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Las palabras en la nota resonaron en mi mente, como un mantra. "Más allá de estas paredes, una vida te espera". La vida, pensaba, era algo que se me había negado en esta celda, un lujo que apenas había rozado. Pero en ese instante, esa promesa de libertad me envolvía como un abrigo cálido en medio del frío gélido que había experimentado.

Mientras examinaba la habitación en busca de algo útil, un destello de luz me hizo girar la cabeza. Allí estaba Max, emergiendo de la penumbra, con su expresión habitual de confianza y audacia que siempre me había atraído. Su presencia me llenó de una energía que hacía tiempo no sentía.

— Te encontré —dijo en voz baja, acercándose con paso firme. Sus ojos, que a menudo estaban llenos de una mezcla de desafío y deseo, ahora reflejaban un propósito claro.

— ¿Es ahora? —pregunté, sintiendo una mezcla de adrenalina y emoción.

— Sí —respondió, con una sonrisa que me hizo olvidar por un momento la oscuridad que nos rodeaba—. He organizado todo. Es nuestra oportunidad, Zappia. No podemos dejarla pasar.

La forma en que pronunció mi nombre hizo que una oleada de determinación recorriera mi cuerpo. La complicidad entre nosotros siempre había ido más allá de lo físico; era un entendimiento profundo de nuestras almas perdidas, un deseo de huir juntos de este lugar. Max había sido el único capaz de ver más allá de mi fachada fría y distante.

— ¿Qué tenemos que hacer? —pregunté, mi voz firme, cargada de una seguridad que no sentía hace horas.

— Primero, debemos llegar a la salida del almacén. Hay un pasadizo secreto que conduce al exterior, pero tenemos que ser rápidos. Los guardias estarán revisando cada esquina en cuanto se den cuenta de que no estamos en nuestras celdas.

Asentí, comprendiendo la urgencia de la situación. La idea de estar atrapada en esa celda por más tiempo me llenaba de rabia, y la sola mención de los guardias me hacía hervir la sangre.

Max me tomó de la mano, y por un momento sentí que éramos más que dos prisioneros; éramos dos almas en busca de una salida, de un nuevo comienzo. Juntos, comenzamos a avanzar hacia la puerta del almacén. Cada paso resonaba en el silencio como un tambor, pero no había vuelta atrás.

A medida que cruzábamos el umbral, sentí el aire fresco golpeando mi rostro, un recordatorio de la libertad que se nos escapaba de las manos. Estábamos tan cerca de romper las cadenas que nos mantenían prisioneros. Max me miró, y en su expresión había una mezcla de desafío y una confianza indomable.

— Una vez afuera, no habrá vuelta atrás, Zappia. ¿Estás lista? —me preguntó, su voz un murmullo bajo.

— Siempre estoy lista —respondí con una sonrisa, sintiendo cómo la locura y la determinación se entrelazaban dentro de mí.

Mientras nos dirigíamos hacia la oscuridad del pasadizo, sabía que esta sería nuestra última oportunidad. No tenía miedo. La psicopatía que me definía no era un obstáculo, era mi aliada. En este momento, todo lo que importaba era salir de este infierno y, con Max a mi lado, nada podría detenernos. A medida que avanzábamos por el pasadizo, la oscuridad nos envolvía como una manta pesada. La adrenalina corría por mis venas, y cada paso que dábamos parecía resonar en la quietud del lugar. La idea de estar tan cerca de la libertad me llenaba de euforia, pero también sabía que no estábamos fuera de peligro.

Max me guiaba, su mano firme en la mía, y aunque todo parecía ir bien, un escalofrío recorrió mi espalda. Había una tensión en el aire, un indicio de que algo podría salir mal. Sin embargo, no tenía tiempo para el miedo; la urgencia de escapar superaba cualquier temor.

De repente, un grito desgarrador rompió el silencio, seguido de pasos apresurados y el sonido de botas pesadas. Mi corazón se detuvo por un instante. Habían descubierto nuestra fuga.

— ¡Corre! —grité, sin mirar atrás. La adrenalina me empujó a seguir adelante, pero sabía que Max estaba justo detrás de mí, dispuesto a protegerme con su vida.

Mientras corríamos, escuché el retumbar de las puertas de seguridad al abrirse y el eco de las voces de los guardias resonando en el pasillo. "¡Deténganse! ¡Regresen aquí!" La orden era un eco aterrador que llenaba el espacio a nuestro alrededor.

De pronto, una serie de disparos resonaron, y el aire se llenó de un zumbido inquietante. Miré hacia atrás solo un instante, y allí estaba Max, su rostro contorsionado por la determinación y el dolor. Fue entonces cuando vi la sangre brotar de su costado.

— ¡Max! —grité, mi corazón se detuvo.

Él se detuvo, tambaleándose, pero con una feroz voluntad en sus ojos.

— No me detengas, Zappia. ¡Sigue adelante! —su voz era un susurro de resistencia.

Pero no podía dejarlo atrás. En un instante, las sombras de la locura y la rabia se apoderaron de mí. La psicopatía que llevaba dentro no me permitía actuar con sensatez. No había forma de que lo dejara, y la lealtad que sentía por él era más fuerte que cualquier impulso de huir.

— ¡No! —exclamé mientras me acercaba a él, mi mente en una tormenta de caos.

Sin pensarlo, me lancé hacia él y lo ayudé a apoyarse en mi hombro. Sentía su calor, su peso, su lucha interna por seguir adelante.

— Necesito que camines —le dije, la desesperación empujando mi voz a un tono más bajo y controlado. No podía permitir que el pánico se apoderara de nosotros. — Si te quedas aquí, nos atraparán.

Mientras trataba de guiarlo, escuché más disparos, más gritos. La confusión reinaba a nuestro alrededor. La única forma de sobrevivir era avanzar, pero Max se estaba debilitando, y cada vez le costaba más mantenerse en pie.

— Zappia, no... —su voz era un hilo, y su mirada se tornaba cada vez más sombría—. No hay tiempo.

— ¡Cállate y muévete! —respondí con una mezcla de angustia y determinación.

Afronté el dolor en mi pecho, la angustia de verlo herido, y apreté los dientes mientras empujaba hacia adelante. La salida estaba tan cerca, pero el sonido de las voces y las sirenas se acercaba rápidamente.

Finalmente, llegamos a una puerta lateral. La empujé con todas mis fuerzas y la cerré de un golpe justo a tiempo, pero sabía que no teníamos mucho tiempo antes de que vinieran a buscarnos.

— No puedo más... —dijo Max, su voz se desvanecía.

Con el corazón en un puño, lo ayudé a caer al suelo. El miedo comenzó a apoderarse de mí mientras miraba la herida en su costado. La sangre empapaba su camiseta, y la realidad de nuestra situación comenzó a hundirse en mí.

— ¡No te desmayes, por favor! —le rogué, mi voz quebrada.

Lo observé mientras él luchaba por permanecer consciente. Había algo tan hermoso en su resistencia, pero también era devastador. Sabía que teníamos que seguir, que escapar era nuestra única opción.

Con un esfuerzo sobrehumano, logramos abrir la puerta trasera, y el aire frío nos golpeó. A lo lejos, vi el resplandor de las luces de la ciudad, una promesa de libertad. Pero primero, necesitábamos salir de este lugar, a cualquier precio.

vis a vis; max valenzuelaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora