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𝐜𝐡𝐢𝐥𝐞, 𝟎𝟒 𝐝𝐞 𝐞𝐧𝐞𝐫𝐨
Audiencia
6:16 PM

— Zappia, acusada de: terrorismo, asesinato, robo, secuestro, tráfico de drogas y armas, extorsión, fraude. Se condena a cadena perpetua sin libertad condicional y, posiblemente, pena de muerte. Los registros médicos determinan: trastorno antisocial de la personalidad, trastorno explosivo intermitente y esquizofrenia paranoide. ¿Qué hace una presa de este nivel pidiendo una audiencia?

El juez se rio despectivamente de mi carta de presentación, una reacción que no me sorprendía en lo más mínimo.

— No la pedí yo; lo hizo mi padre. La indignación me hizo alzar la voz, la frustración apretaba mi garganta. Me tenían en un sótano, sentada todo el día, sin comer ni dormir.

— Lamento que la comodidad no sea la adecuada, pero... ¿Alguien como tú puede ponerse exigente? Su tono era sarcástico, y sus palabras eran como cuchillos afilados que me herían.

— Soy una persona, no un puto animal. La rabia burbujeaba en mi interior, y cada palabra era un grito de resistencia. Tengo el mismo derecho que todos los presentes en este tribunal. Pero claro, la loca soy yo, ¿no?

— Por supuesto. Me sorprende cómo es que sigues viva después de tremendo currículum. La mirada del juez era dura, casi disfrutando de mi agonía.

— Más sorprendente son los delitos que no mencionan ahí. Mi voz temblaba, pero me negaba a ceder.

— Bien, que pase el padre de esta hija de puta.

Las puertas se abrieron de golpe, y vi a mi padre corriendo hacia mí. Un torrente de emociones me inundó al verlo. Me dio un gran abrazo, y para mi suerte, no fue interrumpido por nadie. En ese instante, pude disfrutar de su contacto, dejar que las lágrimas fluyeran mientras lloraba en su abrazo. Era un momento que evocaba los días de mi infancia, cuando mi madre me maltrataba y mi único refugio era pasar los fines de semana con él.

— Ovejita, mi niña, mi bebé, no sabes cómo te he extrañado... Su voz temblaba, cargada de emoción y ternura.

— Dime que me vas a sacar de aquí, papá. Susurré, la desesperación envolviendo cada palabra. No quiero estar lejos de ti. No me dejes.

— Ahora tienes a alguien que te espera allá dentro y que te ayudará. Su mirada estaba llena de confianza, pero yo sentía un vacío creciente en mi pecho.

— P-pero, yo ya estoy jodida por todas partes. La angustia me estrangulaba.

— ¡Sepárense!

Me aparté de mi padre, quien me miraba con una calma que me desconcertaba. ¿Sabía algo que yo no? La incertidumbre se instaló en mi mente, y el miedo se apoderó de mí.

— Zappia, tu pena de muerte ha sido programada para el día...

vis a vis; max valenzuelaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora