penetrante, como si intentara leer cada uno de mis pensamientos. Luego, me abrazó y, en esa calidez, me dejé llevar hasta que el sueño me arrastró.

Desperté de muy buen humor, una sensación de ligereza en el aire. Noté que Max no estaba a mi lado, pero escuché el sonido de alguien entrando en la celda. Era él, con el torso desnudo y solo el chándal de la parte de abajo. Se estaba cepillando los dientes, el agua goteando de su cabello mojado, creando un pequeño espectáculo que no pude evitar observar.

Me quedé mirándolo por un momento, disfrutando de la vista mientras él hacía sus cosas. Finalmente, se giró hacia mí y sonrió, su expresión llena de calidez.

—¿Cómo te sientes? —preguntó, sacudiendo su cabello mojado.

—Muy bien, aunque me duele todo de la cintura para abajo —respondí, sintiendo una punzada de vergüenza, invadir mis mejillas. Sin pensarlo, me tapé completamente con la sábana, mientras escuchaba su risa de fondo, que resonaba en mis oídos como un eco agradable.

—Deberías ir a ducharte, harán registro en menos de diez minutos —sugirió, su tono casi paternal.

—No creo que llegue sola —destapé solo mis ojos para mirarlo, sintiéndome vulnerable en esa posición.

—Vamos, yo te llevo y te ayudo —ofreció, extendiendo su mano hacia mí.

Al llegar a control, el ambiente era tenso. Había un conflicto por los ruidos de anoche, y el murmullo de las quejas resonaba en la sala.

—¡Joder, Zappia! ¡Sí que te la pasaste de puta madre anoche! —gritó Pérez, uno de los otros internos, su tono burlón llenando el espacio—. Vamos, que jamás había gritado así en su vida.

—Cállate, Pérez —intervino Herrera, uno de los funcionarios, con un tono de autoridad que no admitía réplica.

—¡Pero nosotras no tenemos que pagar nada! Denle una puta habitación de vis-a-vis íntimo y que nos dejen dormir a gusto —protestó, su voz resonando como un canto a la rebeldía.

—¡Te voy a meter la cabeza en el váter si no dejas de quejarte, puta yoqui! —grité, sintiendo cómo la frustración burbujeaba dentro de mí. Me irritaba que arruinaran nuestros días con tales discusiones.

—Tranquila, y ve a enfermería por tu medicamento —dijo Max, cruzándose de brazos, mirándome con una mezcla de preocupación y resignación.

—Ahhhh, ya entendimos, taladraron la pared toda la noche

—¡Tornillos vas a comer, hija de puta!.

Tomé un libro de los que estaban en la estantería con la intención de lanzárselo, pero Max me lo quitó de las manos con rapidez.

—¡Contrólate, Zappia! —me alzó la voz, haciendo que mirara hacia al frente, sintiendo cómo mis ojos comenzaban a cristalizarse, luchando contra las lágrimas que amenazaban con salir—. No llores si no quieres que sepan cuál es tu punto débil —susurró para mí, su tono más suave, pero la advertencia era clara.

Sentí un torbellino de emociones; la mezcla de ira, vulnerabilidad y una extraña sensación de seguridad que solo él podía ofrecerme en este caos.


vis a vis; max valenzuelaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora